De la paz perpetua al retorno de la guerra: claves del nuevo clima bélico

Tras la caída del Muro de Berlín en 1989, muchos analistas creyeron que el mundo entraba en una “era de paz”. El politólogo Francis Fukuyama llegó a hablar del “fin de la historia”, con la democracia liberal y el libre mercado como horizonte indiscutible. Sin embargo, tres décadas después, la realidad es muy distinta: las guerras han vuelto al corazón de Europa, los conflictos se multiplican en África y Oriente Medio, y el gasto militar global se dispara.

Hoy vivimos un nuevo clima bélico que cuestiona no solo la promesa de paz de la posguerra fría, sino también la capacidad del sistema internacional para prevenir la violencia. El genocidio en Palestina, la guerra en Ucrania, los enfrentamientos en el Sahel y las tensiones en el Mar de China son recordatorios de que la paz nunca estuvo garantizada.

El mito de la paz perpetua

El filósofo Immanuel Kant imaginó en el siglo XVIII una “paz perpetua” basada en repúblicas democráticas, comercio y cooperación internacional. La creación de Naciones Unidas en 1945 y de la Unión Europea décadas más tarde parecieron materializar esa visión. Sin embargo, la historia reciente muestra que las estructuras multilaterales son insuficientes frente a la lógica del poder y los intereses nacionales.

La década de 1990 estuvo marcada por el optimismo en torno a la globalización. Pero el inicio del siglo XXI, con los atentados del 11-S y la invasión de Irak en 2003, inauguró una nueva era de guerras preventivas, terrorismo global y erosión del derecho internacional.

El nuevo orden internacional: de la hegemonía a la multipolaridad

El final de la Guerra Fría inauguró un breve periodo de hegemonía casi indiscutida de Estados Unidos, que definió el marco de la globalización neoliberal y un orden internacional basado en instituciones multilaterales controladas desde Occidente. Ese “momento unipolar” ha quedado atrás.

Hoy asistimos a la consolidación de un mundo multipolar, donde distintos bloques pugnan por influencia en lo económico, lo tecnológico y lo militar. China se proyecta como potencia global con su Nueva Ruta de la Seda y sus avances en inteligencia artificial; Rusia desafía a Europa con la invasión de Ucrania; India y otros países del Sur global reclaman mayor autonomía estratégica; mientras que Turquía, Irán o Brasil buscan consolidarse como actores regionales.

La Unión Europea, atrapada entre la dependencia de EE. UU. y la necesidad de definir su propio rol, aparece debilitada, sobre todo por la incoherencia de su respuesta a violaciones flagrantes del derecho internacional como el genocidio palestino.

Este nuevo escenario multipolar no significa automáticamente mayor justicia o estabilidad: puede traducirse en una competencia más agresiva por recursos y en la erosión definitiva de un multilateralismo ya en crisis. La ola ultraderechista global, con su rechazo a la cooperación internacional, agrava todavía más la fragmentación.

Frente a ello, la única alternativa viable es apostar por un multilateralismo inclusivo y renovado: instituciones internacionales más democráticas, un derecho internacional aplicado de manera coherente (sin dobles raseros) y una diplomacia que priorice la cooperación sobre la confrontación. España y Europa, si eligen la coherencia, podrían desempeñar un papel de mediación y puente en este nuevo tablero.

El retorno de la guerra en Europa: Ucrania como punto de inflexión

La invasión rusa de Ucrania en 2022 ha sido un punto de quiebre. Por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, Europa asiste a una guerra de alta intensidad en su territorio, con miles de muertos, millones de desplazados y un impacto geopolítico profundo.

Este conflicto ha tenido varias consecuencias:

  • La militarización acelerada de la Unión Europea, con aumentos históricos en los presupuestos de defensa.
  • El refuerzo de la OTAN, que ha recuperado centralidad estratégica.
  • Una crisis energética y alimentaria global derivada del bloqueo de exportaciones.
  • La polarización internacional, con Rusia y China en un bloque frente a Estados Unidos y Europa.

El caso ucraniano demuestra que la guerra no es una reliquia del pasado, sino un instrumento aún vigente de la política internacional.

Palestina: un genocidio frente a la tibieza internacional

El genocidio palestino constituye otro de los episodios más graves de la violencia contemporánea. Los bombardeos masivos sobre Gaza, los desplazamientos forzados, el bloqueo humanitario y la sistemática vulneración del derecho internacional humanitario han sido denunciados por organizaciones de derechos humanos y por amplios sectores de la sociedad civil global.

Sin embargo, la respuesta de la comunidad internacional ha sido tibia y contradictoria. Muchos países europeos, incluida España, han oscilado entre la condena retórica y la inacción práctica, priorizando alianzas estratégicas y equilibrios diplomáticos. Esta doble moral revela la crisis del multilateralismo y la incapacidad del sistema internacional para proteger a las poblaciones civiles.

Palestina es un espejo incómodo: demuestra hasta qué punto el orden internacional sigue regido por intereses geopolíticos más que por principios de justicia y paz.

Conflictos olvidados: el mapa del Sur global

Mientras Ucrania y Palestina ocupan titulares, otros conflictos prolongados apenas reciben atención mediática:

  • Yemen, con la peor crisis humanitaria del mundo según la ONU.
  • Etiopía y la región del Tigray, donde millones de personas han sufrido desplazamientos y hambrunas.
  • El Sahel (Mali, Burkina Faso, Níger), escenario de violencia yihadista, golpes de Estado y creciente injerencia de potencias extranjeras.
  • Myanmar, con persecuciones contra la minoría rohinyá.

Estos conflictos revelan la desigual distribución de la atención internacional: mientras algunos reciben ayuda militar y política, otros son condenados al olvido, perpetuando la desigualdad en la protección de los derechos humanos.

La nueva carrera armamentística

El gasto militar mundial alcanzó en 2022 su máximo histórico, superando los 2,2 billones de dólares. Europa lidera este incremento, con Alemania, Polonia y España multiplicando sus presupuestos de defensa. Estados Unidos sigue siendo el país que más invierte, seguido por China y Rusia.

La proliferación de armas nucleares, drones y sistemas de inteligencia artificial aplicados a la guerra introduce riesgos inéditos. La posibilidad de errores técnicos o ataques cibernéticos aumenta la vulnerabilidad global. Lejos de garantizar seguridad, la carrera armamentística alimenta un círculo vicioso de desconfianza y escalada.

Crisis del multilateralismo: instituciones deslegitimadas

La incapacidad de la ONU para frenar genocidios y guerras refleja una profunda crisis de legitimidad. El Consejo de Seguridad, paralizado por vetos cruzados entre potencias, se muestra incapaz de actuar con independencia.

A esta crisis institucional se suma el auge de la ultraderecha global, que promueve discursos nacionalistas y anti-multilaterales. Líderes políticos en Europa, Estados Unidos y América Latina cuestionan la utilidad de organismos internacionales, reduciendo el margen de acción colectiva.

El resultado es un sistema internacional debilitado, donde el derecho internacional se aplica de manera selectiva y donde la paz se subordina a la lógica del poder.

España y Europa ante el nuevo clima bélico

España, como miembro de la OTAN y la UE, participa activamente en este contexto. Ha incrementado su gasto militar, participa en misiones internacionales y mantiene bases estratégicas utilizadas por Estados Unidos.

En el plano interno, la militarización plantea dilemas éticos y presupuestarios: ¿puede un país invertir miles de millones en armas mientras mantiene déficits en sanidad, educación o vivienda? ¿Qué significa apostar por la paz cuando la respuesta prioritaria es armamentista?

En Europa, el debate es similar. Los discursos oficiales apelan a la defensa de la democracia, pero la práctica revela una creciente dependencia del complejo militar-industrial.

Retos hacia 2030

De cara al horizonte 2030, los desafíos en materia bélica son evidentes:

  • Frenar genocidios y crímenes de guerra con mecanismos de justicia internacional eficaces.
  • Reforzar el multilateralismo y reformar instituciones como la ONU para hacerlas más representativas y operativas.
  • Regular el uso de nuevas tecnologías militares, desde drones hasta inteligencia artificial.
  • Priorizar la diplomacia y la cooperación sobre la lógica armamentista.
  • Promover una cultura de paz que contrarreste los discursos belicistas y nacionalistas.

Conclusión: la paz como tarea urgente

El nuevo clima bélico global pone en cuestión el ideal de paz perpetua. Las guerras en Ucrania, Palestina y en tantos otros lugares nos recuerdan que la violencia sigue siendo una herramienta recurrente en las relaciones internacionales.

Frente a ello, Europa y España deben decidir si quieren ser actores que perpetúan la militarización o si, por el contrario, apuestan por liderar un giro hacia la diplomacia, la cooperación y la justicia.

Hablar de paz en 2030 exige realismo, pero también valentía: reconocer que la seguridad no se construye con más armas, sino con más justicia, más derechos y más solidaridad.

Preguntas para el debate

  1. ¿Por qué el optimismo tras la Guerra Fría resultó ser infundado?
  2. ¿Qué implicaciones tiene la guerra en Ucrania para Europa y el mundo?
  3. ¿Qué revela el genocidio palestino sobre los límites del derecho internacional?
  4. ¿Cómo se explica el aumento del gasto militar en un contexto de crisis social y climática?
  5. ¿Podemos imaginar un orden internacional que priorice la diplomacia sobre la guerra?
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