La relación entre el campo y la ciudad es una de las tensiones estructurales más antiguas de la humanidad. Durante siglos, los asentamientos urbanos han dependido del campo para obtener alimentos, agua, materias primas y energía, mientras que el campo ha dependido de la ciudad para acceder a mercados, tecnología y servicios especializados. Sin embargo, en las últimas décadas, esta relación ha experimentado cambios acelerados que han transformado las dinámicas territoriales y han puesto en el centro del debate el papel de las áreas periurbanas.
En el siglo XXI, el campo y la ciudad ya no pueden entenderse como mundos separados: forman parte de un continuo territorial interdependiente donde los flujos de personas, bienes, servicios, capital e información circulan de manera constante. La clave está en cómo gestionamos esa interdependencia para que genere beneficios compartidos, en lugar de conflictos y desigualdades.
El periurbano: frontera difusa y espacio estratégico
Las áreas periurbanas son zonas de transición entre lo urbano y lo rural. Se caracterizan por una gran diversidad de usos —agrícolas, residenciales, industriales, logísticos, recreativos— y por una elevada presión de cambio. Su localización, generalmente próxima a las grandes ciudades y bien conectada por infraestructuras, las convierte en espacios estratégicos para:
- Garantizar la soberanía alimentaria mediante agricultura de proximidad.
- Ofrecer servicios ecosistémicos como control de inundaciones, captura de carbono o regulación microclimática.
- Acoger actividades económicas complementarias (logística, industria ligera, turismo rural).
Sin embargo, esta posición también las expone a fuertes tensiones: competencia por el suelo, fragmentación ecológica, pérdida de identidad paisajística, conflictos de usos y especulación inmobiliaria.
Dinámicas recientes: del éxodo rural al neo-ruralismo
En la segunda mitad del siglo XX, el éxodo rural llevó a millones de personas del campo a la ciudad, vaciando pueblos y concentrando población y recursos en áreas urbanas. Pero en las últimas dos décadas, se observa un fenómeno inverso, aunque más matizado:
- Migración periurbana de familias que buscan vivienda más asequible o entornos más tranquilos, manteniendo su trabajo en la ciudad.
- Neo-ruralismo vinculado a estilos de vida más sostenibles, teletrabajo y búsqueda de calidad ambiental.
- Revalorización de entornos rurales y periurbanos como destinos turísticos y de segunda residencia.
La pandemia de COVID-19 aceleró estas tendencias, impulsando una mayor demanda de vivienda en áreas periurbanas y rurales bien conectadas. Esto ha generado oportunidades, pero también riesgos de encarecimiento y desplazamiento de población local.
Interdependencia de flujos y servicios
La relación campo-ciudad se manifiesta en una red de flujos que incluye:
- Flujos materiales: alimentos, agua, energía, materias primas.
- Flujos ecológicos: polinización, regulación hídrica, biodiversidad.
- Flujos humanos: migración pendular, turismo, desplazamientos de ocio.
- Flujos de información y tecnología: transferencia de innovación, acceso a mercados digitales.
Una gestión equilibrada de estos flujos requiere infraestructuras adecuadas, políticas coordinadas y marcos de cooperación que superen las fronteras administrativas.
Paisaje y cultura en el vínculo campo-ciudad
El paisaje periurbano es también un patrimonio cultural y simbólico. Contiene elementos que forman parte de la memoria colectiva —campos de cultivo tradicionales, sistemas de regadío históricos, bosques periurbanos— y que contribuyen a la identidad de las ciudades.
Sin embargo, la expansión urbana descontrolada y la presión de infraestructuras tienden a homogeneizar estos paisajes, reduciendo su diversidad y borrando sus huellas culturales. Proteger y poner en valor estos elementos es clave para reforzar el vínculo emocional y social entre campo y ciudad.
Gobernanza y planificación integrada
Uno de los grandes retos es que las áreas periurbanas suelen quedar en un limbo administrativo: fuera de las prioridades de las grandes ciudades, pero también de las políticas rurales. Esto dificulta la coordinación y genera vacíos de gestión.
La planificación integrada debe:
- Superar la división rígida entre lo urbano y lo rural.
- Establecer zonificaciones flexibles que permitan usos complementarios sin degradar los valores ambientales.
- Proteger corredores ecológicos y paisajes agrarios estratégicos.
- Promover economías locales basadas en circuitos cortos y energías renovables.
Ejemplos y buenas prácticas
- Cinturón verde de Vitoria-Gasteiz: un sistema de parques y áreas naturales que conecta el núcleo urbano con el entorno rural, integrando ocio, biodiversidad y agricultura periurbana.
- Parque Agrario del Baix Llobregat (Barcelona): protege suelos agrícolas estratégicos y fomenta la producción de proximidad para abastecer a la metrópoli.
- Franja agrícola de Milán: combina protección del suelo agrario, comercialización directa y turismo sostenible.
Estos ejemplos muestran que es posible consolidar una relación campo-ciudad mutuamente beneficiosa si se protege el suelo productivo y se integra en la economía y la vida de la ciudad.
El papel del urbanismo en la nueva ruralidad
El urbanismo debe ampliar su mirada para incorporar el territorio periurbano como parte esencial de la estructura de la ciudad. Esto implica:
- Diseñar infraestructuras verdes y azules que conecten campo y ciudad.
- Facilitar la movilidad sostenible entre áreas urbanas y periurbanas.
- Reconocer la función económica y social de la agricultura de proximidad.
- Limitar la expansión urbana en suelos de alto valor agrario o ecológico.
La renaturalización no debe limitarse al centro de la ciudad: las áreas periurbanas pueden actuar como anillos de transición verde que aporten resiliencia climática y calidad de vida.
Conclusión
La relación campo-ciudad no es una frontera, sino un continuo de interacciones que puede ser fuente de equilibrio o de conflicto. La clave está en reconocer la importancia estratégica de las áreas periurbanas y gestionarlas con criterios de sostenibilidad, equidad y protección del patrimonio natural y cultural.
El urbanismo y la ordenación del territorio tienen un papel decisivo: diseñar marcos que permitan a las ciudades alimentarse de su territorio sin agotarlo, y a las áreas rurales y periurbanas beneficiarse de su proximidad a la ciudad sin perder su identidad. Solo así podremos hablar de un territorio integrado, resiliente y con futuro compartido.
Preguntas para el debate
- ¿Qué políticas podrían evitar la ocupación descontrolada del suelo periurbano?
- ¿Cómo integrar el campo y la ciudad en un mismo modelo territorial?
- ¿Qué papel puede jugar la agricultura periurbana en la seguridad alimentaria?
- ¿Qué estrategias pueden compatibilizar usos residenciales, agrícolas e industriales en el periurbano?
- ¿Qué actores deberían liderar la gobernanza de estas áreas de transición?