Este número de Desafíos 2030 ha ofrecido un recorrido por el emprendimiento social y colectivo, desde sus fundamentos conceptuales hasta experiencias concretas en alimentación, cuidados, energía, cultura o vivienda. Hemos abordado también herramientas, retos, fuentes de financiación y la importancia de la formación y la cultura emprendedora.
Este artículo final busca sintetizar los principales aprendizajes y formular propuestas para orientar la acción colectiva en el horizonte de 2030.
Marco conceptual: un emprendimiento con propósito
El artículo 1 dejó claro el punto de partida: el emprendimiento social se diferencia del tradicional porque busca resolver problemas sociales o ambientales como finalidad principal, y no maximizar beneficios privados. Su carácter democrático, su arraigo territorial y su capacidad para articular alianzas globales lo convierten en una vía privilegiada para construir un futuro más justo y sostenible.
Dificultades y obstáculos
El artículo 2 recordó que emprender en clave social no es sencillo. Entre los obstáculos destacan la precariedad financiera, los marcos legales insuficientes, la dificultad para medir el impacto y el riesgo de perder identidad al escalar.
Reconocer estas dificultades permite identificar dónde deben concentrarse los apoyos: políticas públicas, formación en gestión, redes de apoyo y cultura ciudadana.
De la idea a la acción: metodologías y herramientas
El artículo 3 subrayó que el emprendimiento social no depende solo de la inspiración: se construye con métodos y herramientas concretas. El design thinking, la teoría del cambio, el canvas social, el prototipado rápido, la sociocracia o la medición del impacto social son ejemplos de instrumentos que permiten pasar de una intuición a un proyecto viable.
Este enfoque metodológico es crucial porque:
- Democratiza la innovación, al involucrar a comunidades en el diseño de soluciones.
- Refuerza la sostenibilidad económica y social de los proyectos.
- Permite aprender de los errores y mejorar mediante procesos iterativos.
Economía social y cooperativismo
El artículo 4 situó al emprendimiento social en el marco más amplio de la economía social, con raíces históricas en el cooperativismo. Aquí los siete principios cooperativos (adhesión voluntaria, gestión democrática, participación económica, autonomía, formación, cooperación entre cooperativas e interés por la comunidad) muestran la coherencia entre valores y práctica.
Las cooperativas, incluidas las cooperativas junior reconocidas en Canarias y Euskadi, ofrecen un modelo jurídico idóneo para emprender colectivamente desde universidades y comunidades.
Financiación y ayudas
El artículo 5 analizó el ecosistema de financiación: fondos europeos, estrategias estatales y autonómicas, banca ética, inversión de impacto, crowdfunding. Entre las iniciativas destacadas está el PERTE de Economía Social y de los Cuidados, que ha movilizado miles de millones de euros hacia entidades sociales en España.
Un elemento clave es la contratación pública responsable: reservar contratos o incluir cláusulas sociales y ambientales en licitaciones para que el gasto público se convierta en una herramienta de transformación.
Formación y cultura emprendedora
El artículo 6 subrayó el papel de la universidad y la educación superior como semilleros de innovación social. Más allá de programas específicos, lo esencial es desarrollar competencias transversales: pensamiento crítico, gestión colectiva, creatividad, sensibilidad ética y digital.
La existencia de figuras como las cooperativas junior demuestra cómo la legislación autonómica puede facilitar experiencias reales de emprendimiento desde las aulas, conectando la teoría con la práctica.
Emprender para las personas
El artículo 7 mostró cómo el emprendimiento social impacta en lo más cotidiano: alimentación, cuidados, educación, igualdad de género, pobreza, empleo y vivienda. Ejemplos como Landare (asociación de consumo agroecológico en Navarra) o Suara Cooperativa (referente catalán en el ámbito de los cuidados) prueban que es posible ofrecer alternativas reales y sostenibles.
Además, se plantearon ideas potenciales para inspirar nuevos proyectos: cooperativas de cohousing intergeneracional, bancos de alimentos de proximidad, plataformas digitales inclusivas, empresas de inserción en sectores verdes, redes de empleo joven en cooperativas de servicios.
Emprender para el planeta
El artículo 8 abordó el vínculo entre emprendimiento social y sostenibilidad ambiental. Desde cooperativas energéticas hasta iniciativas de economía circular o proyectos de custodia del territorio, la innovación social ofrece respuestas locales a desafíos globales como el cambio climático, la escasez de agua o la pérdida de biodiversidad.
Aquí el mensaje es claro: no habrá futuro para el emprendimiento social si no se integra plenamente la dimensión ecológica.
Movilidad, urbanismo y territorio
El artículo 9 recordó que la manera en que nos movemos y organizamos nuestros espacios condiciona nuestra vida. Ejemplos como cooperativas de movilidad compartida, huertos urbanos autogestionados o coworkings rurales muestran que el emprendimiento social puede repensar tanto la ciudad como el campo.
Lo local y lo global se complementan: los proyectos nacen en barrios o pueblos concretos, pero conectan con redes internacionales de innovación social.
Prosperidad compartida
El artículo 10 cuestionó la noción clásica de prosperidad como simple crecimiento económico. Sectores como la comunicación, la industria, el turismo, las finanzas, el comercio local o el desarrollo rural pueden transformarse en clave social.
Las experiencias de medios cooperativos, banca ética o cooperativas agroecológicas muestran que la prosperidad puede ser un bien común compartido y no un privilegio para unos pocos.
Cultura y emprendimiento social
El artículo 11 destacó que la cultura no es un lujo, sino un derecho y un motor de cohesión. El emprendimiento cultural comunitario (teatro, festivales, museos participativos) amplía la democracia y construye identidad colectiva.
Aquí subrayamos el caso de la Agenda Canaria de Desarrollo Sostenible 2030 (ACDS 2030), que reconoce explícitamente la cultura como una dimensión propia del desarrollo sostenible. Esta innovación normativa abre un camino para que la cultura deje de ser “transversal” y se convierta en pilar del futuro.
Mirada de conjunto: claves y propuestas
De este recorrido emergen algunas propuestas estratégicas hacia 2030:
- Consolidar marcos legales y políticas públicas estables, que reconozcan y fortalezcan al emprendimiento social.
- Fomentar metodologías y herramientas accesibles, que permitan a cualquier colectivo pasar de la idea a la acción.
- Ampliar y diversificar las fuentes de financiación, reforzando banca ética, contratación responsable e inversión de impacto.
- Generalizar la formación en cultura emprendedora social en universidades, centros educativos y espacios comunitarios.
- Integrar plenamente la sostenibilidad ambiental y cultural, siguiendo ejemplos como el de la ACDS 2030.
- Promover redes y alianzas multiactor, conectando proyectos locales con plataformas nacionales e internacionales.
- Impulsar una cultura ciudadana de apoyo al emprendimiento social, mediante consumo responsable, participación comunitaria y visibilización de buenas prácticas.
Conclusión
El emprendimiento social y colectivo no es una moda pasajera ni un nicho marginal. Es una apuesta estratégica para transformar la economía en favor de las personas, del planeta y de una prosperidad compartida.
Este número de Desafíos 2030 ha querido mostrar que existen metodologías, marcos legales, experiencias inspiradoras y recursos suficientes para avanzar en esa dirección. La pregunta no es si el emprendimiento social es posible, sino cómo lo fortalecemos colectivamente.
El futuro dependerá de nuestra capacidad para pasar de la reflexión a la acción, de las ideas a los proyectos, de lo local a lo global. Y sobre todo, de recordar que emprender no es un acto individual, sino un proceso colectivo que innova en formas de vivir, convivir y cuidar.