Durante milenios, la humanidad ha domesticado y adaptado miles de especies vegetales y animales a los más diversos ecosistemas, generando una inmensa diversidad genética que ha permitido alimentar a poblaciones enteras en condiciones cambiantes. Sin embargo, en apenas unas décadas, esta riqueza ha comenzado a desaparecer a un ritmo alarmante.
La pérdida de diversidad genética no es un fenómeno natural ni inevitable. Es el resultado directo de un modelo agrícola que prioriza la uniformidad, la eficiencia industrial y el control corporativo sobre la alimentación. Y sus consecuencias son tan graves como silenciosas: sin diversidad, no hay resiliencia. Y sin resiliencia, el futuro de la alimentación está en riesgo.
Este artículo se adentra en la importancia crítica de conservar y recuperar la biodiversidad agrícola: las semillas tradicionales, las razas autóctonas y los saberes campesinos que han permitido a los pueblos alimentarse y adaptarse durante generaciones. Defender esta diversidad es defender la vida.
¿Qué es la diversidad genética agrícola?
La diversidad genética en la agricultura hace referencia a la variedad de genes, especies y ecosistemas relacionados con la producción de alimentos. Esto incluye:
- Variedades tradicionales de cultivos (por ejemplo, decenas de tipos de trigo, arroz, maíz o papa).
- Razas autóctonas de animales criados en diferentes regiones.
- Microorganismos del suelo que favorecen la fertilidad y la salud de los cultivos.
- Ecosistemas agrícolas diversos, como huertos mixtos, policultivos o sistemas agroforestales.
Esta diversidad cumple múltiples funciones esenciales: permite enfrentar plagas y enfermedades, adaptarse a cambios climáticos, conservar sabores y propiedades nutricionales, y mantener la base genética para futuras mejoras.
Sin embargo, la erosión genética avanza. Según la FAO, en el último siglo se ha perdido el 75% de la diversidad agrícola mundial. De las 7.000 especies vegetales que alguna vez se cultivaron, hoy más del 60% de nuestra dieta depende de solo tres: trigo, arroz y maíz.
¿Por qué estamos perdiendo diversidad?
La causa principal de esta pérdida es la homogeneización del modelo agrícola, impulsada por la expansión del agronegocio y sus lógicas de eficiencia, estandarización y rentabilidad. Los monocultivos se han convertido en la norma, ya que facilitan la mecanización y el uso de insumos químicos. Pero esta uniformidad tiene un precio muy alto.
Las variedades tradicionales, adaptadas localmente y muchas veces más resistentes a condiciones climáticas extremas o enfermedades, son reemplazadas por híbridos comerciales de alto rendimiento que requieren fertilizantes, pesticidas y riego intensivo. Además, al no poder reproducirse libremente (en el caso de muchos híbridos), obligan a los agricultores a comprar semillas cada temporada, generando una dependencia creciente.
El acaparamiento genético por parte de empresas multinacionales es otro factor preocupante. Un puñado de compañías controla hoy buena parte del mercado de semillas, muchas de ellas patentadas. La privatización del material genético a través de patentes, derechos de obtentor o transgénicos, restringe la libertad de los agricultores para guardar, intercambiar y mejorar sus propias semillas.
Biopiratería y derechos campesinos
En muchos casos, las grandes empresas han registrado como propias semillas que han sido cultivadas y mejoradas durante siglos por pueblos indígenas y campesinos. A este fenómeno se le conoce como biopiratería: la apropiación, sin consentimiento ni compensación, del conocimiento genético y cultural de comunidades originarias.
Frente a esta situación, han surgido iniciativas y movimientos que defienden los derechos de los agricultores y agricultoras a conservar, utilizar, intercambiar y vender libremente sus semillas. Este principio ha sido reconocido en la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Campesinos (UNDROP) y es defendido por redes como La Vía Campesina o las comunidades de semillas en todo el mundo.
El conocimiento asociado a las semillas (cómo y cuándo plantarlas, con qué otras variedades combinarlas, cómo conservarlas) es también un patrimonio cultural que merece protección. No hay agroecología ni soberanía alimentaria posibles sin libertad genética.
Bancos de semillas y conservación in situ
La conservación de la diversidad genética se puede hacer de dos formas principales:
- Conservación ex situ: en bancos de semillas, donde se almacenan muestras en condiciones controladas (como el célebre Banco Mundial de Semillas de Svalbard, en Noruega).
- Conservación in situ: en los propios territorios, mantenida viva por comunidades campesinas e indígenas que siembran, cruzan y adaptan las variedades año tras año.
Ambas formas son necesarias, pero la segunda es la que garantiza la evolución dinámica del material genético frente a los cambios ambientales. Además, fortalece la soberanía local y mantiene viva la relación entre la semilla, la cultura y el territorio.
En muchos países se han desarrollado casas de semillas, redes de intercambio, ferias y bancos comunitarios que permiten recuperar variedades locales, compartir conocimientos y reforzar la autonomía de los productores. Estas experiencias demuestran que la conservación genética no es solo una tarea científica: es también una práctica política, cultural y ecológica.
Políticas para proteger la biodiversidad agrícola
Garantizar la diversidad genética requiere políticas públicas claras, activas y coherentes. Algunas medidas clave incluyen:
- Reconocer legalmente el derecho de los agricultores a usar e intercambiar sus semillas.
- Apoyar redes locales de conservación y bancos comunitarios.
- Prohibir la biopiratería y limitar la privatización del material genético.
- Financiar investigación participativa, en colaboración con campesinos y comunidades indígenas.
- Incluir la biodiversidad agrícola en las estrategias nacionales de adaptación al cambio climático.
- Promover dietas diversificadas que valoren los cultivos locales y tradicionales.
Además, es necesario transformar los criterios de certificación, que muchas veces penalizan la diversidad en nombre de la “homogeneidad comercial”. Las normas deben adaptarse a los sistemas campesinos y no al revés.
Semillas libres para un futuro fértil
La semilla no es un insumo cualquiera: es origen, vida, herencia, posibilidad. Quien controla las semillas, controla la alimentación. Y quien pierde el derecho a sembrar lo que quiere, pierde también parte de su soberanía.
En un mundo amenazado por el cambio climático, las pandemias y las crisis de suministro, proteger la diversidad genética es una cuestión estratégica. No solo para preservar el pasado, sino para garantizar el futuro.
Las semillas tradicionales, cuidadas por manos campesinas y transmitidas por generaciones, no son reliquias de museo, son las semillas del mañana.
Preguntas para el debate
- ¿Por qué es importante conservar la diversidad genética de cultivos y animales?
- ¿Qué riesgos implica que unas pocas empresas controlen la mayoría de las semillas?
- ¿Qué diferencias hay entre conservar semillas en bancos y hacerlo en comunidades?
- ¿Cómo se puede proteger legalmente el derecho de los agricultores a usar sus propias semillas?
- ¿Qué podemos aprender de las variedades tradicionales para enfrentar el cambio climático?