Introducción: El reto alimentario del siglo XXI

En un planeta que produce suficientes alimentos para toda su población, más de 700 millones de personas padecen hambre. Al mismo tiempo, más de 2.000 millones sufren sobrepeso u obesidad. Entre el hambre y la malnutrición, el sistema alimentario mundial muestra una contradicción tan grave como estructural. No estamos simplemente ante una crisis coyuntural provocada por guerras, pandemias o sequías: estamos ante un modelo alimentario que genera exclusión, desigualdad, enfermedad y degradación ambiental de manera sistemática.

Este número especial de Desafíos 2030 se propone explorar, desde múltiples ángulos, cómo hemos llegado a esta situación, qué actores y factores estructurales están implicados y, sobre todo, qué alternativas se están construyendo para garantizar el derecho a una alimentación adecuada, sostenible y justa para todas las personas. A lo largo de los doce artículos que componen esta edición, recorreremos las entrañas del sistema alimentario global, sus impactos y contradicciones, pero también las semillas del cambio que germinan en los márgenes.

El hambre no es un accidente

Durante décadas se nos ha dicho que el hambre es el resultado de la escasez. Sin embargo, tanto la experiencia histórica como los estudios actuales lo desmienten. No hay escasez, hay mala distribución. La producción mundial de alimentos bastaría para alimentar a casi el doble de la población actual si se gestionara de manera equitativa y racional. Entonces, ¿por qué hay hambre? Porque la comida se ha convertido en una mercancía, sujeta a las reglas del mercado y a la lógica del beneficio. El acceso a los alimentos no depende de las necesidades humanas, sino de la capacidad de pago.

Esta mercantilización ha convertido al sistema alimentario en una enorme maquinaria industrial, extractiva y concentrada, dominada por unas pocas empresas transnacionales que controlan cada eslabón de la cadena: desde las semillas hasta la distribución minorista. La concentración de poder económico y político tiene consecuencias devastadoras para la biodiversidad, los territorios rurales, la salud pública y la soberanía de los pueblos.

Entre el exceso y la carencia

Los problemas alimentarios ya no se reducen al hambre. La malnutrición, en todas sus formas, es hoy una pandemia global. En los países más empobrecidos, millones de personas no acceden a una dieta mínima en calorías y nutrientes; en los países enriquecidos, y también entre las clases populares de los países del Sur, la obesidad y las enfermedades asociadas a dietas ultraprocesadas y desequilibradas se disparan. Esta llamada “doble carga de la malnutrición” pone en evidencia que el sistema alimentario no está diseñado para nutrir, sino para maximizar beneficios.

Y como suele ocurrir, las poblaciones más vulnerables son las más afectadas. Existe una correlación directa entre nivel socioeconómico y calidad de la alimentación. En muchos barrios populares del mundo, es más fácil y barato comprar comida rápida ultraprocesada que frutas y verduras frescas. Las decisiones alimentarias, por tanto, no son solo personales o culturales, sino profundamente políticas y estructurales.

La tierra y las manos que nos alimentan

Mientras las grandes corporaciones agroalimentarias dominan el mercado, los pequeños productores rurales (campesinos, agricultoras familiares, pueblos indígenas) continúan produciendo una parte fundamental de los alimentos que consumimos. Según diversas estimaciones, más del 70% de los alimentos que alimentan a la humanidad provienen de unidades de pequeña escala. Sin embargo, estos productores enfrentan enormes dificultades para acceder a la tierra, al agua, a los mercados y al crédito, al tiempo que sufren los impactos del cambio climático, el acaparamiento de recursos y las políticas públicas orientadas hacia el agronegocio.

Frente a este panorama, se alzan propuestas que reclaman una transformación profunda del modelo: no se trata solo de producir más, sino de producir mejor, cuidando la tierra, la biodiversidad, los saberes locales y el derecho de las comunidades a decidir cómo alimentarse.

La alimentación como derecho

Uno de los grandes debates contemporáneos gira en torno a la naturaleza de la alimentación: ¿es un derecho humano o una simple mercancía? Esta pregunta no es solo teórica; tiene implicaciones prácticas decisivas. Considerar la alimentación como derecho implica garantizar que todas las personas, sin discriminación, tengan acceso físico y económico a alimentos suficientes, seguros, nutritivos y culturalmente apropiados. Implica que los Estados tienen la obligación de respetar, proteger y garantizar ese derecho. En cambio, cuando la alimentación se regula únicamente por el mercado, se normaliza la exclusión, el desperdicio y la precariedad alimentaria.

En muchos lugares del mundo, esta visión del derecho a la alimentación empieza a abrirse camino en políticas públicas locales, sistemas alimentarios territoriales, redes de consumo responsable y legislación emergente.

Una encrucijada civilizatoria

Hablar de alimentación es hablar de salud, de economía, de cultura, de justicia, de medio ambiente, de democracia. El sistema alimentario actual contribuye de forma decisiva a la crisis climática, es uno de los principales motores de deforestación, pérdida de suelos fértiles, contaminación del agua y pérdida de biodiversidad. Si queremos garantizar un futuro habitable para las próximas generaciones, no basta con ajustar los márgenes del modelo actual: es necesario un cambio estructural y profundo, una transición hacia sistemas alimentarios sostenibles, inclusivos y resilientes.

Este número de Desafíos 2030 es una invitación a repensar la alimentación como eje central de ese cambio. A lo largo de los próximos artículos, abordaremos en profundidad algunos de los temas clave: desde la concentración empresarial hasta la agroecología; desde el papel de los pequeños productores hasta la regulación del desperdicio; desde la diversidad genética hasta los mercados internacionales. Nuestra intención no es solo describir los problemas, sino también, mostrar caminos posibles.

Preguntas para el debate

  1. ¿Por qué sigue habiendo hambre en un mundo que produce suficientes alimentos para todos?
  2. ¿Qué consecuencias tiene considerar la alimentación como un tema técnico y no político?
  3. ¿De qué manera la forma en que nos alimentamos refleja desigualdades sociales?
  4. ¿Qué conexiones hay entre el modelo alimentario actual y la crisis climática?
  5. ¿Qué elementos deberían estar presentes en un sistema alimentario verdaderamente justo?
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