La atención primaria es el nivel asistencial que más contacto tiene con la población. Es el encargado de abordar la mayoría de los problemas de salud desde un enfoque integral, continuo y cercano. Su función no se limita al diagnóstico y tratamiento de enfermedades comunes. Incluye también la prevención, la educación para la salud, el seguimiento de enfermedades crónicas y la coordinación con otros niveles asistenciales.
Pero en la práctica, ese papel estratégico ha sido desatendido durante años. A pesar de que más del 80% de las consultas médicas en España se resuelven en el ámbito de la atención primaria, esta apenas recibe entre el 14% y el 17% del gasto sanitario público total, según datos recientes del Ministerio de Sanidad. Una cifra que contrasta con el objetivo del 25% recomendado por organizaciones internacionales.
Un modelo que funciona… hasta que lo descuidan
La atención primaria en España ha demostrado, históricamente, ser eficiente, resolutiva y bien valorada por la ciudadanía. Pero el modelo se encuentra en una situación crítica. Los centros de salud están desbordados, la escasez de profesionales, sobre todo médicos de familia y pediatras, es alarmante. Además, unas condiciones laborales poco atractivas dificultan la atracción y retención de personal.
En algunas comunidades autónomas, los tiempos de espera para conseguir una cita con el médico de cabecera superan los 10 días, lo que empuja a muchos pacientes hacia los servicios de urgencias o hacia la sanidad privada. Además, la sobrecarga asistencial impide dedicar tiempo suficiente a tareas clave como la prevención, el seguimiento de enfermedades crónicas o la atención domiciliaria.
A ello se suma una infraestructura desigual: muchos centros de salud en zonas rurales o barrios empobrecidos carecen de recursos adecuados, lo que profundiza las desigualdades territoriales y sociales.
Un problema de planificación (y de prioridades)
Los problemas de la atención primaria no son nuevos. Vienen de lejos y tienen que ver con decisiones políticas y presupuestarias sostenidas en el tiempo. Durante años, se ha apostado por modelos hospitalocéntricos, centrados en la alta tecnología y la especialización, en detrimento de un modelo de salud más próximo y preventivo.
Tampoco ha existido una planificación adecuada de los recursos humanos. El número de plazas MIR en Medicina de Familia ha sido históricamente insuficiente, y muchas de las plazas convocadas en los últimos años han quedado desiertas, especialmente en zonas rurales. La precariedad, la sobrecarga y la falta de reconocimiento profesional han hecho de esta especialidad una opción poco atractiva para los nuevos médicos.
¿Por qué importa tanto reforzar la atención primaria?
Porque una atención primaria fuerte no solo mejora la salud de la población, sino que reduce los ingresos hospitalarios, mejora el control de enfermedades crónicas, contiene el gasto sanitario y reduce las desigualdades. Diversos estudios muestran que los sistemas con una atención primaria sólida logran mejores resultados en salud y mayor equidad.
Además, la atención primaria es el lugar idóneo para trabajar desde la perspectiva de salud comunitaria, colaborando con escuelas, asociaciones y servicios sociales, y abordando los determinantes sociales de la salud: vivienda, alimentación, empleo, salud mental, soledad no deseada…
¿Innovación o sustitución? El debate sobre la telemedicina
En los últimos años, y especialmente tras la pandemia de COVID-19, varias comunidades autónomas han promovido la expansión de la telemedicina y el telediagnóstico en la atención primaria, con el objetivo de mejorar la eficiencia, reducir desplazamientos y aliviar las agendas médicas.
Sin embargo, en algunos casos, estas herramientas han pasado de ser un recurso complementario a convertirse en un sustituto parcial de la atención presencial directa, generando críticas desde colectivos profesionales, organizaciones ciudadanas y pacientes.
Estas iniciativas no son homogéneas ni intrínsecamente negativas: la telemedicina puede ser una herramienta útil y necesaria, especialmente en zonas dispersas o para pacientes con movilidad reducida. Pero su implementación debe regirse por criterios clínicos, éticos y de equidad, no por lógica de ahorro o sustitución de personal sanitario.
La atención primaria no es solo diagnóstico: es escucha, acompañamiento, vínculo, continuidad. Difícilmente puede automatizarse o delegarse en una pantalla.
Ejemplos de renovación (y de resistencia)
A pesar del contexto adverso, existen experiencias de innovación en distintas comunidades autónomas. Equipos multidisciplinares más cohesionados, programas de salud comunitaria, impulso a la atención domiciliaria, incorporación de profesionales de psicología, trabajo social y salud pública en los centros de salud…
En Cataluña, Navarra o Euskadi se han desarrollado estrategias de fortalecimiento de la atención primaria que podrían servir de inspiración a escala estatal. Sin embargo, estas buenas prácticas aún son la excepción y no la norma.
Desde hace años, el Departament de Salut de la Generalitat de Catalunya ha impulsado proyectos de salud comunitaria integrados en la atención primaria, con equipos multidisciplinares que colaboran con el tejido asociativo local.
Uno de los casos más destacados es el del CAP Raval Nord (Barcelona), donde el equipo sanitario trabaja estrechamente con escuelas, asociaciones de vecinos, centros culturales y entidades migrantes. Se realizan diagnósticos participativos de salud comunitaria, visitas domiciliarias integrales y actividades grupales en el barrio (talleres, huertos urbanos, deporte comunitario…). El modelo se basa en escuchar a la comunidad y trabajar desde sus necesidades reales, no solo desde los indicadores clínicos.
El Servicio Navarro de Salud ha sido pionero en integrar la figura de la trabajadora social sanitaria en todos sus equipos de atención primaria. Su función es abordar los determinantes sociales de la salud, hacer seguimiento de casos complejos y conectar con los recursos sociales del entorno. Esta integración ha permitido mejorar la respuesta a problemas como el aislamiento, la pobreza energética, la violencia de género o la dependencia, y se considera una pieza clave para dar una atención verdaderamente integral y coordinada.
En Euskadi, el sistema sanitario público (Osakidetza) ha desarrollado una estrategia para dotar a la atención primaria de mayor autonomía organizativa, más profesionales de medicina de familia y pediatría, e incorporación progresiva de profesionales de psicología clínica en centros de salud. Destaca el programa de crónicos y pluripatológicos, que ha permitido que los médicos y enfermeras de familia lideren el seguimiento de pacientes con enfermedades complejas, reduciendo derivaciones innecesarias y hospitalizaciones.
Lo que está en juego
Reforzar la atención primaria no puede ser una promesa retórica: requiere recursos, cambios organizativos y voluntad política sostenida. Es imprescindible aumentar la inversión, mejorar las condiciones laborales del personal sanitario, rediseñar los modelos de atención y revalorizar el papel de esta primera línea.
Pero sobre todo, se necesita una visión del sistema sanitario en la que la salud de las personas esté por encima de la lógica del mercado y del cortoplacismo político. Una atención primaria fuerte no solo es más eficiente: es más humana, más justa y más democrática.
En el camino hacia 2030, no hay sistema sanitario público que pueda sostenerse sin ella.
Preguntas para el debate
- ¿Por qué la atención primaria ha sido históricamente infravalorada?
- ¿Qué medidas serían más eficaces para reforzarla como eje del SNS?
- ¿Cómo afectan las listas de espera en primaria al uso de la sanidad privada?
- ¿Qué papel juega la atención comunitaria en la salud de un barrio o territorio?
- ¿Debería haber una financiación finalista y específica para atención primaria?

