Cultura, medioambiente y territorio

Cuando pensamos en medioambiente y territorio, solemos imaginar ecosistemas naturales, reservas protegidas o políticas de gestión ambiental. Sin embargo, la relación entre cultura y medioambiente es mucho más estrecha y profunda: no existe territorio sin cultura, ni cultura sin territorio. Los paisajes que habitamos, los patrimonios que heredamos y las prácticas cotidianas con las que nos relacionamos con la naturaleza son expresiones culturales tanto como ambientales.

Este artículo propone reflexionar sobre el vínculo entre cultura, medioambiente y territorio, explorando cómo la sostenibilidad requiere integrar las dimensiones ecológicas y culturales: desde la gestión del paisaje hasta la conservación del patrimonio, pasando por la memoria de las comunidades y las nuevas prácticas urbanas y rurales.

El territorio como construcción cultural

Un territorio no es simplemente un espacio físico delimitado. Es también un espacio vivido, cargado de significados, valores y símbolos. Montañas, ríos, bosques o desiertos son, a la vez, entornos naturales y referentes culturales.

  • Para los pueblos indígenas, la tierra suele ser sagrada, un ser vivo con el que se establece una relación de reciprocidad.
  • En las ciudades, parques y plazas se convierten en hitos identitarios y escenarios de prácticas culturales.
  • Los paisajes rurales condensan memorias colectivas, tradiciones agrícolas y expresiones artísticas que configuran la identidad local.

Comprender el territorio como construcción cultural implica reconocer que su gestión no puede limitarse a lo técnico, sino que debe integrar los valores culturales y simbólicos que le otorgan sentido.

Paisaje cultural: más allá de lo natural

La UNESCO introdujo el concepto de paisaje cultural para reconocer aquellos espacios donde se entrelazan naturaleza y cultura de manera inseparable. Ejemplos son:

  • Los arrozales en terrazas de Filipinas moldeados por siglos de conocimiento agrícola.
  • La Geria en Lanzarote donde los viñedos se abren paso en el volcán.
  • La Alhambra de Granada, donde arquitectura, agua y paisaje natural se integran en una unidad cultural.
  • Los viñedos de Borgoña, que combinan prácticas agrícolas, tradiciones sociales y un territorio singular.

Estos paisajes son patrimonio no solo por su belleza, sino por representar un diálogo histórico entre comunidades humanas y naturaleza.

El Convenio Europeo del Paisaje: un cambio de paradigma

El Convenio Europeo del Paisaje (Florencia, 2000) marcó un antes y un después en la concepción del paisaje. No lo entiende únicamente como un recurso estético o natural, sino como expresión de la diversidad cultural y natural de Europa, y como derecho de la ciudadanía a un entorno de calidad.

Dos de sus aportes más significativos son:

  • Reconocer que todos los paisajes importan, no solo los excepcionales o patrimoniales, sino también los cotidianos, los rurales en transformación, los urbanos en expansión o incluso los degradados.
  • Integrar el paisaje en las políticas de urbanismo, ordenación del territorio, medioambiente, cultura y economía, haciendo de él un elemento transversal en la planificación.

Este enfoque invita a repensar el urbanismo y la ordenación del territorio desde la centralidad del paisaje, entendido no como escenario pasivo, sino como expresión cultural dinámica que refleja la identidad, la memoria y las aspiraciones de las comunidades.

En la práctica, esto significa:

  • Diseñar ciudades que preserven y valoren sus paisajes urbanos y periurbanos.
  • Reconocer el valor cultural de paisajes rurales en transformación, evitando su homogeneización.
  • Promover la participación ciudadana en la gestión del paisaje.

Patrimonio cultural y sostenibilidad

La sostenibilidad también se juega en la manera en que gestionamos el patrimonio cultural, tanto material (monumentos, edificios, sitios arqueológicos) como inmaterial (rituales, lenguas, saberes tradicionales).

  • El patrimonio material requiere estrategias de conservación frente a amenazas como el cambio climático, el turismo masivo o la urbanización descontrolada.
  • El patrimonio inmaterial exige políticas que reconozcan, valoren y transmitan conocimientos ancestrales y prácticas comunitarias.

Ejemplo paradigmático: las prácticas tradicionales de manejo del agua en regiones áridas (acequias, qanats, albarradas) son patrimonio cultural y, al mismo tiempo, aportan soluciones sostenibles frente a la crisis hídrica actual.

Cultura y medioambiente: saberes tradicionales y nuevas tecnologías

El vínculo entre cultura y naturaleza se refleja en los saberes tradicionales que durante siglos han regulado el uso sostenible de los recursos:

  • Agricultura orgánica y policultivos.
  • Técnicas de pesca artesanal que preservan los ecosistemas marinos.
  • Manejo forestal comunitario en bosques amazónicos o africanos.

Hoy, la ciencia y la tecnología pueden dialogar con estos conocimientos para enfrentar desafíos como el cambio climático o la seguridad alimentaria. La combinación de innovación tecnológica e inteligencia cultural local es clave para construir un futuro sostenible.

Riesgos: extractivismo, gentrificación verde y pérdida de diversidad cultural

La relación entre cultura y territorio enfrenta serios desafíos:

  • Extractivismo: proyectos mineros, petroleros o forestales que priorizan el beneficio económico sobre la preservación ambiental y cultural, desplazando comunidades y destruyendo patrimonios.
  • Gentrificación verde: en algunos contextos urbanos, proyectos de “renaturalización” o “eco-barrios” generan revalorización del suelo y expulsión de poblaciones vulnerables.
  • Pérdida de diversidad cultural: la homogeneización global y la urbanización acelerada ponen en riesgo lenguas, rituales y prácticas vinculadas al territorio.

Estos riesgos muestran que la sostenibilidad debe ser no solo ambiental, sino también social y cultural.

Cultura, medioambiente y ODS

El vínculo entre cultura y medioambiente atraviesa varios Objetivos de Desarrollo Sostenible:

  • ODS 11 (Ciudades y comunidades sostenibles): proteger el patrimonio cultural y natural, e integrar el paisaje en la planificación urbana.
  • ODS 12 (Consumo y producción responsables): recuperar prácticas tradicionales sostenibles.
  • ODS 13 (Acción por el clima): integrar conocimientos culturales en estrategias de adaptación y mitigación.
  • ODS 15 (Vida de ecosistemas terrestres): reconocer el papel de las comunidades culturales en la gestión de la biodiversidad.

La cultura ofrece saberes, valores y narrativas que pueden orientar un uso más respetuoso del territorio.

Conclusión

El territorio es un espacio cultural cargado de memoria, símbolos y valores. El paisaje, en particular, se revela como categoría clave para pensar la sostenibilidad: como expresión cultural, como derecho ciudadano y como herramienta de ordenación territorial.

El Convenio Europeo del Paisaje nos recuerda que todos los paisajes importan y que deben ser gestionados con la participación activa de las comunidades. Repensar el urbanismo y la ordenación del territorio desde la centralidad del paisaje es un imperativo para sociedades que aspiran a ser sostenibles, justas y diversas.

En un contexto de crisis climática y urbanización acelerada, apostar por la alianza entre cultura, naturaleza y paisaje es indispensable. Solo así podremos construir territorios habitables, resilientes y ricos en diversidad cultural hacia el 2030.

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