Desde hace dos décadas, la escuela española vive un debate intenso que afecta al corazón de la enseñanza: ¿qué debe primar, la transmisión de contenidos o el desarrollo de competencias? El dilema es simplificado, pero condensa tensiones de fondo: el modelo de ciudadanía y de persona que queremos formar, el papel de la escuela frente a los desafíos del siglo XXI y la función social del conocimiento.
¿Qué entendemos por “competencias”?
El concepto de competencia educativa surge con fuerza a partir de las recomendaciones de la OCDE y de la Unión Europea, que plantean que la escuela no solo debe transmitir saberes disciplinares, sino capacitar al alumnado para movilizar esos saberes en contextos diversos.
Una competencia es la combinación de conocimientos, destrezas, actitudes y valores que permiten actuar de manera eficaz y responsable en un ámbito concreto. Por ejemplo, no se trata solo de “saber matemáticas”, sino de usar las matemáticas para resolver problemas cotidianos, profesionales o ciudadanos.
Dentro de este marco, las llamadas habilidades blandas (soft skills) ocupan un lugar creciente: comunicación, trabajo en equipo, creatividad, pensamiento crítico, resiliencia, empatía, capacidad de aprender a aprender. Son habilidades transversales que, aunque no se vinculan a una asignatura concreta, resultan esenciales en el mundo laboral y en la vida cívica.
El origen del debate en España
La LOE de 2006 ya incorporó la idea de competencias básicas, alineadas con la Recomendación Europea de 2006 sobre las ocho competencias clave para el aprendizaje permanente. La LOMCE de 2013 reforzó las pruebas estandarizadas, criticada por excesiva obsesión con resultados medibles. Finalmente, la LOMLOE de 2020 apuesta por un currículo competencial, reduciendo la sobrecarga de contenidos y priorizando aprendizajes aplicables y significativos.
El debate, sin embargo, se ha intensificado:
- Quienes apoyan el enfoque competencial ven en él una vía para adaptar la escuela al siglo XXI, conectar aprendizajes con la vida real, y dotar de herramientas críticas frente a la sobreabundancia de información.
- Quienes lo critican sostienen que puede provocar una devaluación del conocimiento disciplinar, fragmentando saberes en actividades superficiales y dejando al alumnado sin referentes sólidos.
Los argumentos a favor del enfoque competencial
- Relevancia social y laboral. El mercado de trabajo y la sociedad actual demandan no solo conocimientos técnicos, sino habilidades transversales: adaptabilidad, comunicación, capacidad de aprender continuamente.
- Motivación y significado. Conectar contenidos con problemas reales favorece la implicación del alumnado y combate el aprendizaje memorístico sin comprensión.
- Ciudadanía crítica. En un entorno saturado de información y desinformación, lo crucial no es solo “saber datos”, sino discernir, contrastar y usarlos con criterio ético y democrático.
- Equidad. Una escuela centrada exclusivamente en contenidos tiende a beneficiar a quienes tienen un capital cultural alto en sus hogares; un enfoque competencial puede reducir esa brecha si se aplica bien.
Las críticas y cautelas
- Riesgo de superficialidad. Si se reduce el peso de contenidos, las competencias pueden quedar en ejercicios poco profundos, sin base sólida en conocimientos rigurosos.
- Formación docente insuficiente. Muchos docentes no han recibido una preparación adecuada para diseñar aprendizajes competenciales ni para evaluar competencias de forma justa.
- Evaluación compleja. Medir competencias exige instrumentos más sofisticados que exámenes tradicionales; sin ellos, la evaluación puede volverse arbitraria.
- Presión de organismos internacionales. Algunos críticos ven en el discurso competencial un alineamiento excesivo con las demandas del mercado laboral y con pruebas como PISA, en detrimento de la autonomía cultural y científica de la escuela.
Más allá de la dicotomía: hacia un modelo integrado
Reducir el debate a “contenidos vs competencias” es un error. La clave está en cómo integrar ambos planos:
- Sin contenidos sólidos, no hay competencias reales. Para pensar críticamente o resolver problemas, el alumnado necesita un conocimiento profundo y estructurado.
- Sin competencias, los contenidos quedan inertes. Memorizar sin saber aplicar o relacionar conduce a aprendizajes poco útiles y olvidadizos.
El reto es diseñar currículos que organicen los contenidos en torno a competencias, y no que los sustituyan. Aprender historia, por ejemplo, no es solo recordar fechas, sino entender procesos y extraer lecciones para la ciudadanía actual. Aprender matemáticas no es solo repetir fórmulas, sino aplicarlas a problemas del mundo real.
Claves del debate en curso
- Currículo sobrecargado. En España, los programas suelen acumular demasiados contenidos, dejando poco espacio para proyectos competenciales. La LOMLOE trata de aligerar, pero queda por ver cómo se aplica.
- Autonomía docente. ¿Hasta qué punto el profesorado puede adaptar el currículo a proyectos competenciales sin riesgo de arbitrariedad o desigualdad entre centros?
- Desigualdad social. ¿Conduce un currículo competencial a más inclusión o a reforzar desigualdades si no se acompaña de recursos adecuados?
- Transmisión de saberes. ¿Existe riesgo de diluir la transmisión de herencia cultural y científica en favor de destrezas genéricas y adaptativas?
- Evaluación y rendición de cuentas. El sistema necesita pruebas justas y rigurosas que valoren tanto conocimientos como competencias, evitando tanto la trivialización como el academicismo rígido.
Conclusión
El debate sobre contenidos y competencias es, en realidad, una conversación sobre qué educación queremos: si una escuela centrada en transmitir saberes estandarizados o una que forme personas críticas, creativas y capaces de afrontar retos inéditos.
La clave no es elegir entre contenidos o competencias, sino construir un equilibrio fecundo donde los conocimientos sean la base sólida y las competencias el puente hacia la vida real. Solo así la escuela podrá cumplir su doble misión: transmitir cultura y conocimiento y formar ciudadanos capaces de transformarla.
Preguntas para el debate
- ¿Cómo garantizar que las competencias no se conviertan en aprendizajes superficiales?
- ¿Hasta qué punto el currículo debe priorizar habilidades blandas frente a contenidos disciplinares?
- ¿Puede el enfoque competencial reducir desigualdades sociales o, por el contrario, aumentarlas?
- ¿Cómo debe formarse y evaluarse al profesorado para que el cambio sea real y no retórico?
- ¿Qué peso deben tener organismos como la OCDE en la definición de los currículos nacionales?