Jóvenes y desinformación: ¿una generación sin brújula?

Nunca antes una generación había estado tan conectada y, al mismo tiempo, tan expuesta a la confusión informativa. Los jóvenes dominan los dispositivos, se mueven con soltura por redes sociales y consumen contenidos a una velocidad impresionante. Pero esa familiaridad tecnológica no siempre se traduce en una relación crítica con la información que reciben.

TikTok, Instagram, YouTube, Twitch o WhatsApp no son solo plataformas de entretenimiento o comunicación, también son los principales canales de acceso a noticias, opiniones y relatos sobre el mundo. En este nuevo ecosistema, la desinformación circula sin filtros, los límites entre realidad y ficción se difuminan y el pensamiento crítico se vuelve más necesario que nunca.

¿Están los jóvenes preparados para enfrentar este entorno? ¿Cómo afecta la desinformación a su visión del mundo, su participación social y su autonomía como ciudadanos? ¿Y qué papel tienen la educación, los medios y las propias plataformas en este desafío?

Jóvenes e información: nuevos hábitos, nuevas reglas

Diversos estudios coinciden en que la mayoría de los jóvenes no se informan a través de medios tradicionales, como periódicos, televisión o radio. En cambio, su relación con la actualidad pasa por redes sociales y creadores de contenido. Según datos del Digital News Report, más del 70 % de los jóvenes entre 18 y 24 años se informa a través de plataformas como Instagram, TikTok o YouTube.

En este entorno:

  • El consumo de información es rápido, fragmentado y visual.
  • Se priorizan los formatos breves, las emociones y el impacto visual.
  • La información aparece mezclada con entretenimiento, publicidad y opinión.
  • Las fuentes rara vez se identifican o se consultan directamente.
  • La confianza se deposita más en influencers o cuentas afines que en medios profesionales.

Este modelo rompe con la lógica de “buscar información” y da paso a la lógica de “recibir lo que el algoritmo decide”. Y esto tiene implicaciones profundas sobre la forma en que se construye la opinión pública.

El riesgo de la desinformación

El entorno digital en el que se informan los jóvenes está lleno de contenidos no verificados, sensacionalistas o manipulados. Los bulos y las teorías conspirativas se viralizan con facilidad, a menudo, gracias a la participación involuntaria de usuarios que las comparten sin saber que son falsas.

Algunos de los principales riesgos de desinformación entre los jóvenes son:

  • Noticias falsas sobre ciencia, salud o política, disfrazadas de “curiosidades” o “datos sorprendentes”.
  • Videos manipulados o recortes de declaraciones que descontextualizan los hechos.
  • Contenido emocionalmente manipulador, diseñado para indignar o reforzar prejuicios.
  • Relatos conspirativos que ofrecen explicaciones simples a problemas complejos.
  • Falsas atribuciones de frases o posturas a personajes públicos.
  • Influencers o tiktokers que difunden desinformación sin intención maliciosa, pero sin contrastar datos.

Lo preocupante no es solo que estos contenidos existan, sino que muchos jóvenes no los identifican como falsos o no les dan importancia. De esta manera, la desinformación se naturaliza y se convierte en la norma.

El efecto en la percepción del mundo

Consumir información desde este entorno tiene consecuencias que van más allá de los errores puntuales. La desinformación constante puede afectar a:

  • La visión que se tiene de la realidad social y política (por ejemplo, sobre migración, feminismo, cambio climático).
  • La confianza en las instituciones (cuando todo se presenta como corrupto o manipulado).
  • El interés por participar en debates democráticos, ya que todo parece caótico o falso.
  • La autoimagen (cuando se difunden contenidos que refuerzan estereotipos o cuerpos ideales irreales).
  • La tolerancia a la mentira: si todo el mundo miente, entonces ya nada importa.

En el largo plazo, esto puede llevar a una ciudadanía desinformada, desconectada o polarizada, lo que representa un desafío para cualquier democracia.

¿Son los jóvenes más vulnerables?

No necesariamente. Los jóvenes tienen competencias digitales avanzadas, intuición tecnológica y creatividad. Pero eso no implica que sepan identificar fuentes confiables o distinguir entre hechos y opiniones. En muchos casos, lo que falta no es capacidad, sino formación específica y acompañamiento educativo.

Además, la adolescencia y la juventud son etapas de búsqueda de identidad, construcción de sentido y socialización. En ese proceso, las redes juegan un papel clave, pero también son un espacio donde la presión del grupo, la validación social y las emociones pueden nublar el juicio crítico.

Por eso, más que hablar de “una generación sin brújula”, conviene hablar de una generación con herramientas poderosas pero sin mapa. La brújula puede desarrollarse. Pero necesita guía.

El papel de la educación y la alfabetización mediática

Frente a este escenario, una de las respuestas más urgentes es incorporar la educación mediática y digital en el sistema educativo. No como actividad puntual, sino como parte estructural de la formación de la ciudadanía.

Un programa de alfabetización mediática debería incluir:

  • Análisis crítico de medios y redes sociales.
  • Verificación de información y uso de herramientas de fact-checking.
  • Reflexión sobre el papel de los algoritmos y la personalización.
  • Comprensión de los efectos de la desinformación en la sociedad.
  • Producción responsable de contenidos (textos, vídeos, imágenes).
  • Debate sobre ética digital, derechos y responsabilidad en redes.

También es clave formar a docentes, facilitar materiales adaptados y promover alianzas con periodistas, medios y plataformas.

¿Y las plataformas digitales?

Las redes sociales y plataformas tienen una responsabilidad clara. Durante años, se escudaron en su rol de intermediarias neutrales. Pero hoy es evidente que sus algoritmos, sus políticas de moderación y su diseño tienen impacto directo en la información que circula y en cómo se consume.

Algunas medidas que ya se están implementando (aunque de forma desigual) incluyen:

  • Etiquetas de contenido verificado.
  • Reducción del alcance de bulos conocidos.
  • Herramientas de reporte y control parental.
  • Colaboración con organismos de verificación.

Sin embargo, todavía falta mucho en términos de transparencia algorítmica, regulación justa y protección de menores frente a contenidos tóxicos o falsos.

Escuchar a los jóvenes, no solo advertirles

Un error frecuente en este debate es tratar a los jóvenes solo como víctimas pasivas o como problemas a resolver. Pero ellos también son parte activa del ecosistema digital. Crean contenidos, debaten, hacen activismo y desarrollan proyectos innovadores.

Muchos jóvenes ya desconfían de los medios tradicionales, no por ignorancia, sino por la percepción (a veces justificada) de que son parciales, elitistas o desconectados de sus intereses. Por eso, incluir a los jóvenes en la conversación, escuchar sus formas de narrar el mundo, y construir medios más cercanos y participativos, es parte de la solución.

Conclusión: brújulas para navegar el caos

No estamos ante una generación sin brújula, sino ante un mundo que cambia a gran velocidad y que aún no ha proporcionado herramientas suficientes para orientarse. Los jóvenes tienen potencial para liderar una ciudadanía digital crítica, activa y ética. Pero para ello necesitan apoyo desde la educación, desde los medios, desde la política pública y desde la propia sociedad.

La desinformación no se combate solo con filtros o leyes. Se combate con pensamiento crítico, empatía, diálogo y verdad. Y en esa tarea, la juventud no es un problema, es parte esencial de la solución.

Preguntas para el debate

  1. ¿Qué factores explican la vulnerabilidad de los jóvenes ante la desinformación?
  2. ¿Cómo pueden las escuelas formar usuarios críticos y activos en redes?
  3. ¿Qué papel deben jugar los influencers y las plataformas en la responsabilidad informativa?
  4. ¿Se ha sustituido la información por el entretenimiento en el consumo mediático juvenil?
  5. ¿Están los jóvenes perdiendo el interés por la verdad o simplemente la buscan en otros formatos?
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