Frente al cambio climático, la pregunta es inevitable: ¿podrá la tecnología salvarnos?
La innovación ofrece herramientas poderosas: energías renovables más baratas que nunca, baterías cada vez más eficientes, inteligencia artificial para optimizar recursos, nuevas técnicas agrícolas… Pero también plantea un riesgo: confiar en que una futura solución tecnológica nos permita retrasar las transformaciones profundas que necesitamos hoy. A este riesgo se le conoce como solucionismo tecnológico.
Renovables: la gran historia de éxito
Si hay un ámbito donde la tecnología ya marca la diferencia es la energía. La solar fotovoltaica y la eólica son hoy la fuente más barata de electricidad en la mayor parte del mundo. España, con su abundancia de sol y viento, es líder europeo en potencia instalada: en 2023, cerca del 50 % de su electricidad fue renovable.
Las mejoras tecnológicas han reducido drásticamente los costes. En la última década, la energía solar se abarató más de un 80 % y la eólica más de un 50 %. Este avance hace posible la descarbonización del sistema eléctrico, uno de los pilares de la mitigación climática.
Almacenamiento y redes inteligentes
El gran reto de las renovables es su intermitencia: el sol no siempre brilla ni el viento siempre sopla. Aquí entran en juego tecnologías de almacenamiento como las baterías de litio, que han bajado de precio un 90 % en los últimos 15 años, y nuevos sistemas como el hidrógeno verde, aún en desarrollo.
Las redes inteligentes permiten gestionar de manera flexible la producción y el consumo, integrando generación distribuida (como los paneles solares en tejados) y ajustando la demanda en tiempo real.
Agricultura y alimentación: innovación en el campo
La agricultura, responsable de alrededor del 20 % de las emisiones globales, también busca soluciones tecnológicas:
- Agricultura de precisión: sensores, drones y satélites para optimizar riego y fertilización.
- Nuevos alimentos: proteínas vegetales, carne cultivada en laboratorio o insectos como fuente de proteína.
- Mejora genética: cultivos resistentes a sequías o plagas.
En España, proyectos piloto de riego inteligente en Murcia o de agricultura vertical en zonas urbanas muestran el potencial de estas innovaciones.
Captura y almacenamiento de carbono: ¿milagro o espejismo?
La captura y almacenamiento de carbono (CAC) consiste en atrapar CO₂ de las chimeneas industriales o directamente del aire y enterrarlo en formaciones geológicas. Sus defensores lo presentan como una tecnología clave para sectores difíciles de descarbonizar, como el cemento o el acero.
Sin embargo, los críticos advierten que es cara, arriesgada y que es esgrimida como solución por las industrias fósiles para justificar seguir contaminando. Hoy la capacidad global de captura es mínima: menos del 0,1 % de las emisiones anuales.
Geoingeniería: manipular el clima
En el extremo más controvertido del espectro tecnológico está la geoingeniería, es decir, técnicas para modificar deliberadamente el clima:
- Gestión de la radiación solar: inyectar aerosoles en la estratósfera para reflejar parte de la luz solar.
- Blanqueamiento de nubes sobre océanos para aumentar su capacidad reflectante.
- Captura masiva de CO₂ mediante tecnologías aún experimentales.
Estas propuestas generan intensos debates éticos y científicos. Nadie sabe con certeza qué efectos secundarios podrían tener ni quién debería tomar decisiones globales sobre su implementación. Muchos expertos alertan de que apostar por ellas puede desviar la atención de las reducciones inmediatas de emisiones.
Inteligencia artificial y digitalización
La digitalización y la inteligencia artificial (IA) ofrecen oportunidades para el clima:
- Predicciones meteorológicas más precisas.
- Optimización de rutas de transporte y logística.
- Eficiencia energética en edificios e industrias.
- Monitorización de deforestación o emisiones en tiempo real vía satélite.
No obstante, la tecnología digital también tiene un lado oscuro: el consumo energético de los centros de datos, que ya representan una fracción significativa de la demanda eléctrica global.
El riesgo del solucionismo tecnológico
El problema no es la tecnología en sí, sino la fe excesiva en ella como única vía de salvación. Confiar en que un futuro avance resolverá el cambio climático puede ser una excusa para retrasar decisiones difíciles hoy: dejar atrás los combustibles fósiles, transformar la movilidad, cambiar patrones de consumo.
El IPCC lo deja claro: la tecnología es necesaria, pero no suficiente. Sin cambios sociales, políticos y económicos, cualquier innovación será solo un parche.
Innovación justa y accesible
Otro desafío es la equidad. Muchas tecnologías limpias requieren inversiones iniciales altas. ¿Quién puede permitirse un coche eléctrico o instalar paneles solares en su tejado? Si la transición tecnológica no se acompaña de políticas redistributivas, corremos el riesgo de que solo unos pocos se beneficien, aumentando la desigualdad.
En España, programas como el Plan MOVES subvencionan la compra de vehículos eléctricos, y las ayudas al autoconsumo fotovoltaico han multiplicado las instalaciones en hogares. Aun así, la burocracia y la falta de acceso de los hogares más vulnerables siguen siendo un obstáculo.
Tecnología y participación: un binomio necesario
Las decisiones sobre qué tecnologías desarrollar o implantar no son neutras: implican valores, riesgos y prioridades sociales. Por eso, la participación ciudadana y el debate democrático deben acompañar la innovación tecnológica.
¿Queremos un modelo basado en megaproyectos centralizados o en energías distribuidas y comunitarias? ¿Aceptamos la geoingeniería como último recurso? ¿Quién paga los costes de las tecnologías limpias y quién se beneficia? Estas son preguntas que deben resolverse colectivamente.
Conclusión: la tecnología como aliada, no como excusa
La tecnología es una herramienta indispensable en la lucha contra el cambio climático, pero no una varita mágica. Debe ser entendida como parte de un conjunto más amplio de transformaciones que incluyen cambios en estilos de vida, modelos económicos y gobernanza.
Confiar solo en la innovación futura sería caer en la trampa del solucionismo tecnológico. Usarla con inteligencia, justicia y participación puede, en cambio, ser la palanca que nos permita avanzar hacia un mundo sostenible.
En definitiva, la tecnología puede ser una aliada formidable, siempre que no la convirtamos en excusa para no actuar hoy.