Síntesis y propuestas para restaurar la naturaleza

En este número de Desafíos 2030 hemos recorrido mares y costas, bosques, ciudades, tierras de cultivo, ríos y humedales, explorando su extraordinaria diversidad y las amenazas que la erosionan. Al mirarlo todo junto, se dibuja un mosaico de crisis interconectadas que avanzan a un ritmo preocupante. Océanos que se calientan y acidifican, bosques que se fragmentan y arden con una intensidad inédita, suelos agrícolas que pierden vida y fertilidad, ríos y humedales asfixiados por nutrientes y contaminantes. Todo ello influye, directa o indirectamente, en la salud de las personas, en la estabilidad de los ecosistemas y en la resiliencia frente al cambio climático.

En el mar, la sobrepesca, la contaminación plástica, la destrucción de praderas marinas y la degradación de arrecifes minan no solo la biodiversidad, sino también la seguridad alimentaria y el sustento de millones de personas. La legislación europea propone revertir esta tendencia restaurando hábitats costeros, mejorando la conectividad ecológica y recuperando las zonas de reproducción de especies comerciales y no comerciales. En la tierra firme, los bosques afrontan un doble asedio: el de las motosierras y el de los incendios, cada vez más voraces por el cambio climático. Restaurar la complejidad estructural, aumentar la diversidad de especies y reforzar la conectividad entre masas forestales son medidas que ya figuran en compromisos legales, con el añadido de plantar millones de árboles nativos y mejorar los indicadores de biodiversidad forestal.

En el corazón de las ciudades, el desafío es distinto pero no menos urgente. El crecimiento urbano ha sustituido riberas por muros de cemento, campos por asfalto y hábitats por solares vacíos. Sin embargo, la integración de soluciones basadas en la naturaleza demuestra que es posible enfriar calles, filtrar aire y agua, dar refugio a fauna silvestre y mejorar el bienestar humano al mismo tiempo. Techos verdes, corredores de vegetación, parques de bolsillo y sistemas de drenaje sostenible no son propuestas estéticas: son infraestructuras vitales que deben planificarse como redes interconectadas.

Más allá de la ciudad, los espacios agrícolas son a la vez víctimas y actores de la crisis. La agricultura industrializada, dependiente de fertilizantes y pesticidas, ha empobrecido el suelo y reducido la biodiversidad genética de las semillas, dejando a los sistemas de producción más vulnerables a plagas, enfermedades y fenómenos climáticos extremos. Recuperar la salud de los suelos implica un cambio de enfoque hacia prácticas agroecológicas y regenerativas: rotación y diversificación de cultivos, integración de árboles y setos, reducción de agroquímicos y protección activa de polinizadores.

El agua dulce, por su parte, es una red capilar que conecta paisajes y especies. Ríos, lagos y humedales no solo albergan una riqueza biológica extraordinaria, sino que amortiguan inundaciones, filtran contaminantes y almacenan carbono. Sin embargo, la eutrofización provocada por el exceso de nutrientes, la alteración de cauces y la proliferación de especies invasoras han degradado gravemente su funcionalidad. Europa ha asumido el compromiso de restaurar kilómetros de ríos a su estado de flujo libre, eliminar barreras obsoletas, recuperar humedales y mejorar la calidad del agua, integrando estas acciones en sus planes nacionales.

Este recorrido no estaría completo sin hablar de las especies que sostienen el entramado de la vida. Algunas son clave por su papel ecológico: depredadores que regulan poblaciones, plantas que estabilizan suelos o especies que crean hábitats para otras. Su pérdida desencadena reacciones en cadena que alteran todo el ecosistema. En el extremo opuesto están las especies invasoras, que, introducidas accidentalmente o por comercio, compiten con las autóctonas y modifican el equilibrio natural. Afrontar este reto exige vigilancia, prevención y, cuando es posible, erradicación temprana.

El conjunto de medidas necesarias no se reduce a proteger enclaves concretos. Supone ampliar y gestionar eficazmente las áreas protegidas, en tierra y mar, garantizando que sean más que líneas en un mapa y que estén conectadas entre sí. Significa aprovechar la tecnología (desde la teledetección y el ADN ambiental hasta la ciencia ciudadana) para vigilar, evaluar y reaccionar a tiempo. Implica integrar la biodiversidad en todas las políticas: en la forma en que cultivamos, construimos, transportamos, producimos energía y diseñamos nuestras ciudades. Y exige una financiación estable y suficiente que respalde proyectos de restauración, innovación y formación.

La síntesis de esta visión podría resumirse en una idea sencilla pero ambiciosa: necesitamos pasar de la explotación lineal de la naturaleza a una relación de reciprocidad. Restaurar no es devolver un paisaje a una postal idealizada, sino recuperar su capacidad de funcionar, adaptarse y sostener vida en un mundo cambiante. Y en esa tarea, cada decisión cuenta: desde la planificación de un puerto hasta la compra de alimentos, desde la gestión de un bosque hasta el diseño de un barrio.

La cuenta atrás está en marcha. Si algo hemos aprendido en este recorrido es que no hay soluciones aisladas, sino una trama de acciones que se refuerzan mutuamente. Restaurar un río ayuda al mar; proteger un bosque beneficia a los suelos; reverdecer una ciudad mejora la salud; conservar especies clave mantiene el equilibrio de ecosistemas enteros. Las soluciones están ahí, al alcance de la voluntad política y de la participación ciudadana.

Preguntas para el debate

  1. ¿Cuál de las propuestas presentadas en la revista crees que debería ser prioritaria y por qué?
  2. ¿Qué actores deberían liderar el proceso de restauración: gobiernos, empresas, ONG, comunidades locales?
  3. ¿Cómo medir el éxito de la restauración de un ecosistema?
  4. ¿Qué obstáculos crees que son más difíciles de superar: políticos, económicos, sociales o técnicos?
  5. ¿Cómo garantizar que las acciones de restauración sean sostenibles a largo plazo?
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