Inteligencia Artificial, automatización y futuro del trabajo

En los últimos años, la inteligencia artificial (IA) ha dejado de ser una promesa futurista para convertirse en una herramienta cotidiana. De los algoritmos que seleccionan candidatos en procesos de contratación a los asistentes virtuales que gestionan tareas administrativas, la IA está transformando silenciosamente el mundo del trabajo. España y Europa no son ajenas a esta revolución: las empresas incorporan estas tecnologías con creciente rapidez, mientras sindicatos, expertos y legisladores debaten sobre sus consecuencias.

Pero ¿estamos ante una oportunidad para liberar a las personas de tareas repetitivas y mejorar la productividad, o frente a una amenaza de desempleo masivo y mayor precariedad? La respuesta, como casi siempre, depende de cómo se gestione el proceso.

Del taller al algoritmo: una revolución laboral silenciosa

Las estimaciones varían, pero el consenso es claro: la IA y la automatización no afectarán por igual a todos los sectores ni a todas las profesiones. En Europa, según un informe de la Comisión Europea de 2024, hasta el 45% de los puestos actuales podrían experimentar cambios significativos en su contenido debido a la automatización en los próximos 10-15 años. No todos desaparecerán, pero sí se transformarán.

En España, sectores como la banca, la logística, el comercio minorista y la administración pública ya están viviendo este proceso. Los algoritmos asumen tareas como el análisis de datos, la gestión de inventarios o la atención al cliente. Al mismo tiempo, plataformas como ChatGPT o Copilot están comenzando a automatizar incluso partes del trabajo cognitivo (la redacción, la programación, el diseño gráfico) que hasta hace poco se consideraban exclusivamente humanos.

Sin embargo, más allá de los titulares, el efecto de la IA no es homogéneo. Mientras algunos empleos se ven reforzados por el uso de nuevas herramientas, otros se ven amenazados por la sustitución directa. El riesgo no es solo el desempleo, sino la polarización del mercado: un crecimiento de empleos altamente cualificados y bien pagados, junto con un aumento de tareas mal remuneradas, inestables y difíciles de automatizar (como el reparto, el cuidado o la limpieza).

¿Quién gana, quién pierde? Brechas y asimetrías

La revolución algorítmica corre el riesgo de acentuar desigualdades ya existentes. Las personas con mayores competencias digitales, educación superior y recursos tendrán más oportunidades de adaptarse al nuevo mercado laboral. Pero quienes ocupan hoy puestos de baja cualificación, muchas veces jóvenes, mujeres o migrantes, corren el peligro de quedar relegados a trabajos cada vez más precarios o directamente excluidos.

Además, la IA no es neutral. Diversos estudios han demostrado que los algoritmos pueden reproducir y amplificar sesgos de género, raza o clase social si no se diseñan y regulan adecuadamente. En procesos de selección automatizada, por ejemplo, las decisiones pueden estar influenciadas por patrones históricos discriminatorios aprendidos a partir de datos sesgados.

En este contexto, la alfabetización digital inclusiva y la regulación ética de los algoritmos se vuelven tareas urgentes. No basta con incorporar tecnología: hay que hacerlo desde criterios de justicia y equidad.

España ante el desafío: fortalezas y debilidades

España parte con fortalezas y debilidades particulares. Por un lado, cuenta con un sistema universitario potente, un ecosistema de startups tecnológicas en crecimiento y una generación joven altamente conectada. Por otro, arrastra una estructura productiva fuertemente concentrada en sectores de bajo valor añadido (hostelería, turismo, construcción) que difícilmente liderarán la transformación digital.

El Plan Nacional de Competencias Digitales (PNCD) y la Estrategia Española de IA son pasos importantes, pero aún insuficientes. A fecha de 2025, solo el 25% de las pymes han adoptado soluciones basadas en IA, según el Instituto Nacional de Estadística. La falta de inversión en formación y la escasa coordinación entre administraciones y empresas dificultan una transición tecnológica justa y efectiva.

Además, existe un riesgo claro de exclusión regional: las zonas rurales o menos industrializadas podrían quedar al margen de esta transformación, acentuando la ya preocupante brecha territorial del país.

Trabajo bajo supervisión algorítmica: nuevas formas de control

Otro aspecto crítico es cómo la IA está modificando las relaciones laborales, incluso cuando no sustituye directamente a los trabajadores. En sectores como la distribución, el transporte o las plataformas digitales, los algoritmos no solo asignan tareas: también evalúan, vigilan y sancionan.

Esto plantea graves desafíos para los derechos laborales. La opacidad de los sistemas automatizados dificulta la transparencia en la toma de decisiones, mientras que los trabajadores ven reducida su autonomía y capacidad de negociación. En algunos casos, se han denunciado despidos automatizados o cambios de condiciones laborales sin intervención humana.

La Ley de Riders en España fue pionera en regular estos entornos, reconociendo a los repartidores como trabajadores por cuenta ajena y exigiendo transparencia en los algoritmos. Pero aún queda mucho por legislar, especialmente ante la velocidad de los cambios tecnológicos.

Hacia una transición justa: políticas necesarias

Para que la irrupción de la IA no agrave la precariedad ni profundice las desigualdades, es indispensable una estrategia pública de transición justa. Esto implica:

  • Formación continua: no solo en competencias digitales básicas, sino en pensamiento crítico, creatividad y habilidades interpersonales que las máquinas aún no pueden replicar.
  • Protección social renovada: nuevas formas de empleo requieren nuevos marcos de protección, incluyendo un debate sobre la posible desincronización entre empleo y derechos sociales.
  • Participación sindical y ciudadana: las decisiones sobre qué tecnologías se adoptan, cómo se usan y con qué consecuencias no pueden quedar en manos exclusivas del mercado.
  • Regulación europea fuerte: el Reglamento de IA aprobado por la UE en 2025 es un primer paso, pero debe ser complementado con medidas laborales, fiscales y educativas adaptadas a los cambios.

Conclusión: tecnología sí, pero con justicia social

La inteligencia artificial puede ser una aliada para construir un modelo laboral más eficiente, flexible y humano. Pero también puede convertirse en una nueva herramienta de desigualdad, explotación y desempleo si no se gestiona adecuadamente. La clave no está en la tecnología en sí, sino en el marco institucional, político y ético que la acompaña. Porque el futuro del trabajo no depende solo de los algoritmos, sino de nuestras decisiones colectivas.

Preguntas para el debate

  1. ¿La inteligencia artificial amenaza más empleos de los que puede crear?
  2. ¿Qué sectores deberían estar protegidos o regulados frente a la automatización?
  3. ¿Cómo garantizar que la IA no reproduzca sesgos de género, clase o raza en la toma de decisiones laborales?
  4. ¿Debe el Estado intervenir activamente para dirigir la transición tecnológica?
  5. ¿Cómo democratizar el acceso a las competencias digitales necesarias para los empleos del futuro?

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