En muchos pequeños pueblos de España, la plaza del ayuntamiento ha sido históricamente un espacio de deliberación colectiva. Allí, los vecinos se reunían para decidir sobre los bienes comunales, el mantenimiento de caminos o el uso de los montes. Este espíritu de gobernanza directa, lejos de ser una reliquia del pasado, puede ser hoy una de las claves para repensar el futuro del medio rural.
Las áreas rurales, a diferencia de las grandes ciudades, tienen una escala más humana que facilita el encuentro cara a cara, el debate sosegado y la corresponsabilidad en las decisiones (España tiene más de 8.100 municipios, de los cuales el 84% tiene menos de 5.000 habitantes). Por eso, más allá de la idea de déficit democrático, estos territorios pueden convertirse en auténticos laboratorios de democracia directa y deliberativa, donde las comunidades no solo participan, sino que protagonizan el rumbo de su propio desarrollo.
Democracia directa y prácticas tradicionales
El concejo abierto, fórmula reconocida en la Ley de Bases del Régimen Local, sigue vigente en pueblos de menos de 100 habitantes o donde existe tradición histórica. Se trata de una asamblea de vecinos en la que todas las personas con derecho a voto participan directamente en las decisiones municipales. El alcalde actúa únicamente como moderador y ejecutor de lo acordado.
Lejos de ser una práctica menor, los concejos abiertos muestran que la democracia directa no solo es posible, sino funcional. La cuestión que se plantea hoy es si este modelo podría adaptarse a municipios de mayor tamaño mediante asambleas vecinales sectoriales, foros ciudadanos o plataformas digitales de deliberación combinadas con encuentros presenciales. La clave estaría en conservar la cercanía y la transparencia, evitando burocracias que alejen a la gente del proceso.
Cooperación entre municipios: visión comarcal
Otra dimensión fundamental de la gobernanza rural es la cooperación territorial. Muchos pueblos pequeños carecen de recursos suficientes para gestionar por sí solos servicios esenciales como el transporte, la recogida de residuos, el cuidado de mayores o el acceso a servicios financieros.
La respuesta está en aliarse y pensar en clave comarcal:
- Mancomunidades: asociaciones de municipios que comparten la gestión de servicios, reducen costes y mejoran la cobertura.
- Consorcios y redes intermunicipales: útiles para proyectos de desarrollo económico, turísticos o culturales con impacto supralocal.
- Estrategias comarcales de desarrollo rural: que permiten coordinar recursos, generar economías de escala y aumentar la voz política de territorios que, de manera aislada, tienen poca capacidad de influencia.
De este modo, los pueblos pasan de competir entre sí a colaborar para lograr objetivos comunes.
Acción comunitaria: resolver juntos lo cotidiano
La gobernanza rural no se limita a instituciones formales. En muchos lugares, son las propias comunidades quienes se organizan para resolver problemas cotidianos y dinamizar la vida local a través de iniciativas colectivas de base.
Las juntas vecinales, los bancos de tiempo, las cooperativas de consumo o las redes de cuidados comunitarios son ejemplos de cómo la acción comunitaria puede complementar (y en ocasiones suplir) la acción institucional. Estas prácticas refuerzan los lazos sociales, aumentan la resiliencia frente a crisis y permiten que los vecinos sean protagonistas de la solución de sus propios problemas.
En este sentido, los espacios rurales ofrecen un terreno especialmente fértil: la escala pequeña, el conocimiento mutuo y la tradición de apoyo vecinal facilitan el surgimiento de estas dinámicas. La acción comunitaria no solo mejora la vida cotidiana, sino que también puede generar innovación social. Muchos proyectos de éxito pueden replicarse en otros territorios por lo que resulta fundamental documentarlos y dotarlos de visibilidad.
Los Grupos de Acción Local: motores del desarrollo participativo
Los Grupos de Acción Local (GAL) son una de las herramientas más potentes para articular la gobernanza rural en España. Nacidos en el marco de la iniciativa europea LEADER, estos grupos operan a escala comarcal y reúnen a ayuntamientos, asociaciones, empresas, cooperativas y ciudadanía.
Su tarea principal es diseñar e implementar estrategias de desarrollo local participativo, financiadas en gran medida por fondos europeos, que buscan diversificar la economía, generar empleo y mejorar la calidad de vida.
El éxito de un GAL depende de varios factores clave:
- Composición inclusiva: integrar de forma equilibrada a administraciones, empresas, organizaciones sociales y ciudadanía.
- Autonomía y transparencia: garantizar que la toma de decisiones no esté monopolizada por las élites locales ni por intereses políticos cortoplacistas.
- Capacidad técnica y financiera: disponer de equipos profesionales formados que acompañen a los emprendedores y dinamicen el territorio.
- Innovación y flexibilidad: apostar por proyectos piloto, nuevas formas de economía social y digitalización adaptada a las necesidades locales.
- Trabajo en red: compartir aprendizajes con otros GAL, tanto a escala nacional como europea, para multiplicar resultados.
A lo largo de los años, estas estructuras han sido capaces de impulsar cientos de iniciativas: desde obradores comunitarios hasta programas de turismo regenerativo o redes de apoyo a jóvenes emprendedores.
Claves para un modelo de gobernanza rural robusto
El futuro de la gobernanza en el medio rural no pasa solo por replicar mecanismos urbanos en escala reducida, sino por aprovechar las particularidades de lo rural: la cercanía, la identidad comunitaria, la cultura de lo común. Para ello, es esencial:
- Revalorizar y actualizar prácticas como los concejos abiertos, extendiendo la lógica de la democracia directa a pueblos de mayor tamaño con herramientas híbridas.
- Fortalecer las estructuras comarcales y mancomunadas, que permiten afrontar de manera eficiente la provisión de servicios y la planificación estratégica.
- Impulsar la acción de los GAL como nodos de innovación social y económica, garantizando su independencia y capacidad de experimentación.
- Apostar por la acción comunitaria, dinamizando la vida local a través de iniciativas vecinales autogestionadas y colaborativas.
- Abrir espacios deliberativos inclusivos, donde tengan voz mujeres, jóvenes, migrantes y colectivos con menor representación.
En definitiva, el medio rural puede ser no solo un espacio donde garantizar derechos y servicios, sino un lugar donde repensar la democracia y fortalecer la comunidad desde la proximidad y la corresponsabilidad.
Preguntas para el debate
- ¿Qué ventajas y riesgos tienen los presupuestos participativos en municipios pequeños?
- ¿Cómo mejorar la cooperación intermunicipal para optimizar recursos?
- ¿Qué herramientas digitales pueden facilitar la participación ciudadana en zonas rurales?
- ¿Cómo implicar a jóvenes y colectivos poco representados en la toma de decisiones?
- ¿Qué papel pueden desempeñar las cooperativas y comunidades de base en la gobernanza local?