Restaurar la naturaleza: un compromiso común para un futuro habitable

La biodiversidad es la trama viva que sostiene el planeta. Comprende la variedad de especies, genes y ecosistemas, y las relaciones que los enlazan en un equilibrio dinámico. Este entramado regula el clima, purifica el agua, poliniza cultivos, protege contra inundaciones, recicla nutrientes y nos provee de alimentos, medicinas y recursos. Sin embargo, en las últimas décadas, este equilibrio ha empezado a romperse a un ritmo que no tiene precedentes en la historia humana.

Las evaluaciones globales, como las del IPBES, confirman que estamos viviendo una pérdida acelerada de biodiversidad que afecta tanto a ecosistemas marinos como terrestres y de agua dulce. Entre las causas más importantes se encuentran la transformación de hábitats para agricultura y ganadería intensivas, la sobreexplotación de recursos, la contaminación, el cambio climático y la introducción de especies invasoras. Estos factores actúan de manera combinada, intensificando su impacto y reduciendo la capacidad de los ecosistemas para adaptarse.

El cambio climático es un amplificador de estas presiones: eleva la temperatura de mares y suelos, altera regímenes de lluvias y patrones de migración, favorece plagas y enfermedades, y multiplica los eventos extremos. A su vez, la degradación de ecosistemas reduce su capacidad para mitigar el cambio climático, generando un círculo vicioso que amenaza tanto la naturaleza como el bienestar humano.

En este contexto, resulta fundamental comprender el concepto de deuda de extinción. Esta idea describe el desfase temporal entre el momento en que un hábitat se degrada o fragmenta y el momento en que las especies afectadas llegan a extinguirse. Un ecosistema puede parecer estable a corto plazo, pero en realidad estar condenado a perder parte de su biodiversidad en el futuro debido a decisiones tomadas hoy. La deuda de extinción es, por tanto, una advertencia: la inercia de los procesos ecológicos significa que el daño que infligimos ahora puede manifestarse plenamente décadas más tarde, incluso si cesan las presiones. Reducir esta deuda exige actuar antes de que las poblaciones crucen umbrales críticos de viabilidad. Diversos estudios estiman que algunas regiones pueden estar “arrastrando” deudas de extinción que afectarán a entre el 20 % y el 50 % de sus especies de plantas y animales, incluso sin nuevas pérdidas de hábitat.

La pérdida de biodiversidad no es solo una cuestión ambiental: tiene implicaciones directas sobre la salud, la seguridad alimentaria, la economía y la estabilidad social. Los servicios ecosistémicos, que a menudo damos por sentados, dependen de la integridad de esta red de vida. Un bosque fragmentado ya no filtra el agua con la misma eficacia; un arrecife degradado ya no protege la costa de las tormentas; un humedal drenado deja de almacenar carbono y de amortiguar inundaciones.

Por todo ello, marcos como los Objetivos de Desarrollo Sostenible 14 y 15, el Marco Global sobre la Biodiversidad y el Reglamento Europeo de Restauración de la Naturaleza no son simples declaraciones: son hojas de ruta que establecen metas vinculantes para revertir la degradación, restaurar hábitats y garantizar que, en lugar de sumar deuda de extinción, empecemos a saldarla. Este enfoque requiere medir avances, integrar políticas y asumir que restaurar la biodiversidad es tan urgente como reducir emisiones o adaptar infraestructuras al cambio climático.

El Marco Global de Biodiversidad de Kunming-Montreal establece metas ambiciosas, como proteger al menos el 30 % del planeta para 2030, restaurar ecosistemas degradados y frenar la extinción de especies.

En Europa, el Reglamento de Restauración de la Naturaleza es la herramienta más concreta y vinculante hasta la fecha: obliga a los Estados miembros a restaurar un porcentaje significativo de sus ecosistemas terrestres y marinos, garantizar la conectividad ecológica y asegurar la recuperación de especies y hábitats en estado desfavorable. Sus objetivos están respaldados por indicadores claros y plazos definidos, alineando conservación, restauración y adaptación climática.

Si entendemos la biodiversidad como una infraestructura natural esencial, la tarea que tenemos por delante se vuelve evidente: mantener y restaurar su integridad no es una opción estética o moral, sino una condición para nuestra supervivencia. Cada año que retrasamos la acción, la deuda crece, y el interés que nos cobrará la naturaleza será incalculable.

La ciencia, a través de IPBES y otros organismos, advierte que las decisiones de los próximos años determinarán el futuro de la biodiversidad durante siglos. No se trata de elegir entre naturaleza y desarrollo, se trata de entender que no habrá desarrollo posible sin una naturaleza sana.

10 datos clave sobre la crisis de biodiversidad

  1. Un millón de especies en riesgo. Según evaluaciones globales, hasta 1 de cada 8 especies de plantas y animales podría desaparecer en las próximas décadas.
  2. La mitad de los ecosistemas ya alterados. Aproximadamente el 50 % de la superficie terrestre y más del 40 % de los océanos muestran signos significativos de degradación por actividades humanas.
  3. La deforestación avanza a gran ritmo. Cada año se pierden unos 10 millones de hectáreas de bosque, una superficie similar a Islandia.
  4. Arrecifes en retroceso. Más del 50 % de los arrecifes de coral del mundo ya están degradados, y podrían desaparecer en gran parte antes de 2050 si no se limita el calentamiento global.
  5. Desaparición de humedales. Hemos perdido el 85 % de los humedales del planeta desde 1700; en el último siglo han desaparecido tres veces más rápido que los bosques.
  6. Pesca al límite. Un tercio de las poblaciones de peces marinos está sobreexplotado; otro 60 % se pesca en su capacidad máxima sostenible.
  7. Plásticos por todas partes. Cada año, entre 8 y 12 millones de toneladas de plástico acaban en los océanos, afectando a más de 800 especies marinas.
  8. Cambio climático y migraciones forzadas. El aumento de temperaturas ya ha desplazado el rango geográfico de muchas especies terrestres y marinas hacia los polos y a mayores altitudes.
  9. Especies invasoras en ascenso. Más de 37.000 especies exóticas se han establecido fuera de sus áreas naturales, y al menos 3.500 generan impactos negativos graves en ecosistemas y economías.
  10. El valor económico de la naturaleza. Los servicios que proporcionan los ecosistemas se estiman en más de 44 billones de dólares al año, más de la mitad del PIB mundial.

Urge actuar

Gobiernos, empresas, comunidades y ciudadanía tenemos un papel en este desafío. La restauración de la naturaleza exige colaboración, conocimiento científico, innovación tecnológica y compromiso político. Pero también requiere una transformación cultural: volver a reconocernos como parte de la naturaleza, no como algo separado de ella.

Este número de la revista recorre la biodiversidad en sus múltiples escenarios (mares, bosques, ciudades, suelos, ríos) y examina las amenazas, soluciones y herramientas que tenemos para actuar. Porque restaurar la naturaleza es restaurar las bases mismas de nuestra vida.

Preguntas para el debate

  1. ¿Crees que la restauración de la naturaleza debería tener el mismo nivel de prioridad política que la lucha contra el cambio climático?
  2. ¿Qué ejemplos locales conoces de ecosistemas que hayan mejorado tras acciones de restauración?
  3. ¿Qué papel debería jugar la ciudadanía en la restauración, más allá de las acciones gubernamentales?
  4. ¿Cómo influye la pérdida de biodiversidad en la capacidad de un territorio para adaptarse al cambio climático?
  5. ¿Hasta qué punto la restauración de la naturaleza es una inversión económica y no solo un gasto?
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