El marco europeo: la estrategia industrial de la Unión Europea

Durante mucho tiempo, en Bruselas la expresión “política industrial” era casi un tabú. En los años ochenta y noventa, cuando el proyecto comunitario se centraba en el mercado único y la disciplina de la competencia, cualquier intento de favorecer sectores concretos se miraba con recelo: podía interpretarse como una forma de “proteccionismo” contrario al espíritu de la integración europea.

Sin embargo, hoy la situación es muy distinta. La Unión Europea ha convertido la estrategia industrial en una de sus prioridades, convencida de que solo con una base productiva sólida podrá afrontar desafíos como la transición climática, la digitalización o la rivalidad geopolítica.

Este giro no se entiende sin observar la evolución histórica de la política industrial europea.

Años 80 y 90: la prioridad era el mercado único

En los años ochenta, la Comunidad Económica Europea estaba centrada en la construcción del mercado único. La prioridad era eliminar barreras comerciales y normativas entre Estados miembros, de modo que las empresas pudieran competir libremente.

  • La Comisión Europea vigilaba con celo que los Estados no concedieran ayudas públicas que distorsionasen la competencia.
  • La idea dominante era que la mejor política industrial era la que aseguraba igualdad de condiciones y dejaba actuar al mercado.
  • Se impulsaron grandes proyectos de infraestructura y programas de I+D (como el programa Esprit en tecnologías de la información), pero siempre con cautela, sin favorecer directamente a sectores concretos.

En esos años, Europa asumió que podía beneficiarse de la globalización confiando en sus ventajas tecnológicas y en la apertura comercial.

Los 2000: competitividad, innovación y “Lisboa”

El cambio de siglo trajo un nuevo discurso: la Estrategia de Lisboa (2000), que aspiraba a convertir a la UE en “la economía del conocimiento más competitiva del mundo”.

Aunque no hablaba abiertamente de política industrial, sí introducía elementos clave:

  • Apuesta por la innovación y el conocimiento como motores de competitividad.
  • Creación del Espacio Europeo de Investigación.
  • Programas marco de I+D más ambiciosos.

La industria aparecía, pues, en segundo plano: el foco estaba en crear un entorno favorable a la innovación y a las empresas en general.

2008 y la gran crisis: el regreso tímido de la industria

La crisis financiera de 2008 supuso un golpe duro para la economía europea. Muchos países sufrieron la destrucción de empleo industrial y se hizo evidente que la UE no podía depender únicamente de los servicios financieros o del turismo.

En 2010, la Comisión lanzó la iniciativa “Una política industrial para la era de la globalización”, que reconocía por primera vez en décadas la necesidad de reforzar la base industrial europea. El discurso cambió: había que reindustrializar Europa, aunque el término aún se usaba con prudencia.

2020: la pandemia como punto de inflexión

La irrupción de la COVID-19 fue un auténtico shock. Europa descubrió que carecía de capacidad para producir mascarillas, equipos médicos o componentes electrónicos esenciales.

El resultado fue una revisión profunda de la estrategia industrial:

  • La Comisión habló abiertamente de “autonomía estratégica abierta”: abrirse al mundo, sí, pero asegurando al mismo tiempo la capacidad de producir en casa lo esencial.
  • Se plantearon alianzas industriales en sectores críticos como baterías, hidrógeno, microchips, nube europea.
  • Los fondos de recuperación (Next Generation EU) incluyeron capítulos específicos para la transformación industrial, bajo criterios de sostenibilidad y digitalización.

Ejes de la estrategia industrial europea actual

Hoy, la política industrial de la UE se articula en torno a varios pilares:

1. Transición ecológica. La industria es responsable de alrededor del 20% de las emisiones europeas de CO₂. La estrategia industrial se coordina con el Pacto Verde Europeo, impulsando sectores como:

  • Producción de energías renovables.
  • Fabricación de baterías para vehículos eléctricos.
  • Hidrógeno verde.
  • Economía circular y reciclaje de materiales críticos.

2. Transición digital. Europa busca no depender en exceso de gigantes tecnológicos externos. La estrategia industrial incluye:

  • Desarrollo de chips y semiconductores (European Chips Act).
  • Impulso a la nube europea y la soberanía de datos.
  • Inteligencia artificial y ciberseguridad.

3. Resiliencia y autonomía estratégica abierta. El objetivo es diversificar proveedores y reforzar la producción europea en bienes considerados críticos (sanidad, defensa, tecnologías digitales, energía). No significa cerrarse al mundo, sino reducir vulnerabilidades.

4. Competitividad global. La UE quiere mantener un entorno que favorezca la inversión y la innovación, pero también se plantea defender a sus empresas frente a prácticas consideradas desleales (subvenciones ocultas, dumping). La nueva legislación sobre instrumentos de defensa comercial refleja esa preocupación.

5. Colaboración público-privada. Los llamados IPCEI (Proyectos Importantes de Interés Común Europeo) permiten que varios Estados miembros cooperen e inviertan conjuntamente en sectores estratégicos, con apoyo comunitario y sin que se consideren ayudas ilegales.

Retos y contradicciones

La estrategia industrial europea, aunque ambiciosa, enfrenta importantes desafíos:

  • Diversidad de intereses nacionales: no todos los Estados miembros tienen la misma estructura industrial ni las mismas prioridades.
  • Escala: Europa invierte menos en sectores estratégicos que Estados Unidos o China, lo que dificulta competir en igualdad de condiciones.
  • Velocidad: los procesos de toma de decisiones en la UE suelen ser más lentos que en potencias centralizadas.
  • Equilibrio entre mercado y Estado: la UE debe conciliar su tradición liberal de defensa de la competencia con la necesidad de orientar recursos públicos hacia sectores específicos.

Conclusión: un cambio de paradigma

La evolución de la política industrial europea en las últimas cuatro décadas es reveladora:

  • De la desconfianza hacia la intervención (años 80-90) hemos pasado a la aceptación de que sin una estrategia activa no habrá futuro industrial.
  • De confiar ciegamente en la globalización, hemos pasado a hablar de autonomía estratégica.
  • De priorizar únicamente la competitividad, hemos pasado a integrar también la sostenibilidad y la digitalización como objetivos centrales.

La pregunta ahora es si la Unión Europea logrará traducir sus planes en resultados tangibles. En un mundo en el que Estados Unidos y China no dudan en desplegar políticas industriales masivas, la capacidad de la UE para actuar con decisión y unidad será clave para que la industria europea no quede relegada en la carrera hacia 2030.

Preguntas para el debate

  1. ¿Por qué la UE pasó de desconfiar de la política industrial a impulsarla activamente?
  2. ¿Qué papel juega la noción de “autonomía estratégica abierta”?
  3. ¿En qué sectores concretos (chips, hidrógeno, baterías) la UE puede marcar diferencia frente a EE. UU. y China?
  4. ¿Qué riesgos plantea que cada Estado miembro tenga prioridades industriales distintas?
  5. ¿Es la actual estrategia industrial europea suficientemente ambiciosa para 2030?
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