La ciencia ante los desafíos del siglo XXI

Vivimos en un tiempo de cambios vertiginosos. La globalización, la digitalización y la emergencia climática han transformado no solo la manera en que producimos y consumimos, sino también la forma en que pensamos el futuro colectivo. El siglo XXI se caracteriza por la simultaneidad de crisis y oportunidades: pandemias globales, tensiones geopolíticas, desigualdades crecientes… pero también capacidades tecnológicas sin precedentes, redes de conocimiento globales y un compromiso internacional con los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) fijados en la Agenda 2030 de Naciones Unidas. En este escenario, la ciencia y la investigación aparecen como herramientas esenciales para comprender, anticipar y responder a los grandes desafíos de nuestra época.

Sin embargo, la ciencia no opera en el vacío. Está imbricada en sistemas sociales, económicos y políticos que condicionan tanto sus posibilidades como sus límites. Pensar el papel de la ciencia en el horizonte de 2030 exige, por tanto, un enfoque crítico: no basta con celebrar los avances tecnológicos ni con repetir el mantra de que “hay que invertir más en I+D”. Se trata de interrogar cómo se produce, financia y comunica el conocimiento científico, quién decide sus prioridades, qué beneficios genera y para quién. Esa es la conversación que este número de Desafíos 2030 quiere abrir al debate ciudadano, especialmente en el ámbito europeo y español.

Ciencia y sostenibilidad

La Agenda 2030 sitúa la sostenibilidad como marco de referencia global: garantizar una vida digna dentro de los límites planetarios. Esto supone transformar nuestros sistemas energéticos, alimentarios, urbanos e industriales. Ninguno de esos cambios será posible sin ciencia: necesitamos nuevas fuentes de energía renovable, sistemas de almacenamiento eficientes, tecnologías de captura de carbono, agricultura más resiliente, inteligencia artificial aplicada a la gestión de recursos, o innovaciones biomédicas que mejoren la salud sin aumentar las desigualdades.

Pero la sostenibilidad no se limita a la dimensión tecnológica. Supone también decisiones políticas y sociales: qué tecnologías se priorizan, cómo se regulan, qué modelo de consumo se fomenta. La ciencia puede ofrecer conocimiento y herramientas, pero la dirección de la transición depende de valores, instituciones y ciudadanía. De ahí la importancia de una cultura científica sólida, que permita a las sociedades debatir de manera informada y evitar tanto el tecnocratismo como el populismo anti-ciencia.

Europa y España: fortalezas y debilidades

Europa es, históricamente, uno de los grandes motores del conocimiento científico. Desde la física cuántica hasta la biología molecular, el continente ha generado contribuciones decisivas. Además, la Unión Europea ha impulsado en las últimas décadas una agenda científica común a través de programas como Horizonte 2020 y, más recientemente, Horizonte Europa. Estas iniciativas buscan orientar la investigación hacia los grandes retos sociales: el clima, la salud, la digitalización o la inclusión.

España, en este marco, se enfrenta a un desafío doble. Por un lado, cuenta con una comunidad científica de gran talento, con grupos punteros en campos como la biomedicina, la astrofísica o la inteligencia artificial. Por otro, arrastra un déficit crónico de inversión en I+D: apenas supera el 1,4 % del PIB, muy por debajo de la media europea (2,2 %) y aún más lejos de los líderes (Alemania, con más del 3 %). Esta brecha limita la capacidad del país para retener talento, desarrollar una economía basada en el conocimiento y posicionarse en la transición verde y digital.

El caso español muestra de manera clara que no basta con el discurso: hacen falta estructuras estables de financiación, políticas de Estado y un reconocimiento social del valor de la ciencia. De lo contrario, corremos el riesgo de desaprovechar un capital humano y cultural esencial para el futuro.

Ciencia bajo presión

El lugar de la ciencia en nuestras sociedades no está exento de tensiones. En los últimos años hemos asistido a una ola de desinformación: desde las campañas negacionistas sobre el cambio climático hasta la proliferación de bulos sobre vacunas o tecnologías 5G. Estos ataques erosionan la confianza pública y muestran la necesidad de fortalecer tanto la alfabetización científica como la comunicación transparente por parte de las instituciones.

Otra tensión viene de los límites éticos: la edición genética, la inteligencia artificial o la biotecnología abren posibilidades extraordinarias, pero también riesgos que requieren reflexión colectiva. ¿Hasta dónde debemos permitir la manipulación de la vida? ¿Cómo garantizar que la inteligencia artificial respete derechos fundamentales? La ciencia no puede responder sola: necesita un diálogo constante con la filosofía, el derecho, la política y, en última instancia, con la ciudadanía.

Finalmente, la ciencia se ve presionada por las lógicas económicas. La investigación se financia cada vez más con criterios de competitividad y rentabilidad inmediata, lo que a menudo margina la ciencia básica: aquella que, aunque no genere aplicaciones inmediatas, constituye la semilla de los grandes descubrimientos futuros. Invertir en lo aparentemente “inútil” es, paradójicamente, la condición para construir el conocimiento más transformador.

Ciencia como bien común

Una cuestión crucial es si concebimos la ciencia como un bien común o como un recurso privatizado. Gran parte de la investigación se financia con fondos públicos, pero los resultados (patentes, fármacos, tecnologías) acaban a menudo en manos de unas pocas empresas que los comercializan con fines lucrativos. Este modelo genera tensiones entre la lógica del beneficio privado y la responsabilidad social de la ciencia. El debate sobre las patentes de las vacunas contra la COVID-19 lo ejemplificó de forma dramática.

En contraposición, crece el movimiento por la ciencia abierta: acceso libre a publicaciones, datos compartidos, colaboración internacional sin barreras. La Unión Europea ha asumido compromisos en esta línea, y España ha aprobado en 2023 una Ley de la Ciencia que refuerza el mandato de acceso abierto. El reto está en pasar del discurso a la práctica, asegurando que el conocimiento generado con fondos públicos se devuelva a la sociedad.

El papel de la ciudadanía

La ciencia no puede ser patrimonio exclusivo de laboratorios y universidades. La ciencia ciudadana, es decir, la participación de la población en proyectos de investigación, ofrece una vía para democratizar la producción de conocimiento. Desde la monitorización de aves hasta el análisis de calidad del aire en ciudades, cada vez son más los proyectos que involucran a personas no expertas en la recogida y análisis de datos.

Más allá de la utilidad científica, este enfoque fortalece la cultura democrática: implica a la ciudadanía en procesos colectivos, refuerza la conciencia ambiental y fomenta un sentido de corresponsabilidad. En España, la Estrategia de Ciencia Ciudadana busca precisamente dar un marco estable a estas prácticas.

Hacia un debate informado

El propósito de este número de Desafíos 2030 es abrir un espacio para reflexionar, de manera crítica y plural, sobre estas cuestiones. No se trata de ofrecer respuestas cerradas, sino de estimular la conversación. La ciencia es demasiado importante como para dejarla solo en manos de expertos; afecta a la vida de todos, y todos debemos poder discutirla con información rigurosa.

En los artículos que siguen, exploraremos temas clave: desde la inversión en investigación básica hasta la ética de la innovación, pasando por la precariedad de la carrera científica o la necesidad de abrir el conocimiento. La idea es trazar un mapa de retos y posibilidades, con la mirada puesta en 2030 y en el papel que Europa y España deben jugar en un mundo en transformación.

Preguntas para el debate

  1. ¿Qué papel debe tener la ciencia en la consecución de los Objetivos de Desarrollo Sostenible en Europa y España?
  2. ¿Cómo equilibrar la necesidad de innovación tecnológica con las consideraciones éticas y sociales?
  3. ¿Es suficiente la inversión actual en I+D en España para afrontar los desafíos del futuro?
  4. ¿Cómo podemos proteger la ciencia frente a la desinformación y fortalecer la confianza ciudadana?
  5. ¿Debe concebirse la ciencia como un bien común, y qué implicaciones tendría esto en términos de propiedad intelectual y acceso abierto?
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