En un mundo cada vez más interdependiente, la cooperación al desarrollo se ha convertido en un terreno clave de reflexión y acción colectiva. La pandemia de la COVID-19, el genocidio en Gaza, la crisis climática y el aumento de las desigualdades han mostrado de manera contundente que los problemas de nuestro tiempo no entienden de fronteras. En este contexto, hablar de cooperación ya no es solo hablar de solidaridad, sino también de interés común y de responsabilidad compartida.
El presente artículo tiene un carácter introductorio: busca sentar las bases conceptuales y estratégicas para entender qué es la cooperación al desarrollo, cuáles son sus fundamentos, cómo se vincula a la Agenda 2030 y qué tensiones atraviesan el debate actual. La intención es ofrecer un marco riguroso pero accesible, que sirva como punto de partida para los artículos posteriores de este número de Desafíos 2030.
¿Qué entendemos por cooperación al desarrollo?
La expresión «cooperación al desarrollo» hace referencia al conjunto de acciones, políticas, recursos y relaciones mediante las cuales unos actores (Estados, organismos internacionales, organizaciones sociales, universidades, empresas, individuos) buscan apoyar procesos de desarrollo en otros países, generalmente en contextos de pobreza o vulnerabilidad.
No obstante, no existe una definición única ni neutral. Para algunos, cooperación significa transferir recursos financieros y técnicos desde el Norte hacia el Sur global. Para otros, supone establecer alianzas horizontales entre iguales, orientadas a construir capacidades locales y fortalecer derechos. Y para una visión más crítica, la cooperación debe entenderse como un instrumento de justicia global, reparando desequilibrios históricos originados por la colonización, el comercio desigual o el cambio climático.
Así, el concepto oscila entre tres polos:
- Asistencia: ayuda material para aliviar carencias inmediatas.
- Desarrollo: apoyo a procesos de transformación social, económica e institucional.
- Justicia global: corrección de desigualdades estructurales que trascienden la ayuda puntual.
El debate contemporáneo se centra en cómo equilibrar estas tres dimensiones sin caer en el paternalismo, la dependencia o la instrumentalización política.
La Agenda 2030 y los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS)
Desde 2015, el marco de referencia más influyente es la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, aprobada por Naciones Unidas y respaldada por 193 países. Sus 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) buscan erradicar la pobreza, reducir las desigualdades, garantizar el acceso universal a la salud, la educación y la energía, y frenar el cambio climático, entre otros propósitos.
La Agenda 2030 introduce tres novedades importantes para la cooperación al desarrollo:
- Universalidad: ya no se trata solo de que los países «ricos» ayuden a los «pobres»; todos los países tienen retos internos que afrontar y responsabilidades compartidas.
- Integralidad: los ODS están interconectados; no es posible abordar la pobreza sin tener en cuenta la desigualdad de género, la sostenibilidad ambiental o la gobernanza democrática.
- Multiactor: gobiernos, empresas, universidades, ONG, comunidades locales y ciudadanía deben participar en la construcción de soluciones.
En este sentido, la cooperación se entiende menos como transferencia unilateral de recursos y más como construcción de bienes públicos globales: salud, paz, seguridad alimentaria, biodiversidad, estabilidad climática.
Cooperación y solidaridad: entre valores y realpolitik
Un debate constante es si la cooperación al desarrollo responde a valores éticos (solidaridad, justicia, derechos humanos) o a intereses estratégicos (geopolíticos, comerciales, migratorios). La realidad muestra que ambos elementos conviven.
- Por un lado, la ayuda humanitaria inmediata tras un terremoto o una epidemia responde a principios de humanidad y solidaridad.
- Por otro, muchas veces la cooperación está vinculada a intereses de política exterior: afianzar alianzas, abrir mercados, contener flujos migratorios o ganar influencia diplomática.
España, por ejemplo, ha orientado parte de su cooperación hacia América Latina y el norte de África, zonas de afinidad cultural y de relevancia estratégica. La Unión Europea ha utilizado la cooperación como instrumento de vecindad y estabilización en el Mediterráneo, África y Europa del Este.
La tensión entre valores y realpolitik no tiene fácil solución, pero merece ser transparentada: ¿es legítimo que los países definan sus prioridades de cooperación en función de sus intereses nacionales? ¿Cómo garantizar que ello no distorsione los objetivos de desarrollo de los países receptores?
De la ayuda al partenariado
En los años cincuenta y sesenta, la cooperación se concebía principalmente como ayuda: transferencias financieras, donaciones de alimentos, envío de expertos desde los países desarrollados hacia los países en desarrollo. Con el tiempo, esta visión asistencialista mostró sus límites: generaba dependencia, debilitaba capacidades locales y reforzaba relaciones verticales.
Desde los años noventa, la narrativa se ha desplazado hacia el partenariado (partnership): relaciones de colaboración entre iguales, con mayor protagonismo de los países del Sur y de actores no estatales. Este cambio se refleja en las declaraciones de París (2005), Accra (2008) y Busan (2011), que han puesto énfasis en la eficacia de la ayuda, la apropiación por parte de los países receptores y la rendición de cuentas mutua.
Hoy se habla cada vez más de cooperación transformadora, que no se limita a transferir recursos, sino que busca incidir en las causas estructurales de la desigualdad, desde la fiscalidad internacional hasta las reglas del comercio global.
Europa y España en el escenario de la cooperación
Europa es el mayor donante de ayuda al desarrollo a nivel global: la UE y sus Estados miembros aportan más del 40 % del total mundial. Además, la UE se ha caracterizado por un enfoque relativamente progresista, que combina la ayuda con políticas de derechos humanos, igualdad de género y sostenibilidad ambiental. Sin embargo, también se la ha criticado por condicionar parte de su ayuda a objetivos de control migratorio o seguridad.
En el caso español, la cooperación internacional se consolidó a finales de los años ochenta y alcanzó su punto álgido en 2008, cuando la Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD) representaba el 0,46 % de la Renta Nacional Bruta. La crisis económica redujo drásticamente ese esfuerzo, que cayó por debajo del 0,2 %. Actualmente, España se ha comprometido a recuperar progresivamente los niveles de aportación, con la meta del 0,7 % en línea con las recomendaciones internacionales.
Un rasgo distintivo del modelo español es la cooperación descentralizada, donde comunidades autónomas y ayuntamientos desempeñan un papel relevante en la financiación y ejecución de proyectos. Este pluralismo ha enriquecido el sistema, aunque también plantea desafíos de coordinación y coherencia.
Críticas y dilemas contemporáneos
La cooperación al desarrollo, lejos de ser un terreno pacífico, es objeto de críticas y dilemas. Algunos de los más destacados son:
- Eficacia real: ¿la ayuda logra reducir la pobreza o refuerza élites locales y estructuras de dependencia?
- Condicionalidad: ¿es legítimo condicionar la ayuda a reformas económicas o políticas en los países receptores?
- Paternalismo: ¿hasta qué punto la cooperación reproduce relaciones de poder asimétricas entre Norte y Sur?
- Sostenibilidad: ¿se priorizan proyectos a corto plazo o procesos de transformación duraderos?
- Emergencia climática: ¿cómo compatibilizar la cooperación con la necesidad de reducir emisiones globales y financiar la adaptación de los países más vulnerables?
Estos dilemas invitan a no idealizar la cooperación, sino a verla como un campo de disputa donde se juegan intereses, valores y modelos de sociedad.
Hacia una ciudadanía crítica y global
Más allá de gobiernos y organismos internacionales, la cooperación interpela directamente a la ciudadanía. En sociedades interconectadas, las decisiones de consumo, las políticas fiscales, el uso de tecnologías o la gestión de residuos tienen impactos globales. La llamada educación para la ciudadanía global busca justamente formar personas críticas, conscientes de esas interdependencias y capaces de actuar en consecuencia.
En España, encuestas del CIS muestran que la población valora positivamente la cooperación internacional, aunque con matices según coyunturas económicas y políticas. Para reforzar ese apoyo social es clave explicar que la cooperación no es caridad ni lujo, sino una inversión ética y estratégica en un mundo compartido.
Conclusión
La cooperación al desarrollo se encuentra en un momento decisivo. Por un lado, enfrenta cuestionamientos sobre su eficacia, legitimidad y coherencia. Por otro, nunca había sido tan evidente la necesidad de respuestas colectivas a problemas globales: pandemias, crisis climática, desigualdad, migraciones, conflictos armados.
En el horizonte de la Agenda 2030, la cooperación no puede limitarse a ser transferencia de recursos, sino que debe convertirse en un instrumento de transformación, justicia y corresponsabilidad global. España y Europa, con sus particularidades, están llamadas a jugar un papel relevante, pero la clave estará en implicar a la ciudadanía y, en particular, a las nuevas generaciones.
Este artículo abre un recorrido que, a lo largo de las siguientes páginas, explorará el origen, la evolución, los actores y los retos de la cooperación al desarrollo, con el propósito de alimentar un debate informado y crítico en torno a cómo construir un futuro más justo y sostenible para todas las personas.
Preguntas para el debate
- ¿Debe entenderse la cooperación como asistencia, desarrollo o justicia global? ¿Qué implicaciones tiene cada enfoque?
- ¿Cómo cambia la cooperación al situarse en el marco de la Agenda 2030 y de los ODS?
- ¿Hasta qué punto es legítimo que los países donantes orienten su cooperación según intereses estratégicos propios?
- ¿Qué papel debe jugar la ciudadanía en la definición de las prioridades de cooperación?
- ¿Cómo podemos evitar que la cooperación reproduzca dependencias o paternalismos?