Pese a la imagen dominante que asocia la producción de alimentos con grandes maquinarias, monocultivos extensivos y empresas multinacionales, lo cierto es que quienes realmente alimentan al mundo son, en su mayoría, pequeños productores. Explotaciones familiares, campesinos, comunidades indígenas, pastoras y pescadores artesanales producen entre el 60% y el 70% de los alimentos que se consumen en el mundo, utilizando menos del 25% de la tierra agrícola global.
Sin embargo, estos pequeños productores enfrentan condiciones profundamente injustas: tienen escaso acceso a tierra, agua, créditos, asistencia técnica y mercados; reciben precios bajos por sus productos; y sufren las consecuencias más graves del cambio climático, la especulación y la liberalización de los mercados globales. En muchos países, se encuentran al borde de la pobreza o directamente en situación de exclusión.
En este artículo, exploramos su rol crucial, los desafíos que enfrentan y por qué defender a los pequeños productores no es un gesto de nostalgia rural, sino una apuesta estratégica para construir sistemas alimentarios más sostenibles, justos y resilientes.
La dimensión y relevancia de los pequeños productores
Lejos de los discursos que pintan la agricultura familiar como ineficiente o atrasada, los datos muestran una realidad muy distinta. Según la FAO, existen más de 500 millones de explotaciones familiares en el mundo, responsables de buena parte del abastecimiento de frutas, hortalizas, cereales, legumbres y productos frescos. Su conocimiento del territorio, su diversidad productiva y su vínculo con las culturas alimentarias locales son activos insustituibles.
La agricultura campesina no solo produce alimentos: genera empleo, fija población en el medio rural, mantiene paisajes culturales, preserva variedades locales y, cuando se maneja de forma sostenible, protege la biodiversidad. También actúa como red de contención social y cultural frente a las crisis económicas y ecológicas.
Sin embargo, esta importancia no se traduce en apoyo institucional. En muchos países, las políticas agrícolas favorecen a los grandes productores exportadores, mientras los pequeños agricultores deben enfrentar solos los riesgos de un mercado cada vez más concentrado, competitivo y volátil.
Tierra, agua y semillas: recursos en disputa
Uno de los principales obstáculos que enfrentan los pequeños productores es la falta de acceso seguro y estable a los recursos productivos. La tierra cultivable está cada vez más concentrada en manos de grandes propietarios, fondos de inversión o empresas agroindustriales. Según Oxfam, el 1% de las explotaciones agrícolas controla más del 70% de las tierras del mundo.
El acaparamiento de tierras, muchas veces con apoyo de gobiernos, ha desplazado a comunidades rurales, pueblos indígenas y sistemas tradicionales de cultivo. A esto se suma la privatización o contaminación de fuentes de agua y el creciente control empresarial sobre las semillas, que limita la soberanía de los agricultores y su capacidad de reproducir sus propias variedades.
La lucha por el acceso a la tierra, el agua y las semillas no es solo una cuestión productiva: es una lucha por la autonomía, la dignidad y la supervivencia de millones de personas. Sin tierra no hay cultivo; sin agua, no hay cosecha; sin semillas, no hay futuro.
Mercados injustos y precios insuficientes
Los pequeños productores no solo enfrentan dificultades para producir, sino también para vender sus productos en condiciones justas. Las cadenas de valor están dominadas por grandes intermediarios, supermercados y empresas exportadoras que imponen precios bajos, estándares difíciles de cumplir y márgenes de ganancia desiguales.
En muchos casos, los agricultores venden por debajo del coste de producción o no tienen acceso a canales de comercialización directa. Las ferias locales, cooperativas y mercados de proximidad (cuando existen) representan una alternativa más justa, pero necesitan apoyo logístico, normativo y financiero para consolidarse.
La desigualdad en los precios y en el poder de negociación perpetúa un modelo donde quienes producen valor son los que menos ganan. Mientras tanto, las grandes cadenas obtienen los mayores beneficios vendiendo productos que ocultan, tras su apariencia impecable, condiciones laborales precarias, explotación de recursos y pérdida de saberes.
Mujeres rurales: invisibles pero fundamentales
Dentro del universo de los pequeños productores, las mujeres rurales desempeñan un papel fundamental y a menudo invisibilizado. En muchas regiones, son responsables de la mayor parte del trabajo agrícola, la gestión del hogar, el cuidado de los hijos y la preparación de los alimentos. Sin embargo, enfrentan dobles o triples discriminaciones: por ser mujeres, por vivir en zonas rurales y por su posición en la economía informal.
El acceso a la propiedad de la tierra, al crédito y a la formación técnica sigue estando profundamente masculinizado. Muchas veces, su trabajo no es reconocido ni remunerado, y su voz está ausente en los espacios de toma de decisiones. Empoderar a las mujeres rurales (no como beneficiarias pasivas, sino como sujetas de derechos) es una condición clave para transformar el sistema alimentario y avanzar hacia una mayor equidad.
El pequeño productor frente al cambio climático
Otro desafío crucial para los pequeños productores es la vulnerabilidad climática. La alteración de los ciclos de lluvias, las olas de calor, la pérdida de fertilidad del suelo y la aparición de nuevas plagas afectan directamente a quienes dependen de la tierra para vivir. Sin recursos ni infraestructuras adecuadas, los agricultores familiares tienen poca capacidad de adaptación.
A pesar de ello, son también quienes más contribuyen a la resiliencia del sistema alimentario. Con prácticas agroecológicas, diversidad de cultivos y conocimientos locales, muchos pequeños productores están demostrando que es posible producir de forma sostenible, cuidar los ecosistemas y alimentar a las comunidades.
Reconocer su rol como guardianes del territorio y de la biodiversidad es una tarea pendiente para las políticas públicas, que deben dejar de verlos como actores residuales y empezar a tratarlos como protagonistas del cambio.
Apoyar lo pequeño para lograr lo grande
Fortalecer a los pequeños productores no es una cuestión de caridad ni de romanticismo rural: es una estrategia de supervivencia. Si queremos sistemas alimentarios más justos, saludables y sostenibles, debemos invertir en quienes ya están haciendo esa tarea con escasos medios y grandes esfuerzos.
Eso implica garantizar el acceso a recursos, infraestructura, mercados justos, crédito, educación, participación política y derechos laborales. Implica proteger las formas de vida rurales frente al avance del agronegocio y la financiarización de la tierra. Implica también un cambio en la conciencia urbana: valorar el trabajo de quienes cultivan nuestros alimentos, apoyar los circuitos cortos y exigir políticas que prioricen el bien común sobre el lucro corporativo.
Porque si algo ha quedado claro, es que sin campesinado, no hay futuro alimentario posible.
Preguntas para el debate
- ¿Por qué, si producen la mayoría de los alimentos, los pequeños productores son los más vulnerables?
- ¿Qué desafíos enfrentan las mujeres rurales en la producción y comercialización de alimentos?
- ¿Qué políticas podrían proteger y fortalecer la agricultura campesina?
- ¿Qué impacto tiene el abandono del campo en la seguridad alimentaria?
- ¿Qué formas de apoyo desde las ciudades pueden beneficiar a los productores locales?