Bajo la superficie de los campos, praderas y huertos se despliega un mundo invisible, lleno de vida. Millones de organismos (bacterias, hongos, lombrices, insectos, raíces) trabajan en un delicado equilibrio que recicla nutrientes, regula la humedad, descompone materia orgánica y sustenta la productividad agrícola. Este entramado constituye la biodiversidad del suelo, base física y biológica de nuestra seguridad alimentaria.
Pero los suelos agrícolas sufren presiones crecientes: labranza intensiva, uso excesivo de agroquímicos, monocultivos prolongados, pérdida de materia orgánica, compactación y erosión. Cada vez que se degrada el suelo, no solo se reduce su fertilidad, también se empobrece la biodiversidad que lo hace fértil.
La FAO estima que un tercio de los suelos del mundo están degradados y que, de continuar la tendencia, podría perderse la capacidad de producción agrícola en vastas áreas en menos de 60 años.
Indicadores de salud del suelo y biodiversidad agrícola
1. Contenido de carbono orgánico del suelo. Cantidad de materia orgánica presente, clave para la fertilidad, retención de agua y secuestro de carbono.
2. Estructura y porosidad del suelo. Proporción de espacios de aire y agua en el suelo, esenciales para raíces y organismos edáficos.
3. Diversidad y abundancia de organismos edáficos. Presencia de lombrices, hongos micorrícicos, bacterias y artrópodos del suelo. Son los ingenieros del ecosistema edáfico y bioindicadores de su salud.
4. Cobertura vegetal viva. Porcentaje del año en que el suelo está cubierto por vegetación o restos vegetales. Reduce la erosión y la pérdida de humedad y favorece hábitats para fauna auxiliar.
5. Elementos del paisaje agrícola con valor ecológico. Presencia de setos, lindes, franjas floridas, charcas, muros de piedra, arbolado disperso.
6. Diversidad genética y varietal de cultivos. Número y tipo de variedades locales y especies cultivadas. Mayor variedad aporta mayor resiliencia frente a plagas, enfermedades y eventos climáticos extremos.
7. Abundancia de polinizadores y fauna auxiliar. Número y diversidad de abejas, mariposas, mariquitas, crisopas, aves insectívoras.
8. Calidad química del suelo. Concentración de nutrientes, metales pesados, contaminantes y pH. Niveles equilibrados previenen toxicidades y favorecen ciclos naturales.
9. Erosión del suelo. Pérdida de capa superficial fértil por agua o viento, expresada en toneladas por hectárea/año.
10. Balance hídrico y capacidad de retención de agua. Cantidad de agua que el suelo puede almacenar y poner a disposición de las plantas. Es crucial para enfrentar sequías y asegurar rendimientos estables.
Pesticidas, fertilizantes y otros factores de degradación
En la Unión Europea, según datos de Eurostat, se venden unas 350.000 toneladas de plaguicidas al año. Estos productos, si bien controlan plagas y enfermedades, tienen efectos colaterales sobre organismos no objetivo, como lombrices, microorganismos beneficiosos y polinizadores. Los pesticidas sistémicos, como los neonicotinoides (parcialmente prohibidos en la UE), han mostrado impactos severos en abejas y otros insectos.
A ello se suma el uso intensivo de fertilizantes nitrogenados, que puede alterar la microbiota del suelo, acidificarlo y contaminar aguas subterráneas. La agricultura industrializada, basada en altos insumos químicos, laboreo profundo y mecanización intensiva, acelera la pérdida de carbono orgánico, favorece la erosión y reduce la capacidad de infiltración del suelo.
Monocultivos y simplificación del paisaje
La expansión de monocultivos extensivos (cereales, soja, maíz, colza) simplifica los hábitats y reduce la diversidad de organismos del suelo. El laboreo repetitivo rompe las redes de micorrizas y expone el carbono orgánico a la oxidación. La uniformidad de cultivos a gran escala también incrementa la vulnerabilidad a plagas y enfermedades, lo que a su vez aumenta la dependencia de agroquímicos.
La pérdida de elementos seminaturales (setos, lindes, praderas, charcas) priva a los polinizadores y a los enemigos naturales de plagas de refugios y fuentes de alimento.
Pérdida de biodiversidad genética en semillas
En el último siglo, el mundo ha perdido más del 75 % de la diversidad genética de cultivos debido a la homogeneización de variedades comerciales adaptadas a sistemas intensivos. Las variedades locales y tradicionales, adaptadas a condiciones climáticas y suelos específicos, se han reducido drásticamente. Esta erosión genética limita la capacidad de respuesta de la agricultura ante el cambio climático, nuevas plagas y enfermedades.
La conservación in situ (en fincas y huertos) y ex situ (bancos de germoplasma) de semillas nativas y tradicionales es una estrategia esencial para mantener la resiliencia del sistema alimentario.
Los polinizadores: aliados invisibles de la agricultura
Por encima del suelo, otro ejército silencioso sostiene la producción de alimentos: los polinizadores. Abejas, mariposas, escarabajos, moscas y hasta algunas aves y murciélagos garantizan la reproducción de miles de especies vegetales, incluidas muchas de las que consumimos. Según la FAO, alrededor del 75 % de los cultivos alimentarios dependen en alguna medida de la polinización animal.
La pérdida de hábitat, el uso de pesticidas, las enfermedades, las especies invasoras y el cambio climático han provocado un declive alarmante de estos polinizadores, con impactos directos en los rendimientos y la calidad de los alimentos. La desaparición progresiva de setos, lindes, praderas y flores silvestres en paisajes agrícolas elimina las “estaciones de servicio” que necesitan para alimentarse y reproducirse.
El compromiso europeo con suelos y polinizadores
El Reglamento Europeo de Restauración de la Naturaleza reconoce explícitamente que la restauración de agroecosistemas es esencial para alcanzar sus objetivos de biodiversidad y clima. Entre las medidas clave propone:
- Restauración de hábitats seminaturales en tierras agrícolas, como setos, lindes, franjas floridas, barbechos y pastizales ricos en especies.
- Recuperación y mantenimiento de hábitats para polinizadores, con el objetivo de revertir la tendencia de declive de sus poblaciones antes de 2030.
- Reducción de la erosión y aumento de materia orgánica en los suelos agrícolas, con metas medibles en cada Estado miembro.
- Limitación del uso de pesticidas nocivos para polinizadores y fomento de prácticas agrícolas sostenibles, como la rotación de cultivos y la diversificación.
- Indicadores obligatorios para evaluar la abundancia y diversidad de polinizadores, así como la calidad y cantidad de hábitats florales.
Esto significa que, por primera vez, la restauración de los ecosistemas agrícolas y la protección de polinizadores queda sujeta a objetivos jurídicamente vinculantes en toda la UE, no solo a recomendaciones voluntarias.
Agricultura agroecológica y regenerativa: caminos hacia la restauración
La agroecología se basa en principios ecológicos para diseñar sistemas agrícolas que imiten procesos naturales, reduzcan insumos externos y favorezcan la biodiversidad. Algunas prácticas clave:
- Rotación de cultivos para interrumpir ciclos de plagas y mejorar la fertilidad.
- Policultivos y asociaciones (como maíz-frijol-calabaza) que optimizan el uso de espacio, luz y nutrientes.
- Manejo integrado de plagas usando enemigos naturales y plantas repelentes.
- Agroforestería, integrando árboles y arbustos en sistemas agrícolas para mejorar microclimas, aportar materia orgánica y aumentar la biodiversidad.
La agricultura regenerativa, más reciente en su formulación, busca no solo minimizar el impacto, sino mejorar activamente la salud del suelo y la biodiversidad. Sus técnicas incluyen:
- Coberturas vegetales vivas todo el año para proteger y nutrir el suelo.
- Labranza mínima o cero laboreo para preservar la estructura y las redes de vida subterránea.
- Compostaje y biofertilizantes para alimentar la microbiota del suelo.
- Pastoreo planificado para reciclar nutrientes y mejorar la infiltración de agua.
Estos enfoques no solo favorecen la biodiversidad, sino que mejoran la resiliencia de los cultivos ante sequías, inundaciones o plagas.
Un círculo virtuoso entre suelo, polinizadores y producción
La salud del suelo y la de los polinizadores están íntimamente ligadas: suelos vivos sostienen plantas más sanas, que producen flores más nutritivas; polinizadores activos garantizan semillas y frutos, cerrando el ciclo productivo. Cuando se restaura este vínculo, los beneficios se multiplican: aumentan los rendimientos, mejora la calidad de los alimentos y se reduce la dependencia de insumos externos.
Restaurar la biodiversidad agrícola es, por tanto, mucho más que una medida ambiental: es una estrategia de seguridad alimentaria, económica y climática. Y en un momento en que la cuenta atrás para frenar la pérdida de biodiversidad se acorta, cuidar de suelos y polinizadores es cuidar del futuro mismo de nuestra alimentación.
Preguntas para el debate
- ¿Qué prácticas agrícolas degradan más el suelo y su biodiversidad?
- ¿Cómo influye la biodiversidad del suelo en la productividad a largo plazo?
- ¿Qué incentivos podrían ayudar a los agricultores a adoptar prácticas regenerativas?
- ¿Cómo afectan los cambios en la biodiversidad agrícola a la dieta y la cultura alimentaria?
- ¿Qué papel tienen los consumidores en la protección de la biodiversidad agrícola?