El concepto de cultura: complejidad, dimensiones e identidad

Hablar de “cultura” parece sencillo: todos intuimos de qué se trata. Sin embargo, cuando intentamos definirla, nos enfrentamos a un término escurridizo, con múltiples capas y significados. Antropólogos, filósofos, sociólogos y artistas han ofrecido definiciones que reflejan sus propios marcos de referencia. El resultado es una constelación de sentidos que conviven y, a veces, se contradicen.

Este artículo propone explorar la complejidad del concepto de cultura, sus principales dimensiones y su papel en la construcción de identidades individuales y colectivas. La meta es ofrecer al lector una base sólida para comprender por qué la cultura es un eje insustituible del desarrollo sostenible.

Multiplicidad de definiciones

El antropólogo Edward B. Tylor, en 1871, ofreció una de las definiciones clásicas: la cultura es “ese todo complejo que incluye el conocimiento, las creencias, el arte, la moral, el derecho, las costumbres y cualesquiera otras capacidades y hábitos adquiridos por el hombre en cuanto miembro de la sociedad”. Esta visión, pionera en su momento, subraya la amplitud del fenómeno cultural, más allá de las “bellas artes” o el patrimonio monumental.

Posteriormente, Clifford Geertz (1973) propuso entender la cultura como un sistema de significados compartidos, un entramado de símbolos a través de los cuales los seres humanos dan sentido al mundo. Desde esta perspectiva, no hay acción humana que no esté mediada culturalmente: la manera en que comemos, rezamos, celebramos o trabajamos está cargada de significados culturales.

Por su parte, la UNESCO ha defendido una noción integradora que combina lo material y lo inmaterial, lo individual y lo colectivo, lo artístico y lo cotidiano. La cultura para la UNESCO es el conjunto de rasgos distintivos, espirituales, materiales y afectivos que caracterizan a una sociedad, abarcando desde las artes, la literatura y el estilo de vida, hasta los derechos humanos, los valores, las tradiciones y las creencias. La UNESCO la ve como un medio de transmisión de conocimiento y un producto resultante de este, fundamental para el desarrollo sostenible, la paz y la cohesión social a nivel mundial. Esta visión, adoptada por muchos organismos internacionales, tiene la ventaja de mostrar que la cultura no es un “sector” más de la sociedad, sino el marco que configura todas las actividades humanas.

Dimensiones de la cultura

Para ordenar esta complejidad, resulta útil pensar la cultura en términos de varias dimensiones que interactúan entre sí:

  1. Dimensión simbólica. La cultura es, ante todo, un sistema de significados. Los símbolos, lenguajes, mitos, rituales y creencias constituyen el sustrato a través del cual nos orientamos en el mundo.
  2. Dimensión material. La cultura también se encarna en objetos, edificios, tecnologías y obras de arte. Desde una vasija prehistórica hasta un mural urbano contemporáneo, lo material testimonia formas de vida y cosmovisiones.
  3. Dimensión social. Las instituciones, las normas y los modos de organización también son parte de la cultura. La manera en que se regula la familia, la educación o la política refleja valores y tradiciones compartidas.
  4. Dimensión individual. Cada persona interioriza la cultura de su grupo a través de la socialización, pero también aporta creatividad y agencia. La cultura, por tanto, no es estática: se transforma gracias a la participación activa de los individuos.
  5. Dimensión global. En un mundo interconectado, la cultura se produce y circula a escala global. Esto genera oportunidades de diálogo intercultural, pero también tensiones, como la homogeneización cultural o la apropiación indebida.

Estas dimensiones no son compartimentos estancos, sino partes de un mismo tejido dinámico. Comprenderlas ayuda a apreciar la riqueza del fenómeno cultural y a reconocer los desafíos que plantea su protección y promoción.

Cultura e identidad

Uno de los rasgos más notables de la cultura es su estrecha relación con la identidad. Identificarnos con un grupo (una nación, una comunidad, una lengua, una tradición artística) nos ofrece un sentido de pertenencia y continuidad. La cultura, en este sentido, es un ancla que nos conecta con un pasado compartido y nos proyecta hacia un futuro común.

Sin embargo, la identidad cultural no es monolítica ni inmutable. Cada persona participa en múltiples comunidades culturales (familia, región, religión, profesión, gustos artísticos) y combina esas pertenencias de manera singular. Por eso, más que hablar de identidades cerradas, conviene hablar de identidades en plural y en constante transformación.

Este carácter dinámico plantea retos y oportunidades. Por un lado, puede generar conflictos cuando diferentes identidades se perciben como incompatibles. Por otro, abre la puerta al diálogo y a la hibridación cultural, fenómenos que enriquecen la experiencia humana.

Un ejemplo ilustrativo son las músicas urbanas contemporáneas, que combinan ritmos africanos, lenguas locales, tecnologías digitales y tradiciones del pop global. En ellas se refleja cómo la identidad cultural puede ser híbrida y creativa, más que puramente heredada.

Cultura como recurso y como derecho

La cultura no solo construye identidades, también funciona como recurso estratégico. Una ciudad puede fortalecer su atractivo turístico a través de su patrimonio histórico, un país puede consolidar su proyección internacional mediante su cine o su literatura, y una comunidad puede cohesionar su vida interna gracias a fiestas y rituales compartidos.

Pero reducir la cultura a un recurso económico o político sería insuficiente. La cultura es, sobre todo, un derecho humano fundamental. La posibilidad de participar en la vida cultural y de desarrollar la propia creatividad no depende de la rentabilidad ni del prestigio, sino de la dignidad de las personas.

En el marco de la Agenda 2030, esto implica garantizar el acceso equitativo a la educación cultural, a los bienes patrimoniales y a las expresiones artísticas, así como fomentar la diversidad de voces y la protección de las minorías culturales.

Cultura en transformación: globalización y digitalización

El concepto de cultura también se ve desafiado por los procesos contemporáneos de globalización y digitalización. Las tecnologías de la información han multiplicado las formas de creación y circulación cultural, pero también han generado brechas (entre quienes tienen acceso y quienes no) y debates sobre propiedad intelectual, desinformación y algoritmos que condicionan lo que consumimos.

Asimismo, la globalización ha intensificado los intercambios culturales, lo que enriquece a las sociedades, pero también plantea el riesgo de uniformización. La expansión de grandes plataformas de entretenimiento puede invisibilizar las expresiones culturales locales, mientras que al mismo tiempo estas mismas plataformas ofrecen oportunidades inéditas para difundirlas a escala mundial.

En este contexto, comprender la complejidad del concepto de cultura es clave para diseñar políticas públicas que promuevan la diversidad y eviten que unas pocas voces dominen la conversación global.

Conclusión: cultura como entramado complejo

Lejos de ser un concepto estático o unívoco, la cultura es un entramado complejo y multidimensional que abarca símbolos, objetos, instituciones, identidades y prácticas. Su riqueza radica precisamente en esta diversidad de formas y niveles de expresión.

Para el debate sobre desarrollo sostenible, entender la cultura en toda su complejidad es fundamental:

  • Nos recuerda que no existen soluciones universales, sino respuestas situadas en contextos culturales concretos.
  • Nos alerta sobre la necesidad de proteger la diversidad cultural frente a la homogeneización.
  • Nos ofrece una perspectiva crítica para valorar el desarrollo no solo en términos de ingresos o infraestructuras, sino también de sentido, pertenencia y creatividad.

Así, el concepto de cultura, en su complejidad y dinamismo, constituye el terreno indispensable sobre el que se construyen identidades individuales y colectivas, y sobre el que deben levantarse las estrategias de sostenibilidad de cara al 2030 y más allá.

Preguntas para el debate

  1. ¿Qué ventajas y desafíos tiene entender la cultura en un sentido amplio y no solo como “alta cultura”?
  2. ¿Cómo se relacionan las dimensiones individual, comunitaria y global de la cultura en sociedades contemporáneas?
  3. ¿De qué forma la identidad cultural puede fortalecer la cohesión social y, al mismo tiempo, generar conflictos?
  4. ¿Hasta qué punto es posible hablar de una “cultura global” sin anular las identidades locales?
  5. ¿Cómo dialogan tradición y modernidad en la construcción de identidades culturales?
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