Muchas personas afirman sentir que “el tiempo está más raro que antes”. Pero la ciencia no se basa en impresiones ni en recuerdos subjetivos: necesita datos, registros y sistemas comparables a lo largo del tiempo. En el caso del cambio climático, medir es crucial para diferenciar una variación puntual del clima de un cambio estructural y global.
Los indicadores climáticos son como un panel de instrumentos en un avión: permiten saber hacia dónde nos dirigimos, cuánto nos hemos desviado y qué margen de maniobra queda. Sin ellos, las políticas serían puro voluntarismo.
Termómetros globales: la temperatura del planeta
El indicador más conocido es la temperatura media global. Se calcula a partir de miles de estaciones meteorológicas, boyas oceánicas y satélites.
La Organización Meteorológica Mundial (OMM) confirmó que 2024 fue el año más cálido registrado, con una temperatura media de aproximadamente 1,55 ºC por encima del promedio preindustrial (1850–1900). Es la primera vez que se supera el umbral de 1,5 ºC en un año calendario completo, un hito simbólico y científico que marca la gravedad de la situación.
Aunque se trata de un promedio global, las diferencias regionales son notables: en el Ártico, el incremento supera los 3 ºC; en España, los registros muestran un aumento de 1,7 ºC desde 1961, un ritmo superior al global.
Este dato no significa que el planeta ya haya superado el objetivo de París (que se mide sobre períodos de 20 años), pero sí indica que hemos entrado en una era en la que los años por encima de 1,5 ºC serán cada vez más frecuentes.
El pulso de la atmósfera: dióxido de carbono y otros gases
El dióxido de carbono (CO₂) es el principal motor del calentamiento global. Antes de la industrialización rondaba las 280 partes por millón (ppm); hoy supera las 420 ppm, la concentración más alta en al menos 800.000 años.
La estación de Mauna Loa, en Hawái, mantiene desde 1958 la famosa “curva de Keeling”, que no ha dejado de ascender.
Otros gases también cuentan: el metano (CH₄), 80 veces más potente que el CO₂ a corto plazo, y el óxido nitroso (N₂O), con un efecto 300 veces mayor. Ambos están ligados a la ganadería intensiva, los fertilizantes y los residuos.
El hielo que desaparece
El deshielo de polos y glaciares es otro indicador crítico:
- En el Ártico, el hielo de verano ha disminuido más de un 40 % desde 1979.
- En la Antártida, las plataformas de hielo pierden masa a un ritmo acelerado.
- En los Alpes y en los Pirineos, los glaciares retroceden a velocidad histórica.
En España, de los 39 glaciares que existían a principios del siglo XX en los Pirineos, apenas sobreviven una docena. Su desaparición total podría producirse hacia mediados de siglo.
El mar que sube
El nivel medio del mar ha subido unos 20 cm desde 1900 y en las últimas décadas el ritmo se acelera. Para el Mediterráneo occidental se proyecta un aumento de entre 30 y 50 cm a finales de siglo.
En España, con más de 7.000 km de costa, esto significa playas más estrechas, mayor riesgo de inundaciones y amenazas para puertos y zonas turísticas.
El ciclo del agua: sequías e inundaciones
Los cambios en las precipitaciones son desiguales: sequías más largas en regiones áridas y lluvias torrenciales más intensas en otras.
En España, la AEMET confirma una reducción del 12 % en las precipitaciones medias desde 1961. Al mismo tiempo, las DANAs en Levante y Baleares generan inundaciones devastadoras. El agua es ya uno de los indicadores más claros de la vulnerabilidad climática española.
Los océanos: un termómetro azul
Los océanos absorben más del 90 % del exceso de calor. Su medición revela tendencias alarmantes:
- Temperaturas récord en 2023 y 2024, con olas de calor marinas que amenazan ecosistemas.
- Acidificación progresiva por absorción de CO₂, que pone en riesgo a corales, moluscos y pesquerías.
El Mediterráneo se calienta un 20 % más rápido que la media global. En 2022, las aguas frente a la costa española alcanzaron valores hasta 5 ºC superiores a lo habitual.
La biodiversidad como indicador vivo
Los cambios en la distribución de especies son un termómetro ecológico. Aves migratorias que llegan antes, peces que buscan aguas más frías, insectos que colonizan nuevas zonas.
En España, SEO/BirdLife alerta de que especies ligadas al frío retroceden, mientras que aves mediterráneas avanzan hacia el norte. La biodiversidad se convierte en un indicador visible de la crisis climática.
Huella de carbono: medirnos a nosotros mismos
La huella de carbono mide nuestra contribución individual o colectiva. España emite unas 290 millones de toneladas de CO₂ equivalente al año, lo que supone 6 toneladas por habitante. El objetivo es reducir un 55 % las emisiones en 2030 respecto a 1990.
Datos y transparencia: la base de las decisiones
Los indicadores climáticos no solo interesan a científicos: son esenciales para responsables políticos, empresas y ciudadanía. Permiten evaluar políticas, detectar incumplimientos y exigir responsabilidades.
La transparencia es fundamental: sin datos abiertos y claros, la sociedad pierde capacidad de acción.
Conclusión: medir para actuar
El cambio climático se mide, se siente y se ve. El año 2024, al superar por primera vez el umbral de 1,5 ºC en un año completo, nos recuerda que el margen de acción se estrecha rápidamente.
Medir no es un fin en sí mismo: es la base de la acción. Con indicadores claros sabemos dónde estamos y hacia dónde vamos. La cuestión ya no es si los datos confirman el cambio, sino qué vamos a hacer con ellos.