Vivimos en un tiempo marcado por desafíos globales de enorme envergadura: la crisis climática, el aumento de la desigualdad, las tensiones migratorias, la precarización del trabajo, la transformación tecnológica y la fragilidad de los sistemas democráticos. En este contexto, el emprendimiento aparece a menudo como una fórmula mágica para dinamizar economías, generar empleo y “reinventar” el futuro. Sin embargo, no todos los emprendimientos responden de la misma manera a las urgencias sociales y ambientales de nuestro tiempo. Aquí es donde surge con fuerza el emprendimiento social, una forma de emprender que coloca en el centro a las personas, el planeta y el bien común.
Este artículo pretende introducir al lector en el debate: qué entendemos por emprendimiento social, en qué se diferencia de otras formas de emprender y por qué constituye una herramienta valiosa para afrontar los retos que nos plantea el horizonte 2030.
Emprender: más que crear empresas
En el lenguaje cotidiano, “emprender” suele asociarse con la creación de una empresa o de un proyecto innovador con expectativas de crecimiento económico. Pero el verbo emprender significa, en su sentido más básico, “poner en marcha una acción que implica esfuerzo y riesgo”. Desde esta perspectiva, emprender puede tener múltiples orientaciones:
- Emprender un negocio con fines de lucro.
- Emprender una causa comunitaria.
- Emprender un proyecto cultural, educativo o social.
El matiz clave está en qué fines perseguimos al emprender. Mientras el emprendimiento tradicional tiende a valorar el éxito en términos de rentabilidad económica, el emprendimiento social mide su impacto en función de la mejora que genera en la vida de las personas y en la salud de los ecosistemas.
Qué es emprendimiento social
El emprendimiento social se puede definir como la creación de proyectos, organizaciones o empresas que nacen para resolver problemas sociales o ambientales de manera innovadora, sostenible y transformadora.
Algunas características distintivas:
- Finalidad social o ambiental como misión central. La motivación principal no es maximizar beneficios económicos, sino generar impacto positivo en la sociedad.
- Autosuficiencia económica. Aunque no persiga el lucro como fin último, necesita modelos sostenibles que le permitan mantenerse en el tiempo. No depende únicamente de donaciones o ayudas públicas, aunque pueda apoyarse en ellas.
- Innovación social. Propone nuevas formas de hacer frente a viejos problemas: desde plataformas digitales que conectan voluntarios con personas mayores que necesitan apoyo, hasta cooperativas energéticas que producen electricidad renovable para sus socios.
- Participación y comunidad. A menudo involucra a las personas afectadas por el problema en la búsqueda de soluciones, generando procesos colectivos de transformación.
- Impacto medible. Busca evaluar y demostrar los cambios que produce: cuántas personas salen de la exclusión, cuántas toneladas de residuos se evitan, cuántas familias acceden a energía limpia, etc.
Diferencias con otras formas de emprender
El emprendimiento social se confunde a veces con otros modelos cercanos. Conviene distinguirlo:
- Emprendimiento tradicional: prioriza la obtención de beneficios económicos. Puede generar empleo y desarrollo, pero su lógica central es la competencia en el mercado.
- Emprendimiento verde o sostenible: se centra en productos o servicios respetuosos con el medio ambiente, pero no siempre incorpora la dimensión social o comunitaria.
El emprendimiento social se sitúa en la intersección: integra la dimensión económica, social y ambiental en la razón de ser de la organización. No se trata de añadir “un poco de verde” o “un poco de solidaridad” a un negocio convencional, sino de concebir la iniciativa desde el inicio con un propósito transformador.
Por qué importa el emprendimiento social en el horizonte 2030
La Agenda 2030 de Naciones Unidas, con sus 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), nos marca un rumbo colectivo: erradicar la pobreza, reducir desigualdades, proteger el planeta y garantizar condiciones de vida dignas para todas las personas. Estos objetivos no pueden alcanzarse únicamente con la acción de los Estados o de las grandes empresas. Se necesita la energía creativa de la ciudadanía, los colectivos y las comunidades, organizada en iniciativas que surjan desde abajo y que respondan a problemas concretos en contextos locales.
El emprendimiento social encaja en esta lógica:
- Da respuestas cercanas y adaptadas a las necesidades de barrios, pueblos y comunidades.
- Moviliza recursos infrautilizados, como capacidades de personas desempleadas, espacios abandonados o redes de apoyo informal.
- Fomenta la cohesión social, al involucrar a diversos actores en un proyecto común.
- Genera empleo de calidad vinculado a sectores emergentes: cuidados, energía renovable, economía circular, agricultura ecológica, cultura comunitaria, etc.
La importancia de lo local y el arraigo en el territorio
Una de las características más valiosas del emprendimiento social es su capacidad de enraizarse en el territorio. La mayoría de los proyectos sociales nacen para dar respuesta a problemas concretos de una comunidad: un barrio que sufre la falta de espacios culturales, un pueblo en riesgo de despoblación, un colectivo de mujeres que busca empleo digno o una comunidad rural que quiere gestionar de forma sostenible sus recursos naturales.
Esta dimensión local tiene varias ventajas:
- Proximidad y conocimiento de la realidad. Los actores locales conocen mejor que nadie las necesidades, fortalezas y carencias de su entorno.
- Confianza y legitimidad. Un proyecto que surge desde dentro de la comunidad genera más apoyo y participación ciudadana.
- Impacto tangible. Los beneficios pueden observarse de manera directa: un espacio recuperado, un empleo creado, un servicio nuevo para la población.
Ahora bien, que el emprendimiento social esté anclado en lo local no significa que deba ser necesariamente limitado o cerrado. De hecho, muchos proyectos logran un alcance global a través de alianzas y redes con otros actores territoriales. Así ocurre con cooperativas energéticas que se conectan en federaciones europeas, con proyectos de comercio justo que vinculan a pequeños productores del Sur Global con consumidores en ciudades europeas, o con plataformas digitales que, partiendo de un municipio, se expanden a nivel regional o incluso internacional.
En este sentido, el emprendimiento social nos invita a pensar en un modelo de desarrollo en el que lo local y lo global se articulan:
- Lo local ofrece arraigo, identidad y participación directa.
- Lo global aporta aprendizajes, recursos y escalabilidad a través de alianzas estratégicas.
Así, un emprendimiento social puede ser al mismo tiempo un proyecto profundamente ligado a su territorio y un actor que contribuye a desafíos globales como el cambio climático, la igualdad de género o la reducción de la pobreza.
Retos y debates
El emprendimiento social no está exento de tensiones y desafíos. Algunos de los más relevantes:
- Sostenibilidad financiera: cómo garantizar ingresos sin desvirtuar la misión social.
- Escalabilidad: hasta qué punto los proyectos pueden crecer sin perder su carácter comunitario.
- Reconocimiento legal e institucional: falta de marcos normativos que diferencien y apoyen a estos emprendimientos.
- Riesgo de cooptación: cuando empresas tradicionales adoptan un discurso social como estrategia de marketing sin un compromiso real (“social washing”).
Estos debates son necesarios, porque el emprendimiento social no es una panacea, sino una herramienta que requiere reflexión crítica.
Un concepto vivo y plural
Conviene subrayar que no existe una única definición ni un modelo cerrado de emprendimiento social. Sus formas dependen de contextos históricos, culturales y políticos. En Europa, se vincula con la economía social y solidaria (cooperativas, mutualidades, asociaciones). En América Latina, se asocia con proyectos comunitarios y movimientos sociales. En otros lugares, adopta formatos híbridos entre empresa y ONG.
Esta diversidad es, de hecho, una de sus fortalezas: no hay un único camino para emprender socialmente, sino múltiples senderos que se adaptan a las realidades locales.
Una invitación al lector
El emprendimiento social nos interpela como ciudadanos y como estudiantes, porque plantea preguntas de fondo:
- ¿Qué significa “tener éxito” en una sociedad marcada por la desigualdad y la crisis ecológica?
- ¿Podemos imaginar proyectos económicos que no midan su valor solo en euros, sino en mejoras de vida y en regeneración de ecosistemas?
- ¿Qué papel tenemos cada uno de nosotros, como futuros profesionales, como vecinos, como consumidores, en apoyar y crear iniciativas de este tipo?
La respuesta no puede darse de manera individual: requiere conversación, debate y aprendizaje colectivo.
Conclusión
El emprendimiento social es, ante todo, una forma de emprender con propósito. No se limita a inventar un producto novedoso ni a perseguir beneficios rápidos, sino que busca transformar realidades, generar justicia social y cuidar del planeta. En un mundo atravesado por crisis simultáneas, representa una apuesta por la innovación al servicio de lo común.
Su fuerza radica en la proximidad al territorio y en la capacidad de movilizar recursos locales, pero también en su potencial de conectar con redes más amplias y trascender fronteras. Lo local y lo global no son opuestos, sino dimensiones complementarias de un mismo proceso de transformación.
A lo largo de este número de Desafíos 2030, exploraremos distintos aspectos: desde las dificultades para emprender en clave social hasta las ideas concretas en ámbitos como alimentación, cuidados, energía, educación, cultura o urbanismo. También abordaremos la cuestión de la financiación, la formación y el papel de la economía social.
Este primer artículo solo pretende abrir la conversación. La invitación está lanzada: emprender en el siglo XXI ya no puede ser únicamente un acto económico; ha de ser, necesariamente, un acto social, colectivo y territorialmente enraizado, pero con mirada global.