En un mundo que ha alcanzado niveles históricos de riqueza, innovación y capacidad tecnológica, uno de los mayores desafíos que enfrentamos sigue siendo antiguo, persistente y dolorosamente vigente: la pobreza y la desigualdad. En pleno siglo XXI, mientras algunos países y sectores de la población acceden a niveles de vida sin precedentes, miles de millones de personas viven con recursos insuficientes, y la concentración de la riqueza alcanza cotas que alimenta tensiones sociales, políticas y ambientales.
La pobreza y la desigualdad no son simplemente «problemas sociales». Constituyen, como reconocen cada vez más economistas, líderes internacionales y organismos multilaterales, el gran desafío económico de nuestro tiempo. No son únicamente problemas morales o éticos, que también lo son, sino que configuran realidades que determinan profundamente el desarrollo económico, la estabilidad política, la sostenibilidad ambiental y la cohesión social.
Pobreza y desigualdad: dos caras de una misma moneda
Aunque a menudo se mencionan juntas, pobreza y desigualdad no son sinónimos. La pobreza hace referencia a la falta de recursos necesarios para cubrir las necesidades básicas de una vida digna: alimentación, vivienda, salud, educación. Puede medirse de forma absoluta (quiénes viven con menos de un umbral concreto, como los 2,15 dólares al día que establece el Banco Mundial para la pobreza extrema) o relativa (quiénes viven con ingresos muy por debajo del promedio de su sociedad).
La desigualdad, en cambio, se refiere a la distribución de esos recursos. ¿Cómo se reparte la riqueza? ¿Qué proporción se queda en manos del 10% más rico y cuánto recibe el 50% más pobre? ¿Hay igualdad de oportunidades o el lugar de nacimiento determina el destino? La desigualdad no necesariamente implica pobreza (puede haber desigualdad en sociedades ricas), pero en muchos casos la agrava, perpetúa y legitima.
Una paradoja histórica
Durante las últimas décadas, el mundo ha logrado avances significativos. Entre 1990 y 2015, más de 1.000 millones de personas salieron de la pobreza extrema, según datos del Banco Mundial. El progreso tecnológico, la globalización y el crecimiento económico han tenido un impacto positivo en muchas regiones, especialmente en Asia.
Sin embargo, este progreso ha venido acompañado de una concentración de riqueza sin precedentes. Según Oxfam, el 1% más rico del planeta posee más riqueza que el 99% restante. En países desarrollados, la clase media se ha estancado, mientras que las grandes fortunas se han disparado. En muchos países en desarrollo, la mejora del ingreso promedio convive con niveles de desigualdad estructurales, especialmente en acceso a servicios como la salud, la educación o la justicia.
El mundo nunca ha sido tan rico, pero tampoco tan desigual.
Un reto para la economía contemporánea
Lejos de ser un asunto marginal, el debate sobre la pobreza y la desigualdad ha ganado fuerza dentro del pensamiento económico. Autores como Thomas Piketty, con su libro El capital en el siglo XXI, o Branko Milanovic, con su trabajo sobre la «curva del elefante» (que muestra los ganadores y perdedores de la globalización), han devuelto el foco al reparto de la riqueza como tema central de la economía política.
No se trata solo de justicia distributiva, sino también de eficiencia económica. La desigualdad excesiva puede frenar el crecimiento, limitar el consumo, desincentivar la inversión productiva y alimentar la inestabilidad. Además, genera desconfianza en las instituciones y en los sistemas democráticos, como han señalado organismos como el FMI o la OCDE.
Un desafío global y multidimensional
La lucha contra la pobreza y la desigualdad no admite soluciones simples ni recetas universales. Implica políticas públicas complejas: desde sistemas fiscales más progresivos hasta inversión en educación, salud, protección social, inclusión digital, empoderamiento de mujeres y minorías, y estrategias para abordar desigualdades territoriales o intergeneracionales.
Y, sobre todo, exige voluntad política y compromiso internacional. Por eso, las Naciones Unidas han situado estos objetivos en el centro de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible: el ODS 1 propone «poner fin a la pobreza en todas sus formas en todo el mundo», y el ODS 10 llama a «reducir la desigualdad dentro de los países y entre ellos».
Mirando hacia adelante
Este número de Desafíos 2030 busca ofrecer una visión amplia, rigurosa y accesible sobre estas cuestiones. A lo largo de los próximos artículos, exploraremos qué significan exactamente pobreza y desigualdad, cómo se miden, por qué importan, cómo evolucionan y qué herramientas tenemos para combatirlas.
Porque más allá de las cifras y teorías, abordar la pobreza y la desigualdad es una cuestión de futuro: el de nuestras sociedades, el de la estabilidad global y el de nuestra propia humanidad.
Preguntas para el debate
- ¿Por qué sigue existiendo pobreza en un mundo con tanta riqueza acumulada?
- ¿Es la pobreza un problema económico, político, ético… o una mezcla de todos?
- ¿Puede una sociedad democrática ser estable si tolera altos niveles de desigualdad?
- ¿Qué papel debe jugar el Estado frente a la pobreza en el siglo XXI?
- ¿Cómo influye la narrativa mediática en nuestra percepción de la pobreza y la desigualdad?