Océanos, sostén invisible de la vida en la tierra

La biodiversidad marina es, en realidad, el gran sostén invisible de la vida en la Tierra. Regula el clima, produce buena parte del oxígeno que respiramos, captura carbono, alimenta a miles de millones de personas y protege nuestras costas de tormentas y erosión.

El motor invisible del planeta

Más del setenta por ciento de la superficie del planeta está cubierta por océanos. En su capa más superficial flota el fitoplancton, una comunidad microscópica que, sin que apenas la percibamos, produce al menos la mitad del oxígeno que entra en nuestros pulmones y captura enormes cantidades de dióxido de carbono. Sin estas diminutas criaturas, el clima sería radicalmente distinto y la vida terrestre, tal como la conocemos, difícilmente posible.

En las costas, otros ecosistemas marinos cumplen funciones igual de esenciales. Los manglares, las marismas y las praderas de pastos marinos actúan como sumideros de carbono, enterrando materia orgánica en sedimentos que pueden retenerla durante siglos o milenios. No solo atrapan carbono: ofrecen refugio a crías de peces y crustáceos, filtran el agua y amortiguan el impacto de olas y tormentas sobre comunidades costeras.

La riqueza oculta

La diversidad de ambientes marinos es tan grande que todavía hoy desconocemos buena parte de las especies y procesos que los habitan. Cerca de las costas se extienden arrecifes de coral rebosantes de vida, verdaderos “bosques tropicales” del océano que concentran una biodiversidad impresionante en áreas relativamente pequeñas. Más adentro, en mar abierto, nadan bancos de peces pelágicos, tiburones y tortugas migratorias que cruzan océanos enteros. En las profundidades, a oscuras y bajo presiones extremas, existen formas de vida adaptadas a condiciones que parecerían imposibles.

Todos estos entornos están conectados: lo que ocurre en las praderas submarinas puede afectar a la salud de los arrecifes cercanos; el declive de una población de peces puede alterar la dieta de aves marinas y mamíferos oceánicos. La biodiversidad marina es, por tanto, una red continua en la que cada nudo tiene su importancia.

Amenazas bajo la superficie

Sin embargo, esta riqueza está sometida a presiones crecientes. La sobrepesca ha reducido de forma drástica las poblaciones de numerosas especies y ha alterado cadenas tróficas enteras. A esto se suma la contaminación que llega al mar en forma de plásticos, vertidos industriales, hidrocarburos o nutrientes procedentes de la agricultura, que provocan proliferaciones de algas y zonas muertas sin oxígeno.

El cambio climático impone un doble castigo: el aumento de la temperatura del agua altera hábitats y ciclos de vida, mientras que la absorción de dióxido de carbono provoca la acidificación del océano, que debilita corales y moluscos. La pérdida de hábitats costeros por construcción, dragados o contaminación priva a miles de especies de refugios y zonas de cría. Y, como si fuera poco, las especies exóticas invasoras introducidas por el tráfico marítimo pueden desplazar a las locales y romper equilibrios establecidos durante milenios.

Consecuencias que nos alcanzan

La degradación de la biodiversidad marina no se queda “allá afuera” en el océano. Sus efectos llegan a tierra firme en forma de menor disponibilidad de alimentos, pérdida de medios de vida para millones de personas, menos protección natural frente a tormentas y un menor control sobre el clima. Cuando los manglares desaparecen, las comunidades costeras se vuelven más vulnerables a huracanes y marejadas. Cuando la sobrepesca agota bancos de peces, las economías locales sufren y la seguridad alimentaria se debilita. Cuando los corales se blanquean y mueren, el turismo sostenible que depende de ellos se desvanece junto con las especies que albergan.

El compromiso europeo con la restauración

En este escenario, la Unión Europea ha adoptado el Reglamento de Restauración de la Naturaleza, un marco legal que fija metas concretas y vinculantes para devolver la salud a los ecosistemas, también a los marinos. Entre sus compromisos se incluye la obligación de restaurar al menos el 20 % de las zonas terrestres y marinas de la UE de aquí a 2030, priorizando aquellas en peor estado. En el ámbito marino, esto implica recuperar hábitats clave como praderas de fanerógamas marinas, arrecifes de ostras y bancos de mejillones, así como ecosistemas costeros como marismas y manglares europeos.

El reglamento también establece que los Estados miembros deben mejorar la conectividad y la calidad de las aguas, reducir presiones como la pesca destructiva y la contaminación, y garantizar que las poblaciones de especies marinas recuperen un estado de conservación favorable. Estos objetivos no son aspiraciones vagas: cuentan con plazos, indicadores y planes nacionales obligatorios, lo que convierte la restauración en una tarea medible y sujeta a seguimiento.

En la práctica, esto significa, por ejemplo, que áreas marinas degradadas del Báltico, el Mediterráneo o el Atlántico europeo tendrán que ser objeto de programas de regeneración, y que las políticas pesqueras, portuarias y de ordenación del espacio marítimo deberán alinearse con los objetivos de recuperación ecológica.

Un océano que puede sanar

La buena noticia es que el mar, si se le da una oportunidad, puede recuperarse. Experiencias en distintas partes del mundo demuestran que establecer áreas marinas protegidas bien gestionadas permite la recuperación de hábitats y poblaciones en pocos años. Las medidas de pesca sostenible y trazable, basadas en límites biológicos y ciencia sólida, han permitido que algunas poblaciones se recuperen hasta niveles saludables. La restauración de manglares y praderas marinas ha devuelto protección costera y capacidad de captura de carbono a zonas que las habían perdido.

En el Mediterráneo occidental, proyectos de restauración de Posidonia oceanica en Baleares han logrado que praderas degradadas vuelvan a crecer, recuperando su papel como sumideros de carbono y refugios de vida marina. En el Mar del Norte, la reintroducción de la ostra europea (Ostrea edulis), desaparecida por la sobreexplotación hace más de un siglo, está reconstruyendo arrecifes que ofrecen hábitat a peces, crustáceos y moluscos, además de filtrar millones de litros de agua al día.

En el Báltico, iniciativas para retirar redes de pesca fantasma y restaurar fondos marinos han permitido que bancos de bacalao y arenque mejoren su estado, beneficiando a pescadores y a todo el ecosistema. Incluso en zonas muy presionadas, como algunas áreas del Adriático, las reservas marinas bien gestionadas han provocado el regreso de meros, corvinas y langostas en apenas una década.

Reducir la contaminación —especialmente la de plásticos y vertidos agrícolas— es una tarea urgente, al igual que abordar el cambio climático para frenar la acidificación y el calentamiento de las aguas. El nuevo marco europeo puede actuar como catalizador para que estas acciones se generalicen y aceleren, siempre que los Estados miembros lo apliquen con ambición y recursos suficientes.

Decisiones individuales que cuentan

Proteger la biodiversidad marina no es tarea exclusiva de gobiernos o científicos. Las decisiones cotidianas también cuentan: elegir pescado de fuentes sostenibles, reducir el consumo de plásticos de un solo uso, apoyar proyectos de conservación o participar en actividades de ciencia ciudadana son maneras de aportar a la salud del océano.

Preguntas para el debate

  1. ¿Qué amenazas marinas crees que son más urgentes de abordar: sobrepesca, contaminación, cambio climático o pérdida de hábitats?
  2. ¿Cómo pueden equilibrarse los intereses de la pesca comercial con la conservación de los ecosistemas marinos?
  3. ¿Qué opinas de las áreas marinas protegidas como herramienta de restauración?
  4. ¿Qué papel pueden desempeñar los consumidores a la hora de proteger la biodiversidad marina?
  5. ¿Hasta qué punto la salud de los océanos influye en la vida en tierra firme?
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