Comprar una casa, estudiar, emprender, pagar la sanidad, financiar una obra pública o reactivar un país entero tras una crisis… Todo, hoy, funciona a base de deuda.
La deuda lo atraviesa todo. Es como el aire del sistema económico: invisible, omnipresente, necesaria. Pero también puede asfixiar.
Y lo más importante: la deuda ya no es solo un instrumento financiero, sino el síntoma de algo más profundo. Vivimos en un sistema marcado por la financierización de la economía.
¿Qué es la financierización?
La financierización es un proceso por el cual las finanzas se vuelven el eje dominante de la economía, desplazando a la producción, el trabajo o el comercio como motores principales.
En este modelo:
- Las empresas no crecen tanto por lo que producen, sino por cómo se comportan en bolsa.
- Las familias dependen del crédito para sobrevivir, estudiar o acceder a la vivienda.
- Los Estados se subordinan a los mercados financieros para financiar sus políticas.
- La lógica del beneficio financiero moldea todas las esferas de la vida: salud, educación, pensiones, vivienda, alimentación…
En este contexto, la deuda ya no es una herramienta excepcional, sino la condición permanente de funcionamiento.
¿Cómo se relaciona la deuda con la financierización?
- Las personas como portadoras de deuda
El acceso a derechos básicos (como vivienda o educación) se privatiza o encarece. Para acceder a ellos, las familias se endeudan.
Resultado: generaciones enteras atrapadas en hipotecas, préstamos universitarios o créditos de consumo.
Se pasa de la ciudadanía al sujeto endeudado. - Las empresas priorizan el valor financiero sobre el valor social
Muchas grandes compañías reorientan su actividad para atraer inversión, no para producir bienes útiles.
Esto incluye: recompra de acciones, ingeniería contable, uso masivo de deuda para fusiones y adquisiciones.
Las pymes y cooperativas, por su parte, tienen más dificultades para acceder al crédito si no ofrecen rentabilidad financiera inmediata. - Los Estados, convertidos en deudores vigilados
Para financiar servicios públicos, los gobiernos emiten deuda en los mercados. Y cuanto más endeudados están, más se supeditan a la lógica de los inversores y las agencias de calificación.
Esto les empuja a aplicar recortes, privatizaciones o políticas fiscales regresivas, muchas veces en nombre de la “confianza de los mercados”. - Los bancos no financian producción: financian especulación
En lugar de dar crédito a la economía real, muchos bancos y fondos canalizan su dinero hacia activos financieros, inmobiliarios o derivados.
Esta lógica aumenta la rentabilidad a corto plazo… pero también la volatilidad, el riesgo sistémico y las burbujas.
¿Qué efectos sociales tiene esta economía endeudada?
Los efectos son evidentes:
- Inseguridad crónica: la deuda perpetua genera ansiedad, precariedad y dependencia.
- Desigualdad creciente: quienes ya tienen riqueza acceden a mejores condiciones de crédito; los demás pagan más intereses, o no acceden.
- Captura democrática: la toma de decisiones públicas se subordina a los grandes intereses financieros.
- Pérdida del horizonte común: todo se convierte en inversión individual, desde la jubilación hasta la salud.
¿Y se puede salir de esta trampa?
Sí, pero no bastan los parches. Hace falta repensar el modelo económico en su conjunto, y poner la vida en el centro de las finanzas. Algunas claves:
- Auditorías de la deuda pública y privada: para identificar qué parte es ilegítima o abusiva.
- Leyes de segunda oportunidad para personas atrapadas en deuda crónica.
- Finanzas éticas, cooperativas y públicas que prioricen necesidades reales.
- Políticas fiscales redistributivas que reduzcan la dependencia del crédito.
- Reforma del sistema monetario, para que el dinero no se cree solo como deuda con intereses.
Deuda entre Estados: una herramienta de dominación global
La deuda no es solo una cuestión individual o empresarial: también condiciona de forma directa las decisiones económicas, sociales y políticas de los Estados. Especialmente en el llamado Sur Global, el endeudamiento externo ha sido una trampa estructural que ha impedido el desarrollo soberano y ha servido de mecanismo de control por parte de acreedores, instituciones multilaterales y potencias económicas.
Durante décadas, muchos países del Sur se vieron obligados a financiar su crecimiento mediante préstamos de bancos internacionales o del FMI y el Banco Mundial. A partir de los años 80, la combinación de crisis financieras, subida de los tipos de interés y caída de los precios de exportación hizo que muchas economías entraran en lo que se conoce como crisis de deuda externa.
Desde entonces, la deuda se convirtió en una herramienta de condicionalidad. Acambio de refinanciaciones o nuevos créditos, los países debían aceptar reformas estructurales impuestas por el FMI. Estas incluían privatizaciones, liberalización comercial, recortes sociales y apertura a capitales especulativos. Como resultado, los sistemas sanitarios, educativos y agrarios se debilitaron, mientras creció la dependencia de exportaciones baratas y del capital externo.
Varios informes internacionales señalan que muchos países han pagado múltiples veces el valor original de sus deudas, pero siguen atrapados en un ciclo de endeudamiento perpetuo.
Aunque el relato de la deuda suele asociarse a países empobrecidos, también en Europa ha sido usada como justificación para restringir derechos y reducir el Estado social.
Uno de los ejemplos más significativos fue la reforma exprés del artículo 135 de la Constitución española, aprobada en 2011 en plena crisis de deuda soberana. Con el acuerdo del PSOE y el PP, se introdujo el principio de prioridad absoluta del pago de la deuda sobre cualquier otro gasto, incluidas partidas como sanidad, educación o pensiones.
Esta reforma fue una exigencia directa de las instituciones europeas, y marcó el inicio de una década de políticas de austeridad que conllevaron recortes en servicios públicos y empleo público; reducción de salarios y pensiones; y, congelación o disminución de la inversión pública en infraestructuras sociales.
Estas medidas no solo generaron sufrimiento social, sino que debilitaron la capacidad del Estado para garantizar derechos y reactivaron la economía. Al igual que en el Sur Global, la deuda se utilizó como argumento para imponer un modelo económico más favorable al capital financiero que a las necesidades de la mayoría.
Numerosos movimientos sociales, como la Plataforma Auditoría Ciudadana de la Deuda (PACD), exigen que se distinga entre deuda legítima (contraída para el bienestar de la población) y deuda ilegítima (generada para rescatar bancos o favorecer intereses privados).
La suspensión o cancelación de deudas injustas, junto con auditorías públicas y mecanismos internacionales de arbitraje independiente, se plantean como pasos necesarios para recuperar la soberanía económica y democratizar las finanzas públicas.
Conclusión: más allá de la deuda, más allá del miedo
En un mundo financierizado, la deuda funciona como mecanismo de control social: condiciona nuestras decisiones, reduce nuestros márgenes de libertad y naturaliza la desigualdad.
Por eso, la crítica a la deuda no es solo una cuestión económica. Es una defensa de la autonomía, la justicia y la democracia.
Necesitamos recuperar la política del dinero, del crédito, de la inversión.
Necesitamos liberarnos del miedo a deber… y empezar a exigir lo que se nos debe: una vida digna, sin chantajes financieros.
Preguntas para el debate
- ¿Cómo puedes saber si tu banco financia combustibles fósiles?
- ¿Sirven los compromisos voluntarios (como la NZBA) si se incumplen o abandonan?
- ¿Qué rol deben tener los reguladores en limitar la financiación contaminante?
- ¿Qué condiciones debe cumplir una inversión para considerarse realmente verde?
- ¿Cómo pueden la banca ética o pública liderar una transición ecológica justa?