El decrecimiento propone la abolición del crecimiento económico como objetivo económico fundamental de las sociedades y niega que ese crecimiento se traduzca en mayor bienestar colectivo. La propuesta decrecentista conlleva una reorganización profunda de nuestro modelo económico, social y cultural que pasa por reducir la producción y el consumo de energía y materiales, sin sacrificar la calidad de vida.
El mensaje es claro: necesitamos un futuro donde las necesidades humanas se cubran con muchos menos recursos que en la actualidad y donde la idea de progreso deje de estar ligada al crecimiento económico.
Un sistema insostenible
El decrecimiento se presenta como una crítica tanto al modelo económico liberal y orientado a la producción ilimitada como a las ideas de desarrollo sostenible y crecimiento verde. Desde esta visión, se considera que las metas de desarrollo y sostenibilidad son, en el contexto actual, irreconciliables. El modelo occidental de vida, basado en un alto consumo de recursos, es visto como inalcanzable para toda la población mundial sin provocar un colapso ecológico: actualmente, un 20 % de la humanidad consume cerca del 85 % de los recursos naturales disponibles. Pretender que el resto del planeta alcance estos estándares resulta, por tanto, insostenible.
Para que un crecimiento económico pueda considerarse verdaderamente sostenible, se requeriría un desacoplamiento absoluto entre la expansión de la economía y el deterioro ambiental. Esto significa que el crecimiento del producto interno bruto (PIB) debería avanzar sin un aumento paralelo del uso de recursos naturales ni del impacto ecológico. Sin embargo, en la práctica, lo que suele lograrse es un desacoplamiento relativo, en el cual la economía crece más rápidamente que el impacto ambiental, pero este último no desaparece ni se reduce de manera significativa. Según los defensores del decrecimiento, el desacoplamiento absoluto, esencial para el llamado «crecimiento verde», sigue siendo más un ideal teórico que una realidad observable a gran escala.
Desde esta óptica crítica, el economista Serge Latouche, principal ideólogo del decrecimiento, rechaza el concepto de desarrollo sostenible, al que considera contradictorio en sí mismo. Para él, se trata de un oxímoron porque desarrollo implica expansión, mientras que sostenibilidad exige límites y un pleonasmo porque si algo es verdaderamente sostenible, no requeriría calificarse como desarrollo. En su opinión, no es posible sostener un crecimiento indefinido dentro de un planeta finito sin sacrificar el equilibrio ecológico.
El sistema económico actual se fundamenta en el crecimiento constante: aumentar la producción, el consumo y el PIB, bajo la creencia de que eso mejora el bienestar. Sin embargo, como muestra la economía ecológica, esa lógica encuentra un límite físico en los recursos finitos del planeta. Si continuamos con este modelo, agotaremos los recursos y dañaremos irreversiblemente los ecosistemas.
El informe del Club de Roma, Los límites del crecimiento (1972), ya advertía sobre ello: si seguimos con tasas ilimitadas de crecimiento económico y poblacional, llegaremos al colapso ecológico. El decrecimiento responde a esa premisa: ante un planeta limitado, el crecimiento exponencial es inviable.
Los ocho pilares del decrecimiento
Serge Latouche propone un sistema de soluciones bajo el prefijo “re-”, que denota repetición o retroceso, a los que ha nombrado como los pilares del decrecimiento o el modelo de las “8 R”:
- Revaluar: Se trata de sustituir los valores globales, individualistas y consumistas por valores locales, de cooperación y humanistas.
- Reconceptualizar: Encaminado sobre todo a la nueva visión que se propone del estilo de vida, calidad de vida, suficiencia y simplicidad voluntaria.
- Reestructurar: Adaptar el aparato de producción y las relaciones sociales en función de la nueva escala de valores, como por ejemplo, combinar ecoeficiencia y simplicidad voluntaria.
- Relocalizar: Es un llamamiento a la autosuficiencia local con fines de satisfacer las necesidades prioritarias disminuyendo el consumo en transporte.
- Redistribuir: Con respecto al reparto de la riqueza, sobre todo en las relaciones entre el norte y el sur globales.
- Reducir: Con respecto al cambio del estilo de vida consumista al estilo de vida sencilla y todas las implicaciones que esto conlleva.
- Reutilizar y
- Reciclar: Se trata de alargar el tiempo de vida de los productos para evitar el consumo y el despilfarro.
Estos pilares no solo apuntan a un cambio ecológico, sino también social, promoviendo solidaridad, justicia y bienestar colectivo más allá del consumo.
Más allá del PIB
El decrecimiento sostiene que el PIB es una medida limitada e inadecuada del bienestar. Al contabilizar todas las transacciones económicas, sin distinguir entre creación de valor real y daño al entorno, ofrece una visión distorsionada. Por ello, quienes defienden el decrecimiento proponen indicadores alternativos: el Índice de Desarrollo Humano, la Huella Ecológica, o el Índice de Sostenibilidad Ambiental.
El cambio no implica empobrecimiento: la meta es vivir mejor con menos, enfocándose en necesidades reales (subsistencia, afecto, libertad, ocio, comunidad) y evitar impulsar y acelerar el consumo permanente y continuado de bienes y servicios que no responde a tales necesidades.
Justicia global: norte versus sur
El decrecimiento hace una lectura crítica del desarrollo desigual. Mantiene que los países del Norte han prosperado a costa de la sobreexplotación ecológica y la pobreza en el Sur. Por eso, el decrecimiento también se basa en la redistribución global: solo si los países ricos reducen su consumo es posible crear espacio para un desarrollo justo en el Sur, sin replicar modelos insostenibles.
¿Cómo se aplica en la práctica?
Aunque todavía minoritario, el movimiento ha inspirado experiencias reales: agricultura ecológica, monedas locales, grupos de consumo responsable, reparación comunitaria y reducción intencional del materialismo. En Francia, por ejemplo, se publican revistas dedicadas al decrecimiento y existen redes locales que ponen en práctica estos valores.
Sin embargo, pasar de ideas a políticas y transformaciones sistémicas presenta desafíos enormes: las estructuras económicas globales y las expectativas sociales siguen estando fuertemente ligadas al crecimiento.
Críticas al decrecimiento
El decrecimiento enfrenta numerosas críticas:
- Socialmente inviable: sería muy complejo imponer medidas que se contraponen con valores y percepciones ligados al consumo y la libertad personal profundamente arraigados.
- Débil rigor metodológico: según revisiones como la de Savin y van den Bergh, el decrecimiento carece de análisis cuantitativos robustos o modelos técnicos sólidos
- Resistencia política: cambiar el sistema implica confrontar intereses económicos establecidos y el impulso natural humano hacia la mejora material, algo difícil de reorientar.
Muchos economistas e investigadores consideran que si es posible un desacoplamiento absoluto y proponen un crecimiento apoyado en el uso de energías renovables, y la extensión de la economía circular y la innovación ecológica. Según esta visión, no es necesario renunciar al crecimiento, sino transformarlo.
Una mirada equilibrada
El decrecimiento no ofrece un manual completo ni una ruta sencilla. Es más bien una llamada de atención: vivimos en un modelo insostenible que exige repensar prioridades. Nos invita a valorar la calidad de vida por encima de la cantidad, a reconsiderar la forma en que producimos, consumimos y medimos el bienestar.
Aunque sus propuestas radicales chocan con la demanda humana de progreso y con estructuras fuertemente orientadas al PIB, su valor radica en abrir el debate. Si cambiar es urgente, el reto es decidir qué tipo de cambio queremos: seguir creyendo en el crecimiento verde, o abrazar una transformación más profunda, donde el bienestar esté desvinculado de índices económicos.
El decrecimiento representa un desafío radical: no solo económico, sino también cultural y político. Su potencia está en cuestionar el dogma del crecimiento perpetuo, planteando una transición hacia sociedades más justas, sencillas y sostenibles. El reto consiste en encontrar formas plausibles para su implementación, basadas en la equidad, la participación y el empleo de nuevas métricas de bienestar.