Los bosques cubren cerca del 31 % de la superficie terrestre del planeta. A simple vista son un conjunto de árboles, pero en realidad son ecosistemas complejos y dinámicos, verdaderas ciudades vivas que albergan desde microorganismos invisibles hasta grandes mamíferos, pasando por hongos, aves y millones de especies de insectos.
Los bosques son también la memoria viva de la Tierra. Los anillos de sus árboles guardan huellas de sequías, erupciones y climas pasados; sus suelos son archivos biológicos que acumulan carbono y nutrientes durante siglos. Su papel en la regulación de los ciclos del agua, la estabilización del clima y el mantenimiento de la biodiversidad es insustituible.
¿Por qué son importantes?
Los bosques generan servicios ecosistémicos esenciales para la humanidad. Actúan como pulmones del planeta, capturando dióxido de carbono y liberando oxígeno. Regulan el ciclo hidrológico, favoreciendo la infiltración de agua en los suelos y reduciendo la erosión. Filtran contaminantes y ayudan a prevenir inundaciones y sequías.
En su interior se producen interacciones invisibles que sostienen la fertilidad del suelo: hongos micorrícicos que se asocian a las raíces, bacterias que fijan nitrógeno, descomponedores que reciclan materia orgánica. La diversidad genética que albergan es una fuente invaluable para la medicina, la agricultura y la adaptación al cambio climático.
Un patrimonio en retroceso
A pesar de su importancia, la superficie y calidad de los bosques se ha reducido drásticamente en muchas regiones del mundo. La deforestación sigue siendo la principal amenaza en zonas tropicales, impulsada por la expansión agrícola, la ganadería extensiva y la extracción de madera. En Europa, donde la cobertura forestal total ha aumentado en décadas recientes, la degradación es la gran amenaza: incendios más intensos y frecuentes, plagas favorecidas por el cambio climático, fragmentación del hábitat y monocultivos forestales que empobrecen la biodiversidad.
El calentamiento global, además, está desplazando gradualmente la distribución de muchas especies arbóreas, alterando la composición y estructura de los bosques. Si no se les da tiempo y espacio para adaptarse, su resiliencia se verá comprometida.
Análisis de la Agencia Europea de Medio Ambiente estiman que el 47 % de los bosques de la UE está expuesto al menos a tres impulsores de degradación (por ejemplo, incendios, plagas, sequía, contaminación o fragmentación) y el 20 % a cuatro o más. Es un panorama de vulnerabilidad acumulada que merma la resiliencia del bosque frente a perturbaciones cada vez más frecuentes.
El fuego es un termómetro elocuente del cambio. La temporada 2023 terminó con 504.002 hectáreas quemadas en la UE, una de las peores cifras del siglo (solo por detrás de 2007, 2017 y 2022). En 2024, el área total calcinada fue de 419.298 hectáreas, aún muy por encima de lo deseable y con un porcentaje notable dentro de espacios Natura 2000. En 2025, los grandes incendios han vuelto a ocupar titulares en el suroeste europeo y Francia en pleno verano. La señal es clara: temporadas más largas, fuegos más intensos, y ventanas operativas más breves para contenerlos.
A escala global, la deforestación y la degradación siguen avanzando: cada año se pierden en torno a 10 millones de hectáreas de bosque (promedio 2015–2020), y en 2024 los trópicos perdieron 6,7 millones de hectáreas de selva primaria.
El compromiso europeo con la restauración de bosques
El Reglamento Europeo de Restauración de la Naturaleza reconoce que la salud de los bosques es clave para cumplir con los objetivos climáticos y de biodiversidad. Establece metas para restaurar al menos el 20 % de las zonas terrestres y marinas de la UE en 2030, con acciones específicas para los ecosistemas forestales. En concreto, convierte la restauración forestal en un objetivo vinculante y medible. Cada Estado miembro debe lograr una tendencia creciente en al menos 6 de 7 indicadores forestales (detallados en el cuadro siguiente) entre 2024 y 2030 (y reevaluaciones cada seis años): madera muerta en pie, madera muerta en el suelo, porcentaje de bosques con estructura disetánea (de varias edades), conectividad forestal, reservas de carbono orgánico, porcentaje de bosques dominados por especies nativas y diversidad de especies arbóreas. Además, se debe procurar un aumento del índice de aves forestales comunes. Además, el Reglamento anima a contribuir a la meta de plantar 3.000 millones de árboles adicionales hasta 2030 (con criterios ecológicos). Los países deben presentar Planes Nacionales de Restauración (PNR) con cartografía, objetivos, medidas, financiación y seguimiento, y someterse a informes periódicos de evaluación.
Indicador | Qué es | Cómo se mide en campo | Por qué importa |
---|
1. Madera muerta en pie | Troncos y ramas aún en vertical, secos o en descomposición. | Contar y medir el volumen por hectárea; registrar diámetro y altura. | Proporciona hábitat a aves, insectos saproxílicos y hongos; almacena carbono. |
2. Madera muerta en el suelo | Restos de troncos, ramas gruesas o árboles caídos. | Medir volumen y superficie cubierta; estimar estado de descomposición. | Favorece el reciclado de nutrientes, la retención de humedad y la biodiversidad del suelo. |
3. Estructura disetánea | Mezcla de árboles de distintas edades y alturas. | Estimar proporción de clases de edad en parcelas de muestreo. | Mejora la resiliencia frente a plagas, incendios y tormentas; aumenta diversidad de hábitats. |
4. Conectividad forestal | Grado en que los parches de bosque están unidos o próximos. | Uso de cartografía y SIG; en campo, evaluar continuidad de cubierta arbórea y presencia de corredores. | Facilita el movimiento de especies y la recolonización tras perturbaciones. |
5. Reservas de carbono orgánico | Carbono almacenado en biomasa y suelos forestales. | Medición de biomasa aérea y muestreo de suelo para análisis de carbono. | Mitiga el cambio climático y mejora la fertilidad. |
6. Bosques con especies nativas | Proporción de especies autóctonas frente a introducidas. | Inventario botánico en parcelas de muestreo. | Conserva interacciones ecológicas y reduce riesgos de plagas e invasoras. |
7. Diversidad de especies arbóreas | Número y equilibrio de especies presentes. | Contar especies y estimar abundancia relativa. | Aumenta la estabilidad ecológica y la adaptabilidad al cambio climático. |
Incendios forestales: cambio de enfoque
En las últimas décadas, los incendios forestales han mostrado en España una creciente intensidad, extensión y virulencia, alimentados por factores como el cambio climático, el abandono rural, la acumulación de biomasa y la presión urbanística en la interfaz urbano-forestal. Lo que antes eran fuegos estacionales de escala relativamente controlable, hoy se han transformado en megaincendios capaces de alterar ecosistemas enteros y poner en riesgo vidas, infraestructuras y economías locales.
La respuesta institucional se ha centrado históricamente en la extinción, con importantes avances tecnológicos y operativos en medios aéreos y terrestres. Sin embargo, esta estrategia reactiva ha demostrado ser insuficiente y, a menudo, insostenible. La prevención, entendida como gestión integral del territorio, planificación paisajística y reducción estructural de la vulnerabilidad, sigue siendo la gran asignatura pendiente.
1. El desequilibrio entre extinción y prevención
El grueso de los presupuestos públicos se dirige a la extinción, mientras que la prevención recibe menos recursos, menor visibilidad y escasa continuidad en el tiempo. La falta de gestión forestal activa (clareos, podas, mosaicos agroforestales, pastoreo controlado, recuperación de cultivos tradicionales) genera paisajes continuos de alta combustibilidad que favorecen incendios de gran escala.
2. Reducción de presupuestos y recursos públicos
En España, la crisis económica de 2008 marcó un punto de inflexión con la reducción de presupuestos forestales y ambientales en muchas comunidades autónomas, situación que no se ha revertido completamente. Ello limita tanto las labores de prevención como el refuerzo de plantillas, la formación y la investigación en nuevos modelos de gestión adaptativa al cambio climático.
3. Privatización y externalización de servicios
Cada vez más competencias en prevención y extinción se externalizan a empresas privadas, lo que introduce riesgos de precarización, discontinuidad en los equipos y pérdida de conocimiento acumulado. Aunque la colaboración público-privada puede ser valiosa, la excesiva dependencia de contratos temporales fragmenta la estrategia y debilita la capacidad pública de planificación a largo plazo.
4. Precariedad laboral y déficit de formación
Los trabajadores forestales y de emergencias enfrentan con frecuencia condiciones precarias, temporalidad y falta de reconocimiento profesional. La formación continua, especialmente en nuevas técnicas de prevención y gestión integral del fuego, resulta insuficiente. Esta situación no solo afecta a la calidad del servicio, sino también a la seguridad de quienes trabajan en primera línea.
5. Falta de coordinación entre administraciones
La multiplicidad de competencias en materia forestal, protección civil y ordenación del territorio genera fragmentación y falta de coordinación entre administraciones locales, autonómicas y estatales. En muchos casos, los incendios desbordan los límites administrativos, evidenciando la necesidad de estructuras de gobernanza más integradas y mecanismos ágiles de cooperación interterritorial.
Hacia una estrategia integral del fuego
La planificación paisajística y territorial debe incorporar el fuego como elemento estructural de los ecosistemas, entendiendo que no puede eliminarse, pero sí gestionarse. Esto implica:
- Aumentar de forma estable la inversión en prevención y gestión forestal activa.
- Promover mosaicos agroforestales que reduzcan la continuidad del combustible.
- Revalorizar los usos tradicionales del territorio (pastoreo, agricultura de secano, aprovechamientos forestales sostenibles).
- Fortalecer los servicios públicos de gestión forestal, con plantillas estables, bien formadas y dotadas de recursos.
- Mejorar la coordinación multinivel y la cooperación entre comunidades autónomas en emergencias de gran escala.
- Integrar a la ciudadanía mediante campañas de sensibilización y programas de autoprotección en la interfaz urbano-forestal.
Medidas para frenar la degradación incluidas en el Reglamento
La restauración no es un acto puntual, sino un programa continuado de manejo adaptativo. El Reglamento de Restauración recoge gran parte de las medida ya comentadas:
1) Complejidad estructural y diversidad específica.
Sustituir monocultivos y masas coetáneas por bosques mixtos y disetáneos, con mezcla de frondosas y coníferas nativas, edades variadas y estratos bien marcados. Esa complejidad amortigua plagas, mejora la infiltración, reduce el viento en cubierta y hace al bosque menos propenso a incendios de copa. Mantener y aumentar la madera muerta (en pie y en el suelo) y los árboles veteranos crea microhábitats (cavidades, cortezas, pudriciones) clave para hongos, insectos saproxílicos, aves y murciélagos; además, mejora el almacenamiento de carbono estable a largo plazo. Estos elementos están explícitamente reflejados en los indicadores del Reglamento.
2) Conectividad y paisaje en mosaico.
La conectividad forestal permite el movimiento de especies, rescata poblaciones aisladas y facilita la recolonización tras perturbaciones. A escala de paisaje, mantener mosaicos agroforestales y de matorral reduce continuidad de combustible y baja la probabilidad de grandes incendios. En zonas ribereñas, bosques de galería y restauración de llanuras de inundación estabilizan suelos y aportan humedad a la matriz forestal, bajando la severidad del fuego.
3) Gestión integral del riesgo de incendios.
La prevención combina selvicultura preventiva (clareos finos, reducción de continuidad vertical, manejo del sotobosque), quemas prescritas en condiciones seguras para recuperar pirodiversidad y mantenimiento de áreas de oportunidad (caminos cortafuegos verdes, pastoreo dirigido, agricultura extensiva compatible) que interrumpen la propagación. El objetivo no es “eliminar el fuego”, sino limitar los megaincendios que arrasan suelos y copas. La evidencia de los últimos años en la UE, con picos de superficie quemada, subraya la urgencia de estas medidas.
4) Agua y carbono: turberas forestales y suelos.
Rehumedecer turberas forestales drenadas y recuperar la hidrología natural evita emisiones masivas de CO₂, reduce el riesgo de incendios subterráneos y mejora la resiliencia a las sequías. Reforzar el carbono orgánico del suelo (a través de menos laboreo, acolchados, madera muerta fina, control de pisoteo) reporta una doble ganancia: fertilidad y mitigación climática. Ambos aspectos aparecen en los indicadores y obligaciones del reglamento.
5) Plagas, enfermedades e invasoras: prevención inteligente.
La mejor defensa es un bosque diverso y bien estructurado. A ello se suma la vigilancia temprana, las cuarentenas fitosanitarias, el control de vectores en madera y transporte, y el manejo focalizado (no sistemático) tras disturbios, evitando aprovechamientos de emergencia (“salvage logging”) indiscriminados que extraen madera muerta crítica y perpetúan suelos desnudos. La restauración tras los incendios debe priorizar la regeneración natural asistida y las plantaciones con mezclas genéticas adaptadas a climas futuros.
6) Plantar sí, pero plantar bien.
Las plantaciones cuentan cuando aumentan diversidad y funcionalidad: especies nativas, origen genético adecuado, densidades realistas, mantenimiento inicial (riegos, protectores, descompactación puntual) y un plan para evolucionar hacia masas mixtas. La meta europea de 3.000 millones de árboles solo tiene sentido si cada árbol “cuenta” ecológicamente.
Bosques y cambio climático: una alianza frágil
Los bosques son uno de nuestros mejores aliados contra el cambio climático gracias a su capacidad de absorber CO₂. Pero esa capacidad depende de su salud: un bosque degradado o afectado por incendios libera el carbono que había almacenado, convirtiéndose en fuente de emisiones. La gestión forestal sostenible es, por tanto, una herramienta climática, pero también un escudo contra la pérdida de biodiversidad.
Ejemplos de restauración que inspiran
En Portugal y España, proyectos de restauración de bosques ribereños han devuelto la vegetación autóctona a riberas ocupadas por especies invasoras como el eucalipto y la acacia. Esto ha mejorado la biodiversidad y la calidad del agua, y ha reducido el riesgo de incendios.
En Escocia, el programa Caledonian Forest está recuperando fragmentos del antiguo bosque de pino silvestre, reconectando hábitats y permitiendo el retorno de especies como el urogallo y el lince boreal.
En Finlandia, iniciativas de restauración de turberas forestales están bloqueando canales de drenaje, lo que permite que estas acumulen agua nuevamente y recuperen su capacidad de capturar carbono.
El papel de la ciudadanía
Aunque la gestión de grandes masas forestales depende de políticas nacionales y europeas, las personas también tienen un papel. Apoyar productos de madera certificados, participar en reforestaciones con especies locales, reducir el consumo de papel y defender la protección de áreas forestales son acciones con impacto real.
Preguntas para el debate
- ¿Qué factores crees que amenazan más a los bosques en tu región?
- ¿Es suficiente la plantación masiva de árboles para restaurar un bosque?
- ¿Cómo pueden integrarse los bosques en las estrategias de mitigación del cambio climático?
- ¿Qué importancia tienen los bosques maduros frente a las plantaciones forestales jóvenes?
- ¿Qué papel deberían jugar las comunidades locales en la gestión forestal?