El papel del sector público: presencia y liderazgo en sectores estratégicos

Durante años, la narrativa dominante en Europa fue que el Estado debía “hacerse pequeño” en la economía, limitándose a regular y dejando la iniciativa a las empresas privadas. Sin embargo, la experiencia de las últimas décadas (crisis financieras, pandemia, tensiones geopolíticas) ha devuelto al sector público al centro del debate industrial.

¿Debe el Estado limitarse a arbitrar un marco competitivo o debe también ser un actor directo en sectores estratégicos, invirtiendo, tomando participación e incluso controlando empresas clave? Esta cuestión divide opiniones, pero la historia y la actualidad ofrecen ejemplos reveladores.

El Estado empresario: una tradición europea

En Europa, la presencia pública en la industria tiene una larga trayectoria.

  • Francia: la energía nuclear fue impulsada por el Estado a través de la empresa pública EDF. También Airbus nació como un consorcio europeo con fuerte participación gubernamental.
  • Italia: el IRI (Instituto para la Reconstrucción Industrial) gestionó durante décadas un amplio conglomerado de empresas públicas en sectores como acero, automoción y telecomunicaciones.
  • España: el INI (Instituto Nacional de Industria) creado en 1941 controlaba empresas como SEAT, Ensidesa o Endesa. Tras las privatizaciones de los 80 y 90, algunas ramas se mantuvieron bajo control público parcial, como Navantia (astilleros de defensa) o AENA (aeropuertos).

Estos ejemplos muestran que el Estado ha sido históricamente un motor de industrialización, especialmente en sectores de gran inversión inicial y riesgo tecnológico.

De la ola privatizadora al debate actual

Con la liberalización de los 80 y 90, buena parte de estas empresas fueron privatizadas. Telefónica, Repsol, Endesa o Iberia pasaron a manos privadas en España; British Telecom o British Airways en Reino Unido. El discurso era que la competencia aseguraría eficiencia y que el Estado debía retirarse.

Sin embargo, la crisis de 2008 y, más aún, la pandemia de 2020, reabrieron el debate:

  • Los Estados tuvieron que rescatar empresas estratégicas (como Lufthansa en Alemania o Alitalia en Italia).
  • Se planteó la necesidad de asegurar el control de sectores básicos como energía, telecomunicaciones o sanidad.
  • El auge de China como potencia industrial reavivó la discusión sobre hasta dónde debe llegar el intervencionismo.

China: un modelo de doble cara

China constituye un caso paradigmático y desafiante para Europa.

  • Hacia dentro, su política industrial es fuertemente proteccionista y estatal: subvenciones masivas, bancos públicos que financian a empresas nacionales, planificación estratégica a largo plazo (Made in China 2025).
  • Hacia fuera, en cambio, adopta una actitud casi neoliberal, presentándose como un socio global abierto al comercio e invirtiendo agresivamente en mercados internacionales (África, América Latina, Europa).

El resultado es que China ha logrado en apenas cuatro décadas pasar de ser la “fábrica barata del mundo” a liderar sectores de frontera como telecomunicaciones, energías renovables o inteligencia artificial.

Para Europa, la comparación es incómoda: mientras en Bruselas se recelaba de la intervención estatal, Pekín construía campeones nacionales capaces de competir globalmente.

Europa: entre la ortodoxia y la necesidad

Tradicionalmente, la Unión Europea ha defendido una visión liberal en todos los ámbitos: prohibición de ayudas de Estado que distorsionen la competencia, apertura comercial sin reservas, limitación del intervencionismo.

Sin embargo, en los últimos años esta postura se ha suavizado:

  • Los Proyectos Importantes de Interés Común Europeo (IPCEI) permiten excepciones a la normativa de competencia para financiar sectores estratégicos (baterías, hidrógeno, semiconductores).
  • La crisis energética de 2022 llevó a varios países a nacionalizar parcial o totalmente empresas de energía para garantizar el suministro (caso de Uniper en Alemania).
  • Francia mantiene una participación pública relevante en EDF, mientras Italia ha reforzado el control en ENI (energía) o Leonardo (defensa).

Europa empieza a aceptar que cierto grado de intervención estatal es imprescindible en un mundo donde las grandes potencias no dudan en proteger a sus industrias.

El caso español: entre privatizaciones y PERTE

España, tras las privatizaciones de los 90, redujo mucho el peso directo del Estado en la industria. Sin embargo, conserva presencia en sectores estratégicos a través de:

  • SEPI (Sociedad Estatal de Participaciones Industriales), que controla Navantia, Correos y participa en Indra o Airbus.
  • AENA, principal operador aeroportuario.
  • Red Eléctrica, con participación pública relevante en la gestión de infraestructuras críticas.

En los últimos años, el Estado ha recuperado un papel activo a través de los PERTE (Proyectos Estratégicos de Recuperación y Transformación Económica), financiados con fondos europeos, que buscan impulsar la automoción eléctrica, el hidrógeno verde o la salud de vanguardia.

El debate: ¿hasta dónde intervenir?

La comparación entre modelos muestra los dilemas del intervencionismo:

  • Ventajas de la presencia pública: permite orientar inversiones a largo plazo, garantizar servicios esenciales, mantener empleos estratégicos y defender la autonomía nacional.
  • Riesgos: peligro de ineficiencia, politización de decisiones empresariales, captura de recursos por parte de grupos de interés.

El caso chino demuestra que la planificación estratégica y el apoyo estatal pueden ser enormemente eficaces en términos de competitividad global. Pero también plantea preguntas sobre transparencia, derechos laborales o sostenibilidad.

Europa, en cambio, se enfrenta a la necesidad de encontrar un equilibrio: intervenir lo suficiente para no quedar atrás, pero sin renunciar a los principios de mercado y competencia que definen su proyecto.

Conclusión: el Estado como actor imprescindible

En un mundo en el que la industria vuelve a ser terreno de competencia geopolítica, el sector público ya no puede limitarse a ser un árbitro pasivo. La pandemia, la crisis energética y la pugna tecnológica entre potencias lo han demostrado: sin un Estado activo, la autonomía industrial es una quimera.

El reto es diseñar un modelo de intervención que combine visión estratégica y eficiencia, evitando tanto el dogmatismo liberal como el dirigismo ineficaz. La pregunta que Europa debe responder en esta década es clara: ¿será capaz de articular un Estado industrial inteligente, capaz de guiar la transición ecológica y digital sin sacrificar sus valores democráticos?

Preguntas para el debate

  1. ¿Qué enseñanzas dejan experiencias históricas como INI en España o EDF en Francia?
  2. ¿Hasta dónde debe llegar la participación directa del Estado en empresas industriales?
  3. ¿Qué ventajas y riesgos tiene el modelo chino de intervencionismo industrial?
  4. ¿Cómo debería equilibrar Europa la tradición liberal con la necesidad de soberanía?
  5. ¿Es posible un “Estado industrial inteligente” que combine eficiencia y visión estratégica?
Navegación de la serie<< Industria 4.0: fábricas inteligentes y la revolución tecnológica en marchaIndustria y sociedad: educación, innovación y cultura industrial >>
Scroll al inicio