Industria en el horizonte 2030: por qué volver a hablar de política industrial

A partir de los años ochenta del siglo XX, con la reconversión industrial en Europa y Estados Unidos, la globalización y el auge de la economía financiera y digital, muchos dieron por hecho que la “vieja fábrica” había quedado atrás. El futuro, se nos decía, pertenecía a los servicios, a la información, a lo inmaterial.

Sin embargo, la realidad se ha encargado de devolver la industria al centro del escenario. La crisis financiera de 2008 mostró la fragilidad de un modelo demasiado dependiente de los servicios. La pandemia de la COVID-19 reveló hasta qué punto Europa había externalizado su capacidad de producir bienes estratégicos, desde mascarillas hasta componentes electrónicos. Y la guerra en Ucrania, junto con la creciente rivalidad entre China y Estados Unidos, ha puesto de relieve la dimensión geopolítica de la producción industrial: no se trata solo de crear riqueza, sino de garantizar autonomía, resiliencia y seguridad.

Hoy, cuando hablamos de los grandes desafíos de la década (la transición ecológica, la digitalización, la cohesión social o la autonomía estratégica), la industria aparece una y otra vez como pieza clave. No es casualidad que la Comisión Europea, que en los años noventa insistía en liberalizar y desregular, publique ahora hojas de ruta bajo el título de Estrategia Industrial Europea. Tampoco es casual que gobiernos nacionales estén recuperando la expresión “política industrial”, hasta hace poco considerada un anacronismo.

Este número de Desafíos 2030 se propone, precisamente, explorar las razones de este regreso y los dilemas que plantea.

¿Qué entendemos por “industria”?

Conviene aclarar desde el principio qué significa “industria” en este debate. En sentido estricto, la industria se identifica con el sector secundario: las actividades que transforman materias primas en bienes. Pero en la práctica el concepto es más amplio y flexible.

Cuando hablamos de industria hoy, nos referimos también a las cadenas de valor que integran producción, logística, innovación tecnológica y servicios avanzados. Una planta de automóviles, por ejemplo, no solo ensambla piezas: depende de proveedores de software, centros de investigación, ingenierías de diseño, redes logísticas y mercados internacionales.

De ahí que, más que un sector aislado, la industria sea un ecosistema productivo. Su peso directo en el PIB puede parecer modesto (en torno al 16% en la Unión Europea, 14% en España), pero su efecto arrastre sobre empleo, innovación e ingresos fiscales es mucho mayor. Por eso, cuando disminuye la base industrial de un país, se resiente todo el sistema económico.

Por qué la industria importa

Empleo estable y cualificado. La industria ofrece empleos relativamente estables y de calidad, a menudo con salarios superiores a los del sector servicios. Además, genera demanda de profesiones técnicas e impulsa la formación en competencias clave para el futuro.

Autonomía estratégica. En un mundo interdependiente, ningún país es completamente autosuficiente. Pero disponer de una base industrial sólida permite no depender en exceso de proveedores externos para bienes críticos. Lo vimos en 2020, cuando Europa tuvo que competir en los mercados globales para comprar mascarillas fabricadas en China. Y lo vemos hoy en relación con los microchips, un componente esencial para la economía digital.

Cohesión territorial. La industria suele localizarse fuera de las grandes capitales y contribuye a mantener empleo en regiones medianas o periféricas. Su debilitamiento a menudo se traduce en procesos de despoblación y desigualdad territorial.

Innovación y productividad. Buena parte de la investigación aplicada se concentra en el sector industrial. Las patentes, la adopción de nuevas tecnologías o la mejora en productividad suelen venir impulsadas por empresas manufactureras.

El debate sobre la política industrial

Hablar de política industrial supone entrar en un terreno donde conviven consensos y controversias.

Por un lado, parece claro que la industria no se desarrolla en el vacío: necesita infraestructuras, formación, normas y un entorno institucional que solo los poderes públicos pueden garantizar. Por otro lado, surge la pregunta de hasta dónde debe intervenir el Estado: ¿solo como regulador neutral, o también como inversor, propietario e impulsor activo de sectores estratégicos?

Durante las últimas décadas, dominó una visión liberal según la cual los gobiernos debían limitarse a crear un “buen clima de negocios”. Hoy, sin embargo, vuelven a ganar peso las políticas que identifican sectores prioritarios y canalizan hacia ellos recursos públicos. La apuesta europea por las energías renovables, las baterías eléctricas o los semiconductores son buenos ejemplos.

Retos globales para la industria en 2030

La industria no vuelve a estar en el centro porque los grandes desafíos de nuestro tiempo pasan inevitablemente por ella:

1. La transición ecológica. El Pacto Verde Europeo establece metas ambiciosas de descarbonización. Cumplirlas requiere transformar radicalmente la manera en que producimos bienes: menos consumo de energía fósil, más eficiencia, más reciclaje y circularidad. Esto afecta tanto al acero o al cemento como a los textiles o a la alimentación procesada.

2. La digitalización. La llamada Industria 4.0 (automatización, inteligencia artificial, impresión 3D, internet de las cosas) promete aumentar la productividad y personalizar la producción, pero también plantea riesgos: desplazamiento de empleos, concentración de poder en grandes plataformas, vulnerabilidad cibernética.

3. La competencia global. El equilibrio geopolítico está cambiando. China ha pasado de ser la “fábrica barata del mundo” a liderar sectores de alta tecnología. Estados Unidos lanza planes de inversión masiva (como el CHIPS Act) para recuperar terreno. Europa se enfrenta al reto de no quedar relegada.

4. La cohesión social. Si la transformación industrial genera ganadores y perdedores, corremos el riesgo de agravar las desigualdades. La experiencia de regiones desindustrializadas en los años ochenta y noventa muestra que perder empleo industrial puede dejar cicatrices profundas en comunidades enteras.

Una mirada desde Europa y España

El caso europeo resulta particularmente interesante: a diferencia de EE. UU. o China, la Unión Europea es un proyecto político de integración de Estados soberanos. Esto hace que su política industrial se apoye en marcos comunes, pero se ejecute en gran medida a través de políticas nacionales.

En España, la cuestión industrial adquiere tintes propios:

  • Dependencia de sectores como la automoción o la construcción.
  • Baja inversión en I+D en comparación con la media europea.
  • Desigualdades territoriales en la implantación industrial.

Todo ello convierte el debate sobre el futuro industrial en una cuestión de modelo de país: ¿queremos limitarnos a ser un destino turístico y de servicios, o aspiramos a reforzar nuestra base productiva y tecnológica?

Industria y ciudadanía: por qué debería importarnos

Puede que a primera vista la industria suene a un asunto técnico, propio de economistas o ingenieros. Pero en realidad nos concierne a todos:

  • Porque determina el tipo de empleos que habrá disponibles en el futuro.
  • Porque condiciona nuestra capacidad de afrontar crisis internacionales.
  • Porque influye en el precio de la energía, en la seguridad de los suministros y en el equilibrio territorial.
  • Porque está en el corazón de los debates sobre sostenibilidad y justicia social.

La alfabetización industrial de la ciudadanía resulta, por tanto, esencial: comprender los dilemas, valorar las opciones y participar en la definición del rumbo colectivo.

Hacia un debate informado y plural

Este número de Desafíos 2030 pretende estimular la reflexión crítica. Los artículos que siguen abordarán la historia reciente de la industria, los marcos estratégicos europeos y nacionales, las transformaciones ligadas a la transición ecológica y digital, el papel del sector público, los dilemas de la globalización, el impacto en la sociedad y los escenarios de futuro.

A lo largo de estas páginas se repetirá una pregunta de fondo: ¿qué modelo de industria queremos para 2030? Una industria competitiva, sostenible, innovadora y capaz de generar cohesión social… ¿es posible combinar todas estas dimensiones, o habrá que priorizar unas frente a otras?

Preguntas para el debate

  1. ¿Por qué la industria ha vuelto al centro del debate tras décadas de aparente declive?
  2. ¿Qué significa considerar la industria un “sector estratégico”?
  3. ¿Qué relación existe entre industria, autonomía política y seguridad nacional?
  4. ¿Puede una economía basada en servicios garantizar estabilidad y resiliencia?
  5. ¿Qué papel debe jugar la ciudadanía en los debates sobre política industrial?
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