Resiliencia y reducción de riesgos

Incendios forestales que arrasan miles de hectáreas, riadas que anegan pueblos enteros, tormentas que paralizan ciudades, olas de calor que ponen en jaque la salud pública… El cambio climático no solo se traduce en temperaturas más altas, sino en desastres naturales más frecuentes e intensos. Ante esta realidad, la humanidad no puede limitarse a reaccionar después de la catástrofe: debe aprender a anticiparse y ser más resiliente.

¿Qué entendemos por resiliencia?

El concepto se ha vuelto común en los últimos años, pero ¿qué significa realmente? La resiliencia climática es la capacidad de un sistema (una comunidad, una ciudad, un ecosistema) para resistir, adaptarse y recuperarse frente a impactos climáticos, minimizando daños y transformando vulnerabilidad en fortaleza.

No es lo mismo afrontar una ola de calor con un sistema de alerta temprana, planes para proteger a personas mayores y edificios adaptados, que hacerlo sin preparación alguna. La diferencia se mide en vidas, en costes económicos y en confianza social.

El Marco de Sendai: una hoja de ruta global

En 2015, Naciones Unidas aprobó el Marco de Sendai para la Reducción del Riesgo de Desastres 2015–2030, que sustituyó al anterior Marco de Hyogo. Su objetivo es reducir las pérdidas de vidas, medios de subsistencia y activos económicos y culturales frente a desastres naturales y antrópicos.

El marco se apoya en cuatro prioridades:

  1. Comprender el riesgo
    • Mapear zonas vulnerables (inundaciones, incendios, sequías).
    • Difundir información clara a la ciudadanía.
    • Educación en riesgos desde la escuela.
  2. Fortalecer la gobernanza del riesgo
    • Coordinar gobiernos, municipios y comunidades.
    • Incorporar el riesgo climático en la planificación urbana y rural.
    • Transparencia y participación ciudadana en la toma de decisiones.
  3. Invertir en resiliencia
    • Infraestructuras seguras y adaptadas al clima.
    • Restauración de ecosistemas protectores (bosques, humedales).
    • Programas sociales para colectivos vulnerables.
  4. Prepararse y reconstruir mejor
    • Sistemas de alerta temprana accesibles para todos.
    • Simulacros y protocolos de emergencia comunitarios.
    • Reconstruir tras un desastre con criterios de sostenibilidad y prevención.

El cambio climático atraviesa todas estas prioridades: sequías más intensas, inundaciones más devastadoras e incendios más prolongados hacen de la resiliencia climática un eje inseparable de la reducción del riesgo de desastres.

España: entre incendios y sequías

España es uno de los países europeos más vulnerables al cambio climático, y eso se refleja en su exposición a desastres. Algunos ejemplos:

  • Incendios forestales: en 2022, España fue el país europeo con más superficie quemada: más de 300.000 hectáreas. El abandono rural, la acumulación de biomasa y el calor extremo crean una “tormenta perfecta”.
  • Inundaciones: las DANAs (depresiones aisladas en niveles altos) en el Levante y Baleares provocan daños millonarios y pérdidas de vidas. En 2019, la gota fría dejó más de 1.500 millones de euros en daños.
  • Sequías: cada vez más frecuentes y prolongadas, ponen en riesgo el abastecimiento de agua y la agricultura.

El Plan Nacional de Adaptación al Cambio Climático (PNACC) incluye la gestión del riesgo como eje central, en línea con el Marco de Sendai. A nivel autonómico, comunidades como Andalucía, Cataluña o la Comunidad Valenciana han desarrollado planes de resiliencia específicos.

El valor de la prevención

Cada euro invertido en prevención puede ahorrar hasta siete en costes de reconstrucción, según la ONU. Y, sin embargo, las políticas suelen priorizar la reacción inmediata frente a la inversión en resiliencia.

Ejemplos de prevención en marcha:

  • Restauración de humedales para frenar inundaciones, como el proyecto en la marjal de Pego-Oliva (Valencia).
  • Planes de emergencia ante olas de calor, como el sistema estatal que se activa cada verano en coordinación con sanidad y servicios sociales.
  • Simulacros de evacuación en colegios y comunidades costeras ante riesgo de inundaciones o incendios.

Tecnología y resiliencia: una alianza necesaria

Los sistemas de alerta temprana son una herramienta clave. Desde apps que avisan a la población de una ola de calor hasta satélites que monitorizan sequías o incendios, la tecnología puede salvar vidas.

En España, la AEMET y la Dirección General de Protección Civil trabajan en mejorar la predicción y comunicación del riesgo. La iniciativa Meteoalerta ofrece avisos detallados por zonas, mientras que proyectos europeos como Copernicus proporcionan datos en tiempo real a escala continental.

La dimensión social: resiliencia no es solo técnica

La resiliencia no se limita a infraestructuras o tecnología: también implica tejido social. Comunidades organizadas, redes vecinales, asociaciones de barrio o cooperativas de agricultores son fundamentales para prevenir y responder.

En la ola de calor de 2003, que causó más de 70.000 muertes en Europa, se vio con claridad que la soledad y la falta de redes comunitarias fueron factores determinantes.

“Reconstruir mejor”: aprender de la catástrofe

El Marco de Sendai insiste en la idea de “Build Back Better”: no basta con reconstruir lo perdido, hay que hacerlo de manera que el riesgo futuro sea menor. Por ejemplo, evitando nuevas construcciones en zonas inundables o repoblar los bosques con especies menos inflamables y más resistentes.

Resiliencia como inversión en futuro

La resiliencia es, en última instancia, una inversión en seguridad, cohesión social y sostenibilidad. Un país más resiliente no solo sufre menos pérdidas, sino que inspira confianza en su población e inversores, y mejora su calidad de vida.

El Informe Global de Riesgo 2023 del Foro Económico Mundial situaba los desastres climáticos y ambientales como los riesgos más probables y de mayor impacto para la próxima década. Prepararse para ellos ya no es opcional.

Conclusión: anticiparse para resistir

El cambio climático convierte los desastres en fenómenos más frecuentes e intensos. Pero no estamos condenados a sufrirlos pasivamente. La resiliencia y la reducción del riesgo son herramientas de supervivencia colectiva, y el Marco de Sendai nos recuerda que se trata de un esfuerzo global, nacional y local al mismo tiempo.

España, por su exposición y vulnerabilidad, tiene el reto y la oportunidad de liderar en prevención y resiliencia. La clave está en invertir ahora para evitar daños mayores mañana. Porque, como dice la propia ONU, los desastres no son naturales: lo que los convierte en tragedias humanas es nuestra falta de preparación.

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