Los impactos del desperdicio alimentario

Cada año, se pierden o desperdician en torno a 1.300 millones de toneladas de comida en todo el planeta. Mientras tanto, 735 millones de personas padecen hambre y millones de hogares no pueden garantizar una dieta adecuada ni acceder a una alimentación saludable.

El desperdicio alimentario es el síntoma visible de un sistema alimentario disfuncional, basado en la lógica del beneficio, la eficiencia mal entendida y el consumo sin límites. Afecta a todos los eslabones de la cadena: desde el campo hasta el plato. Pero también ofrece una oportunidad poderosa de transformación. Reducirlo no solo es posible, sino necesario. Y está al alcance de políticas concretas, compromisos colectivos y decisiones individuales.

¿Dónde se pierde y desperdicia la comida?

El desperdicio alimentario puede dividirse en dos grandes categorías:

  • Pérdidas: ocurren en las fases de producción, postcosecha, almacenamiento y transporte. Son comunes en países del Sur Global, donde la falta de infraestructuras, tecnologías adecuadas o inversiones genera pérdidas antes de que los alimentos lleguen a los mercados.
  • Desperdicio: sucede en la distribución y el consumo, principalmente en países del Norte Global. Se relaciona con decisiones comerciales, hábitos de consumo, cultura del descarte y exigencias estéticas de supermercados y consumidores.

En Europa, cerca del 50% del desperdicio ocurre en los hogares, seguido por el comercio minorista, los restaurantes y los servicios de catering. En el caso de frutas y hortalizas, por ejemplo, una gran proporción es descartada por no cumplir con los estándares de forma, tamaño o color, aunque estén perfectamente aptas para el consumo.

Impactos ocultos del desperdicio

El desperdicio alimentario tiene consecuencias profundas a múltiples niveles.

A nivel ambiental se calcula que el desperdicio de alimentos es responsable de entre el 8% y el 10% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero. Además, implica el uso inútil de agua, suelo, energía y otros recursos naturales.

A nivel económico, supone una pérdida anual de más de 900.000 millones de euros en todo el mundo. Afecta tanto a los productores (que no venden) como a los consumidores (que compran más de lo que necesitan).

A nivel social y desde una perspectiva ética, mientras toneladas de comida se van a la basura, millones de personas viven con inseguridad alimentaria. Este contraste pone en entredicho la eficiencia y legitimidad del sistema actual.

Reducir el desperdicio no solo aliviaría la presión sobre el planeta: permitiría mejorar la distribución y el acceso a los alimentos sin necesidad de aumentar la producción.

¿Por qué se desperdicia tanto?

Las causas del desperdicio alimentario son múltiples y estructurales. Entre las más relevantes destacan:

  • Exigencias comerciales: supermercados y distribuidores imponen criterios de apariencia y vencimientos arbitrarios que descartan alimentos viables.
  • Lógica de sobreoferta: el sistema prioriza tener más de lo necesario en las estanterías, lo que genera caducidades y excedentes inevitables.
  • Desconexión con el origen: los consumidores, alejados de la producción, valoran poco los alimentos y no perciben su verdadero costo ecológico y social.
  • Políticas públicas inadecuadas: en muchos países, faltan normativas claras para donar excedentes, gestionar residuos o fomentar hábitos responsables.

Frente a esto, se requiere una transformación cultural y normativa que redefina la relación entre la sociedad y los alimentos. Porque tirar comida no puede seguir siendo normal.

La ley española contra el desperdicio: un paso necesario

La Ley 1/2025, de 1 de abril, de prevención de las pérdidas y el desperdicio alimentario marca un cambio de paradigma: considera el desperdicio alimentario como una responsabilidad colectiva y establece obligaciones concretas para todos los actores de la cadena.

Entre sus principales medidas destacan:

  • Jerarquía de usos: antes de desechar alimentos, se deben destinar preferentemente al consumo humano (donaciones), y si no es posible, al uso para piensos, compost o bioenergía.
  • Planes obligatorios de prevención: empresas de distribución, restauración y hostelería deben elaborar estrategias específicas para reducir el desperdicio.
  • Promoción del consumo responsable: campañas de sensibilización, formación en escuelas y etiquetados más claros.
  • Facilitación de donaciones: se eliminan trabas legales y fiscales que dificultaban la entrega de excedentes comestibles a bancos de alimentos u organizaciones sociales.

Si bien esta ley aún enfrenta desafíos en su aplicación y seguimiento efectivo, representa un avance significativo y un ejemplo para otros países. Sitúa el desperdicio alimentario como una prioridad política y ética, y obliga a repensar las prácticas cotidianas de producción y consumo.

¿Qué podemos hacer como sociedad?

Más allá de las políticas, la reducción del desperdicio requiere una cultura alimentaria diferente: más consciente, más justa, más respetuosa. Algunas claves para avanzar en esa dirección incluyen:

  • Revalorizar lo imperfecto: frutas y verduras «feas» no son menos nutritivas.
  • Planificar la compra y conservar bien los alimentos en casa.
  • Aprovechar sobras y aprender técnicas de cocina creativa.
  • Presionar a las empresas para que donen, reformulen envases y reduzcan caducidades ficticias.
  • Educar desde la infancia en el respeto por la comida como bien valioso.

También es crucial fomentar circuitos cortos de comercialización, producción local y modelos de consumo que no estén basados en la abundancia innecesaria, sino en el equilibrio.

Tirar comida es tirar futuro

El desperdicio alimentario no es solo una cuestión de eficiencia: es una cuestión de justicia y de responsabilidad intergeneracional. En un contexto de emergencia climática, desigualdad creciente y presión sobre los recursos, reducir el despilfarro de alimentos es una de las medidas más efectivas para avanzar hacia un sistema más sostenible.

No se trata de moralizar la basura, sino de revisar las raíces estructurales del modelo que la genera. De poner fin a la cultura del descarte que trata a los alimentos como mercancía prescindible y no como el resultado de trabajo humano, tierra fértil y recursos finitos.

Reducir el desperdicio alimentario no salvará por sí solo el mundo, pero es una palanca concreta, urgente y transformadora. Y no hay excusa para no actuar.

Preguntas para el debate

  1. ¿Qué factores estructurales explican que se desperdicie tanta comida en un mundo con hambre?
  2. ¿Qué responsabilidad tienen las empresas alimentarias en el desperdicio?
  3. ¿Cómo se puede reducir el desperdicio en el hogar, las escuelas o restaurantes?
  4. ¿Qué avances supone la ley española contra el desperdicio alimentario? ¿Qué le falta?
  5. ¿Debería penalizarse el desperdicio alimentario como una falta ética o legal?
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