El paisaje es mucho más que una postal o un decorado para nuestras actividades diarias. Es un recurso vivo, un testigo de nuestra historia y, al mismo tiempo, un elemento activo que influye en nuestra identidad, salud y bienestar. Su valor no se limita a lo estético: el paisaje es soporte de biodiversidad, regulador ambiental, base de actividades económicas y un factor decisivo en la cohesión social y territorial.
En el contexto de la ordenación urbana y territorial, el paisaje debe dejar de ser un apéndice ornamental para convertirse en un criterio central de planificación. Integrarlo en los procesos de diseño y gestión no es una cuestión de sensibilidad cultural únicamente: es una estrategia de sostenibilidad, competitividad y calidad de vida.
El marco conceptual: del Convenio Europeo del Paisaje a la realidad local
El Convenio Europeo del Paisaje (CEP), firmado en Florencia en el año 2000, supuso un punto de inflexión al reconocer que el paisaje no se limita a áreas de excepcional belleza, sino que incluye paisajes ordinarios y degradados, y que todos ellos requieren atención, gestión y mejora. Esto implica tres consecuencias clave:
- El paisaje es patrimonio de toda la población y su gestión debe contar con la participación ciudadana.
- Su planificación debe integrar factores naturales, culturales, sociales y económicos.
- Debe existir una política activa de mejora, no solo de conservación.
La Agenda Urbana Española recoge este enfoque y lo traduce en medidas concretas que vinculan la protección y puesta en valor del paisaje con objetivos de calidad ambiental, integración territorial y mejora de la habitabilidad.
Comprender el paisaje como sistema
El paisaje es un sistema complejo en el que interactúan:
- Componentes biofísicos: relieve, hidrología, suelos, vegetación, fauna.
- Elementos antrópicos: edificaciones, infraestructuras, usos agrícolas, espacios públicos.
- Dimensión perceptiva: cómo la población interpreta y valora esos elementos.
En este sentido, planificar el paisaje implica abordar simultáneamente la estructura física, las funciones ecológicas y las percepciones sociales. Un corredor fluvial, por ejemplo, es al mismo tiempo un hábitat, una vía de conectividad ecológica, un espacio de ocio y un símbolo cultural.
Instrumentos para la integración paisajística
En la práctica, existen diversos instrumentos que permiten incorporar el paisaje en la planificación urbana y territorial:
- Catálogos y unidades de paisaje: herramientas de diagnóstico que identifican áreas homogéneas, describen sus valores y fragilidades, y definen criterios para su gestión.
- Objetivos de calidad paisajística: formulaciones estratégicas que orientan cómo debe evolucionar un paisaje en función de las aspiraciones colectivas.
- Estudios de integración paisajística: documentos técnicos que evalúan el impacto visual y funcional de proyectos urbanísticos o infraestructurales, proponiendo medidas correctoras o de diseño.
- Planes de paisaje: estrategias específicas que combinan conservación, restauración y dinamización, aplicables a ámbitos como áreas protegidas, entornos periurbanos o paisajes culturales.
En España, comunidades como Cataluña, la Comunidad Valenciana o Galicia han desarrollado catálogos y planes de paisaje que sirven como base para la integración en los planes urbanísticos municipales y regionales.
Paisajes ordinarios y paisajes degradados: una oportunidad de transformación
Uno de los aportes más innovadores del CEP es la atención a los paisajes ordinarios: aquellos que conforman el marco cotidiano de la vida de la mayoría de la población. Estos paisajes —barrios residenciales, zonas industriales, entornos periurbanos— son clave para la calidad de vida y, sin embargo, a menudo han sido ignorados por las políticas paisajísticas.
La rehabilitación paisajística de espacios degradados puede actuar como catalizador de procesos más amplios de regeneración urbana y social. Por ejemplo, la reconversión de antiguas zonas portuarias o ferroviarias en parques urbanos, como ocurrió en el Parc de la Villette en París o en Madrid Río, demuestra que el paisaje puede ser motor de revitalización económica y cultural.
Paisaje y resiliencia climática
En un contexto de cambio climático, el paisaje se convierte en una infraestructura esencial para la adaptación y mitigación. Las infraestructuras verdes y la renaturalización de riberas, humedales y laderas actúan como sistemas de drenaje natural, reducen el efecto isla de calor, protegen frente a inundaciones y ofrecen refugios climáticos en entornos urbanos.
La planificación paisajística, en este sentido, no solo responde a criterios estéticos, sino que incorpora métricas funcionales: índices de conectividad ecológica, coeficientes de sombra, capacidad de retención hídrica o biodiversidad urbana. Ciudades como Friburgo, Melbourne o Vitoria-Gasteiz han utilizado la planificación del paisaje como pilar de sus estrategias climáticas.
Gobernanza del paisaje: participación y corresponsabilidad
Gestionar el paisaje de manera efectiva requiere procesos participativos sólidos, donde la ciudadanía, agentes económicos y administraciones compartan diagnóstico y objetivos. No basta con consultar: hay que incorporar la experiencia y el conocimiento local en las decisiones.
Herramientas como mapeos colectivos, talleres de cocreación y plataformas digitales abiertas permiten recoger percepciones y propuestas, además de generar corresponsabilidad en el cuidado del paisaje. La implicación social es clave no solo para definir objetivos, sino para garantizar el mantenimiento y la continuidad de las actuaciones.
Integración en las políticas urbanas y territoriales
La planificación paisajística no debe operar como un documento paralelo, sino integrarse de manera transversal en:
- Planes generales y parciales de ordenación urbana.
- Planes de movilidad y transporte.
- Estrategias de desarrollo rural y periurbano.
- Planes sectoriales de energía, turismo o infraestructuras.
Esto asegura que cualquier intervención —desde un nuevo barrio hasta una carretera— incorpore criterios paisajísticos desde el inicio, evitando conflictos y reduciendo costes de corrección posteriores.
De la teoría a la acción: ejemplos y aprendizajes
- Vitoria-Gasteiz: su Anillo Verde es un ejemplo de cómo la planificación paisajística puede integrar regeneración ambiental, ocio ciudadano y conectividad ecológica.
- Rotterdam: ha transformado su paisaje portuario mediante espacios públicos multifuncionales que actúan como defensa frente a inundaciones y zonas de actividad recreativa.
- Girona: ha rehabilitado márgenes fluviales para recuperar biodiversidad y al mismo tiempo crear paseos urbanos de alto valor social.
Estos casos demuestran que invertir en paisaje no es un gasto ornamental, sino una inversión estratégica en salud, cohesión y resiliencia.
Conclusión
El paisaje es un recurso territorial, cultural y social de primer orden. Su planificación requiere una visión sistémica que combine la conservación con la transformación, integrando criterios ecológicos, culturales, funcionales y perceptivos.
Convertirlo en un eje real de la ordenación urbana y territorial significa que cada proyecto, desde una pequeña plaza hasta un gran plan metropolitano, se evalúe también por su impacto en la calidad paisajística. Y que los paisajes ordinarios, donde se desarrolla la vida diaria, reciban la misma atención que los entornos emblemáticos.
En definitiva, el paisaje no es un fondo estático: es un motor de transformación que, bien gestionado, puede hacer que nuestras ciudades y territorios sean más bellos, más saludables y más resilientes.
Preguntas para el debate
- ¿Por qué es importante incluir el paisaje cotidiano, y no solo el excepcional, en la planificación?
- ¿Cómo influye la percepción ciudadana del paisaje en su conservación?
- ¿Qué papel juega el paisaje en la identidad cultural de un territorio?
- ¿De qué manera se puede conciliar desarrollo urbano y preservación del paisaje?
- ¿Qué herramientas locales podrían mejorar la gestión del paisaje urbano y periurbano?