La Gestión Integrada de los Recursos Hídricos es un enfoque que busca equilibrar, de forma coordinada, los usos sociales, económicos y ambientales del agua dentro de un territorio (preferentemente la cuenca hidrográfica), garantizando la sostenibilidad del recurso y el bienestar de las personas. Configura un marco de pensamiento que implica mirar el agua como un sistema y no como un conjunto de infraestructuras aisladas: lo que se decide en el regadío afecta a los caudales ecológicos; lo que ocurre en el suelo urbano incide en las inundaciones; lo que extraemos del acuífero condiciona el río y la costa.
De Dublín al presente: cómo nació la GIRH
La GIRH, tal y como hoy la entendemos, se fragua en 1992 en la Conferencia Internacional sobre el Agua y el Medio Ambiente celebrada en Dublín, que formuló los cuatro principios fundamentales que la sustentan. Coincidió en el tiempo con la Cumbre de la Tierra en Río de Janeiro y la redacción de la Agenda 21, que situaron el agua en el corazón del desarrollo sostenible. También fue clave la creación del Global Water Partnership (1996), que difunde el concepto y provee herramientas prácticas. El contexto era claro: décadas de gestión fragmentada, problemas de calidad, sobreexplotación y un cambio climático incipiente que ya asomaba en los modelos científicos.
En esos encuentros se asumió que el enfoque tradicional (centrado en aumentar la oferta con más presas, más trasvases y más pozos) estaba agotado. La GIRH proponía lo contrario: empezar por entender la cuenca como unidad de gestión, integrar a todos los sectores, poner límites a la extracción, cuidar los ecosistemas y considerar al agua como un bien con valor social, ambiental y económico.
Desde entonces, regulaciones supraestatales como la Directiva Marco del Agua en Europa y estrategias globales como la Agenda 2030 a través del Objetivo de Desarrollo Sostenible 6, han incorporado el mandato de “gestión integrada” como estándar.
Principios que la sustentan
En la práctica, la GIRH se apoya en principios muy sencillos, pero cuya implementación es compleja.
Primer principio: el agua es finita y vulnerable. No se puede extraer indefinidamente de un acuífero sin que el nivel baje o la calidad se degrade; no se puede llenar de presas un río sin alterar su caudal ecológico.
Segundo principio: su gestión debe ser participativa. La toma de decisiones no puede limitarse a despachos técnicos o a un solo sector productivo. La experiencia demuestra que las soluciones más duraderas nacen cuando agricultores, industrias, autoridades, comunidades locales y científicos participan en un mismo foro.
Tercer principio: las mujeres tienen un papel central, no como un elemento simbólico, sino porque son, en muchas partes del mundo, las principales gestoras del agua en el hogar y en la comunidad, y quienes más sufren sus carencias.
Cuarto principio: el agua tiene valor económico y social. Esto significa que debe gestionarse con criterios de eficiencia y de recuperación de costes, sin olvidar que el acceso básico es un derecho humano.
A estos principios se añaden otros igualmente asumidos hoy: que la cuenca hidrográfica es la escala óptima para planificar y que la gestión debe hacerse en el nivel más cercano y competente posible.
De la teoría a las medidas concretas
Aplicar la GIRH implica coordinar múltiples políticas y acciones cuya efectiva ejecución y despliegue requieren información fiable:
1) Planificación por cuencas con base científica. Balances hídricos de oferta y demanda, evaluación de presiones, registración de captaciones y planes hidrológicos con objetivos medibles (cantidad y calidad).
2) Asignación del recurso y gestión de la demanda. Prioridades claras (abastecimiento humano y ambiental), límites de extracción, bancos o mercados de agua con salvaguardas, fomento de eficiencia en agricultura, industria y uso urbano.
3) Protección de la calidad del agua. Límites de vertido, control de nutrientes y sustancias peligrosas, tratamiento y reutilización de aguas residuales, enfoque “quien contamina paga”.
4) Caudales ecológicos y restauración de ecosistemas. Definir caudales mínimos y espacios fluviales, recuperar humedales y riberas, promover soluciones basadas en la naturaleza (infiltración, corredores verdes, suelos esponja).
5) Gestión de aguas subterráneas y uso conjunto. Inventario y medición de pozos, perímetros de protección, control de la intrusión salina, recarga gestionada de acuíferos y operación coordinada de aguas superficiales y subterráneas.
6) Gestión del riesgo de sequías e inundaciones. Planes especiales con umbrales de alerta, escenarios climáticos, laminación natural de avenidas, seguros (incluidos paramétricos) y protocolos de emergencia.
7) Información, monitoreo y datos abiertos. Redes de aforo y calidad, teledetección, sensores en continuo y sistemas de información geográfica; transparencia para auditar decisiones públicas.
8) Gobernanza y participación efectiva. Organismos de cuenca con competencias y recursos; consejos participativos con reglas claras, resolución de conflictos y seguimiento ciudadano.
9) Instrumentos económicos y financiación. Estructuras tarifarias progresivas, recuperación de costes con bonificaciones sociales, incentivos a la eficiencia, finanzas verdes y presupuestos plurianuales para operación y mantenimiento.
10) Cooperación interterritorial y transfronteriza. Intercambio de datos, comisiones de cuenca y acuerdos sobre caudales y calidad cuando los ríos y acuíferos cruzan fronteras.
11) Integración sectorial (nexo agua–energía–alimentos–territorio). Coherencia entre políticas agrarias, energéticas, urbanísticas y ambientales para evitar que una solución en un sector cree un problema en otro.
12) Innovación y capacitación. Reutilización avanzada, desalación con renovables donde tenga sentido, riego inteligente, y programas de formación para operadores y administraciones.
Indicadores para medir el progreso
Una de las debilidades históricas de la GIRH ha sido la dificultad para evaluar su grado de implementación. Los indicadores son la brújula que permite saber si vamos por buen camino o si las medidas adoptadas se quedan en papel.
Entre los más relevantes se encuentran:
- Estado de las masas de agua: porcentaje de ríos, lagos y acuíferos en buen estado químico y ecológico, medido con metodologías estandarizadas.
- Cumplimiento de caudales ecológicos: número y extensión de tramos de río que mantienen su caudal mínimo garantizado a lo largo del año.
- Balance hídrico: relación entre la extracción anual y la recarga natural en acuíferos; relación entre la demanda y la disponibilidad total en cuencas superficiales.
- Eficiencia en el uso del agua: productividad económica por metro cúbico utilizado en agricultura, industria y uso doméstico.
- Pérdidas en redes urbanas: porcentaje de agua que se pierde antes de llegar al usuario final.
- Reutilización y reciclaje: proporción de aguas residuales tratadas que se reutilizan para riego, industria o recarga de acuíferos.
- Participación social: número de consejos de cuenca activos, grado de representatividad de los sectores y frecuencia de reuniones.
- Financiación y recuperación de costes: porcentaje de costes de operación y mantenimiento cubiertos por tarifas, con mecanismos de apoyo para usuarios vulnerables.
Estos indicadores no son solo números: son señales de si la cuenca se está acercando al equilibrio entre usos y ecosistemas o si, por el contrario, se está degradando.
Dificultades para su desarrollo
La GIRH no es un camino llano. Requiere coordinación entre instituciones que a menudo trabajan con agendas diferentes; exige que sectores con intereses contrapuestos cedan parte de sus privilegios; demanda inversiones sostenidas en el tiempo, algo que choca con los ciclos políticos cortos. También tropieza con la falta de datos fiables, la existencia de usos ilegales o no registrados, y la resistencia cultural a cambiar de un modelo de “captar y usar” a otro de “gestionar y conservar”.
Una mirada final
Implementar la GIRH es, en última instancia, un ejercicio de realismo: aceptar que el agua tiene límites y que el bienestar de las generaciones futuras depende de que hoy aprendamos a vivir dentro de ellos. Es también un acto de cooperación, porque las cuencas unen más que dividen y porque la seguridad hídrica de una región es inseparable de la salud de sus ecosistemas y de la equidad entre sus habitantes.
Cuando estos principios se convierten en políticas coherentes y respaldadas por indicadores claros, la GIRH deja de ser una aspiración para convertirse en una herramienta tangible de resiliencia y desarrollo.
Preguntas para el debate
- ¿Qué obstáculos impiden la implementación efectiva de la GIRH?
- ¿Cómo se puede garantizar la participación real de la ciudadanía en la gestión?
- ¿Qué indicadores miden mejor el éxito de la GIRH?
- ¿Es viable aplicar la GIRH en cuencas compartidas por varios países con tensiones políticas?
- ¿Cómo evitar que la GIRH se quede en un marco teórico sin aplicación práctica?