El valor de la investigación básica

Cuando pensamos en ciencia, muchas veces imaginamos inventos espectaculares, fármacos que salvan vidas o tecnologías que transforman la vida cotidiana. Sin embargo, detrás de cada aplicación visible hay un entramado de investigaciones previas cuyo valor no siempre se reconoce. La investigación básica, aquella que busca comprender los fenómenos fundamentales de la naturaleza sin un objetivo comercial inmediato, constituye el cimiento sobre el que se construyen los grandes avances.

En un mundo cada vez más orientado al beneficio rápido y a la innovación inmediata, la historia de la ciencia nos recuerda que invertir en conocimiento sin aplicación aparente es, paradójicamente, la estrategia más rentable a largo plazo.

¿Qué es la investigación básica?

La distinción entre investigación básica y aplicada no siempre es nítida, pero resulta útil para comprender los diferentes tiempos y lógicas de la ciencia.

La investigación básica busca ampliar el conocimiento sin un objetivo práctico inmediato mientras que la investigación aplicada se orienta a resolver un problema concreto. Por su parte, el desarrollo tecnológico persigue transformar ese conocimiento en productos, servicios o procesos que llegan a la sociedad.

El problema es que, en un contexto de recursos limitados, la investigación básica suele ser la más vulnerable. No ofrece retornos inmediatos, no genera titulares llamativos y, a menudo, sus resultados no se traducen en aplicaciones hasta décadas después. Pero sin ella, la ciencia aplicada y la innovación quedarían sin materia prima.

Lecciones de la historia

Existen múltiples ejemplos que ilustran el valor estratégico de la investigación básica:

  • La electricidad: en el siglo XIX, los estudios sobre cargas eléctricas o corrientes no tenían una aplicación clara. Hoy, la electricidad es la base de nuestra civilización tecnológica.
  • La mecánica cuántica: formulada en los años 20, parecía un campo abstracto de la física. Hoy sustenta desde los semiconductores hasta la resonancia magnética.
  • El ADN: la investigación de Watson, Crick y Franklin buscaba comprender la estructura de la vida. Décadas después, dio lugar a la biotecnología, la medicina genómica y la agricultura transgénica.

Y hay ejemplos mucho más recientes. Si se le hubiese preguntado a la bioquímica húngara Katalin Kariko hace unos años cuándo creía que podrían resultar útiles sus tratamientos y vacunas basadas en la molécula del ARN (ácido ribonucleico) que venía investigando desde la década de los 90 del siglo pasado, lo más probable es que hubiera dicho que dentro de un tiempo, o quizá nunca. Afortunadamente, y pese al cúmulo de rechazos cosechado durante varias décadas, su idea permitió a las empresas Moderna y BioTech desarrollar en tiempo récord la vacuna de ARN mensajero contra el coronavirus. 

Estos ejemplos muestran que la rentabilidad social de la ciencia básica es inmensa, aunque imprevisible y no planificable. El desafío es que, al no poder anticipar qué línea de investigación dará frutos, la única estrategia coherente es mantener un ecosistema científico amplio y estable.

La tentación cortoplacista

En sociedades presionadas por la urgencia (ya sea económica, política o mediática) resulta tentador recortar en aquello cuyos resultados no se ven a corto plazo. La investigación básica sufre especialmente esta lógica. Gobiernos que piensan en ciclos electorales de cuatro años, empresas que buscan beneficios trimestrales o medios que demandan titulares inmediatos no siempre son aliados de la paciencia científica.

Este cortoplacismo genera varios riesgos:

  1. Pérdida de oportunidades futuras: lo que hoy parece irrelevante puede ser crucial mañana.
  2. Dependencia tecnológica: países que descuidan la ciencia básica dependen de quienes sí la cultivan.
  3. Desmotivación del talento joven: si el sistema premia solo resultados rápidos, se desincentiva la investigación más arriesgada e innovadora.

En Europa y, en particular, en España, este riesgo es evidente. El bajo nivel de inversión en I+D sitúa a nuestro país en una posición vulnerable en la economía del conocimiento. Si no se invierte en lo “invisible”, difícilmente podremos aspirar a liderar en lo “visible”.

Ciencia básica y desarrollo sostenible

En el marco de la Agenda 2030, la investigación básica juega un papel central. Aunque se asocie con problemas prácticos (energía limpia, salud global, biodiversidad), detrás de cada reto hay preguntas fundamentales que requieren respuestas previas:

  • Para diseñar nuevos materiales necesitamos entender la física de los átomos y moléculas.
  • Para conservar la biodiversidad, debemos estudiar la ecología y la evolución.
  • Para luchar contra pandemias futuras, es esencial conocer mejor la biología de los virus.
  • Para avanzar en inteligencia artificial, se investiga desde hace décadas en matemáticas, lógica y neurociencia.

La sostenibilidad no se construye solo con políticas o tecnologías ya existentes, sino con una base sólida de conocimiento que permita innovaciones aún insospechadas.

Europa, España y la brecha en la inversión

La Unión Europea reconoce la importancia de la ciencia básica y ha intentado reforzarla a través de programas como el Consejo Europeo de Investigación (ERC), que financia proyectos de frontera sin exigir aplicaciones inmediatas. Sin embargo, incluso en Europa persiste una tendencia a priorizar la investigación con impacto económico directo.

En España, la situación es más delicada. La inversión pública en I+D sigue por debajo del 1,4 % del PIB, frente al 2,2 % de la media europea. Además, buena parte de los fondos se destinan a programas de innovación aplicada, mientras que la investigación fundamental sobrevive con presupuestos ajustados. Esto ha generado una sensación de precariedad y vulnerabilidad en muchos grupos de investigación, a pesar de su excelencia internacional.

El retorno económico (y social) de lo invisible

Invertir en investigación básica es una estrategia económica racional. Diversos estudios han mostrado que cada euro invertido en ciencia fundamental genera retornos multiplicados en términos de innovación, empleo y crecimiento.

Más aún: la ciencia básica tiene un retorno social incalculable. Aporta cultura, despierta vocaciones, alimenta el pensamiento crítico y amplía los horizontes de lo posible. Aunque nunca se tradujera en aplicaciones concretas, ya justificaría su valor por el simple hecho de ampliar nuestra comprensión del mundo.

El papel de la sociedad y la política

La defensa de la investigación básica no puede quedar solo en manos de la comunidad científica. Requiere un compromiso político sostenido y, sobre todo, un reconocimiento social. En la medida en que la ciudadanía comprenda que la ciencia básica es la raíz de futuros avances, será más difícil que se la considere un lujo prescindible.

Aquí, la divulgación y la educación juegan un papel esencial: explicar con claridad qué hacen los científicos, por qué investigan cuestiones aparentemente abstractas y cómo esas preguntas están conectadas con el bienestar de la sociedad.

Una apuesta de futuro

El mundo del mañana dependerá de la capacidad que tengamos hoy para sostener un ecosistema científico diverso, creativo y libre de presiones excesivamente cortoplacistas. La investigación básica es, en este sentido, una apuesta de futuro: un acto de confianza en que el conocimiento, aunque no sepamos aún cómo, acabará siendo útil para construir un mundo más justo, sostenible y habitable.

Si Europa y España quieren estar a la altura de los desafíos de 2030, deben invertir no solo en soluciones inmediatas, sino también en preguntas fundamentales. Porque la ciencia avanza, básicamente, gracias a décadas de trabajo silencioso, de exploración paciente y de curiosidad inagotable.

Preguntas para el debate

  1. ¿Cómo convencer a gobiernos y ciudadanía de la importancia de invertir en investigación básica, cuyos frutos no son inmediatos?
  2. ¿Qué porcentaje del presupuesto de I+D debería destinarse, como mínimo, a ciencia fundamental?
  3. ¿Qué riesgos enfrenta España si sigue invirtiendo menos en investigación que la media europea?
  4. ¿Qué ejemplos históricos resultan más convincentes para mostrar la utilidad de la investigación básica?
  5. ¿Cómo equilibrar la necesidad de resultados prácticos con la importancia de sostener una base sólida de conocimiento?
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