Violencias de género: un problema estructural y global

Hablar de violencia de género no es hablar de hechos aislados ni de dramas individuales. Se trata de un problema estructural que atraviesa culturas, clases sociales y países, y que tiene raíces históricas en las relaciones de poder entre hombres y mujeres.

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), una de cada tres mujeres en el mundo sufrirá violencia física o sexual a lo largo de su vida. Esta cifra por sí sola basta para entender que no estamos ante una suma de casos, sino ante una realidad global que requiere respuestas políticas, sociales y culturales.

Nombrar la violencia: avances conceptuales

El concepto de “violencia de género” se consolidó en los años 90 para visibilizar una forma de violencia ejercida contra las mujeres por el hecho de serlo, en el marco de una sociedad patriarcal. La Declaración de la ONU sobre la Eliminación de la Violencia contra la Mujer (1993) fue un hito al definirla como violación de los derechos humanos y de las libertades fundamentales.

Hoy se reconocen múltiples formas de violencia de género: física, sexual, psicológica, económica, simbólica, digital, obstétrica o institucional. Esta ampliación del concepto refleja la complejidad del fenómeno y la necesidad de abordarlo en todas sus dimensiones.

Cifras globales: la magnitud del problema

  • Homicidios de mujeres por razones de género: en 2021 se registraron al menos 81.000 feminicidios en el mundo, según la ONU, la mayoría cometidos por parejas o familiares.
  • Violencia sexual: conflictos armados en países como la República Democrática del Congo o Myanmar han mostrado cómo la violación puede utilizarse como arma de guerra.
  • Violencia doméstica: sigue siendo la forma más extendida, con mujeres atrapadas en relaciones donde la dependencia económica, emocional o legal limita su capacidad de escapar.
  • Violencia digital: acoso en redes, difusión no consentida de imágenes íntimas, discursos de odio sexista, que afectan especialmente a mujeres jóvenes y activistas.

Detrás de estas cifras hay vidas truncadas, familias destrozadas y sociedades que pagan un alto costo en términos de salud pública, desarrollo y democracia.

Factores estructurales

La violencia de género no surge de la nada: está vinculada a estructuras sociales y culturales que la sostienen:

  • Patriarcado: un sistema que legitima el dominio masculino y la subordinación femenina.
  • Desigualdades económicas: la dependencia financiera limita la autonomía de las mujeres y aumenta su vulnerabilidad.
  • Normas culturales: en algunos contextos se toleran o justifican prácticas como matrimonios forzados, mutilación genital femenina o crímenes de “honor”.
  • Impunidad institucional: la falta de respuesta eficaz de la justicia y la policía refuerza la repetición de la violencia.

Feminicidio: la forma más extrema

El feminicidio, el asesinato de mujeres por motivos de género, se ha convertido en símbolo de esta violencia estructural. Casos como los de Ciudad Juárez en México en los años 90, o los feminicidios en países de Centroamérica, han puesto de relieve la impunidad sistemática y la complicidad de instituciones estatales.

La tipificación legal del feminicidio en numerosos países es un avance, pero su aplicación sigue siendo insuficiente. El reconocimiento jurídico no siempre se traduce en protección efectiva.

Violencia sexual y cultura de la violación

La violencia sexual no se limita a agresiones físicas: está asociada a una cultura de la violación que normaliza el acoso, responsabiliza a las víctimas y minimiza a los agresores. Expresiones como “ella se lo buscó” o “solo fue un piropo” perpetúan la idea de que el cuerpo de las mujeres es un territorio disponible para los hombres.

Los movimientos feministas han respondido con campañas como #MeToo o #YoSíTeCreo, que han visibilizado la magnitud del problema y cuestionado la impunidad cultural e institucional.

Violencias interseccionales

La violencia de género se experimenta de manera distinta según la clase, la raza, la orientación sexual, la identidad de género o la condición migratoria.

  • Las mujeres migrantes pueden ser víctimas de violencia y al mismo tiempo carecer de protección legal por su estatus irregular.
  • Las mujeres trans enfrentan niveles desproporcionados de violencia física y homicidios, especialmente en América Latina.
  • En contextos de conflicto armado, las mujeres de minorías étnicas sufren violencias específicas.

La interseccionalidad permite comprender que no hay una sola experiencia de violencia, sino múltiples, entrecruzadas y potenciadas por diferentes ejes de desigualdad.

Respuestas institucionales y políticas públicas

En las últimas décadas, muchos Estados han aprobado leyes específicas contra la violencia de género, creado ministerios de igualdad o secretarías de la mujer, y desarrollado protocolos de prevención y atención.

Ejemplos:

  • España: Ley Integral contra la Violencia de Género (2004), pionera en integrar prevención, protección y atención.
  • América Latina: leyes contra el feminicidio en México, Argentina, Chile, Perú, aunque con dificultades en su implementación.
  • África y Asia: avances en la tipificación de prácticas como la mutilación genital femenina o los matrimonios forzados, aunque persiste la distancia entre norma y realidad.

A pesar de estos avances, la eficacia depende de la dotación de recursos, la formación del personal judicial y policial, y la voluntad política.

Movimientos sociales: motor de cambio

Las mayores transformaciones en este campo han venido impulsadas por movimientos feministas y de derechos humanos. Las marchas del 25 de noviembre (Día Internacional contra la Violencia hacia las Mujeres) se han convertido en símbolo global de resistencia.

Movimientos como Ni Una Menos en Argentina o las mareas moradas en España han logrado poner en la agenda pública la violencia machista como problema político y social, no como asunto privado.

Retos hacia 2030

  1. Garantizar la protección efectiva de víctimas con sistemas integrales y accesibles.
  2. Erradicar la impunidad judicial y policial.
  3. Incorporar educación en igualdad y prevención de la violencia desde la infancia.
  4. Combatir la violencia digital con legislación adecuada y cooperación internacional.
  5. Ampliar la mirada hacia violencias interseccionales y reconocer a todas las víctimas.
  6. Fortalecer redes comunitarias de apoyo, más allá de la respuesta estatal.

Conclusión

La violencia de género es un fenómeno global, estructural y persistente. No basta con leyes o campañas puntuales: requiere una transformación profunda de las estructuras patriarcales que la sostienen.

De aquí a 2030, el reto es lograr que ninguna mujer ni persona diversa viva con miedo a la violencia por razón de género. Y eso implica un compromiso colectivo: de los Estados, de las instituciones, de la cultura y de la ciudadanía.

La violencia de género no es inevitable: es una construcción social que puede y debe ser desmantelada.

Preguntas para el debate

  1. ¿Por qué la violencia de género debe entenderse como estructural y no como casos aislados?
  2. ¿Qué factores explican la persistencia de la impunidad en los feminicidios?
  3. ¿Cómo responder a la violencia digital sin limitar la libertad en internet?
  4. ¿Qué papel han tenido los movimientos sociales en poner la violencia de género en la agenda política?
  5. ¿Qué estrategias funcionan mejor: leyes punitivas, programas preventivos o cambios culturales?
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