Hacia sistemas resilientes de producción de alimentos

El sistema agroalimentario global no solo está fallando en su propósito más básico (alimentar a toda la población de forma justa y saludable) sino que es uno de los principales motores de la crisis climática, de la pérdida de biodiversidad y del agotamiento de los recursos naturales. La agricultura industrial, basada en monocultivos, uso intensivo de agroquímicos y consumo masivo de combustibles fósiles, ha alcanzado un punto de inflexión. Ya no es sostenible ni social ni ecológicamente.

Frente al colapso de la lógica productivista, emergen alternativas que ponen en el centro la resiliencia, es decir, la capacidad de los sistemas alimentarios de adaptarse, resistir y transformarse frente a crisis múltiples. En este horizonte destacan algunos enfoques que están sentando las bases de un nuevo paradigma agrícola como la agroecología y la agricultura regenerativa.

Agroecología: ciencia, práctica y movimiento

La agroecología no es solo una técnica agrícola. Es, al mismo tiempo, una ciencia, una práctica productiva y un movimiento social. Nacida del diálogo entre la ecología y la agronomía, y profundamente enraizada en el conocimiento campesino, la agroecología busca transformar el modelo agrícola desde sus fundamentos.

A diferencia de la agricultura convencional, que depende de insumos externos (fertilizantes sintéticos, semillas híbridas, pesticidas), la agroecología se basa en los recursos disponibles en cada territorio: la fertilidad natural del suelo, la diversidad de cultivos, la rotación de parcelas, los policultivos, la integración entre agricultura y ganadería, y las semillas locales adaptadas.

Desde América Latina hasta África, pasando por Europa y Asia, miles de comunidades están aplicando principios agroecológicos con resultados positivos: aumento de la productividad sostenible, recuperación de suelos degradados, mejora de la alimentación local, reducción de la pobreza rural y fortalecimiento del tejido social.

La agroecología también tiene un componente político: cuestiona el poder corporativo sobre la alimentación, promueve la soberanía alimentaria y exige políticas públicas que respalden a los productores que deciden alimentar sin destruir.

Agricultura regenerativa: sanar la tierra

En paralelo, la agricultura regenerativa ha ganado protagonismo como un enfoque que busca restaurar los ecosistemas agrícolas, en lugar de simplemente minimizar el daño. Si la agroecología se origina en los movimientos sociales rurales, la agricultura regenerativa ha sido adoptada también por actores empresariales, ecológicos y técnicos que reconocen la necesidad de sanar los suelos, capturar carbono y devolver vida a los sistemas agrícolas.

Algunos de sus principios clave son:

  • No labranza o labranza mínima, para proteger la estructura del suelo.
  • Cobertura permanente con cultivos de cobertura o restos vegetales.
  • Integración de ganado en rotación controlada.
  • Uso de compost, biofertilizantes y microorganismos beneficiosos.
  • Reforestación o agroforestería para aumentar la captura de carbono y biodiversidad.

Aunque más reciente y en ocasiones criticada por su apropiación por parte del agronegocio “verde”, la agricultura regenerativa puede ser una herramienta poderosa si se combina con principios de justicia social, equidad en el acceso a recursos y participación comunitaria.

¿Puede un modelo diferente alimentar al mundo?

Durante décadas, el modelo agroindustrial ha defendido su legitimidad sobre una premisa aparentemente indiscutible: es el único capaz de alimentar a una población mundial creciente. Los rendimientos espectaculares alcanzados con la Revolución Verde (especialmente entre las décadas de 1960 y 1980) sirvieron de argumento para consolidar un sistema agrícola basado en monocultivos, fertilizantes sintéticos, pesticidas, semillas híbridas patentadas e irrigación a gran escala.

Sin embargo, ese modelo, aunque efectivo en términos de rendimiento por hectárea de ciertos cultivos, ha demostrado ser ineficiente, insostenible y profundamente desigual desde otras perspectivas: ecológica, social y nutricional.

La Revolución Verde elevó la productividad de cultivos básicos como el trigo y el arroz, especialmente en países del Sur Global, contribuyendo a evitar hambrunas masivas. No obstante, los logros de esa revolución fueron parciales y limitados:

  • Se centró en calorías, no en nutrientes. No resolvió los problemas de malnutrición ni de diversidad dietética.
  • Se apoyo en el uso de insumos caros y no renovables: fertilizantes sintéticos, agroquímicos y agua en grandes cantidades.
  • Generó dependencia tecnológica y económica de los agricultores hacia grandes empresas de insumos.
  • Favoreció monocultivos, lo que degradó suelos, redujo biodiversidad y aumentó la vulnerabilidad ante plagas y el cambio climático.
  • Provocó desigualdades: los grandes productores accedieron a tecnologías, crédito y mercados; los pequeños quedaron marginados.

En definitiva, aumentó la oferta de alimentos, pero no garantizó acceso, sostenibilidad ni equidad.

Los sistemas de producción resilientes están diseñados para trabajar con la naturaleza, no contra ella. Se basan en la diversidad, el conocimiento local, la eficiencia ecológica y el cuidado del suelo. Tienen un rendimiento más estable en el largo plazo y, aunque a menudo producen menos por hectárea de un solo cultivo, producen más por unidad de energía, agua, biodiversidad y trabajo invertido, cuando se considera el sistema en su conjunto.

La producción local, además, tiene ventajas estratégicas:

  • Reduce la dependencia de cadenas globales vulnerables a crisis (guerras, pandemias, colapsos logísticos).
  • Fortalece las economías rurales, crea empleo y fija población.
  • Disminuye las emisiones asociadas al transporte y procesamiento industrial.
  • Favorece dietas diversificadas, más saludables y culturalmente apropiadas.
  • Requiere menos inversión en infraestructuras pesadas y fertilizantes, reduciendo la huella ambiental.

En suma, si bien su productividad por cultivo puede ser menor que la del agronegocio, su eficiencia ecológica y su resiliencia socioeconómica es mucho mayor.

Pero ¿podrán estos sistemas alimentar a toda la población mundial?. Algunos datos nos ayudan a responder:

  • Hoy se producen más calorías de las necesarias para alimentar a 10.000 millones de personas. El problema no es la escasez, sino la distribución y el uso ineficiente: más del 30% de los alimentos se desperdicia, y una parte considerable se destina a piensos animales o biocombustibles.
  • Los pequeños productores (la mayoría de ellos sin acceso a tecnología avanzada) ya alimentan entre el 60% y el 70% de la humanidad, con apenas un tercio de los recursos agrícolas. Es decir, ya existe una eficiencia productiva alternativa.
  • Numerosos estudios empíricos muestran que los sistemas agroecológicos pueden igualar o superar los rendimientos del sistema convencional en el mediano plazo, especialmente cuando se optimiza el sistema completo (cultivos múltiples, rotación, integración con ganadería, etc.).
  • Los principales cuellos de botella para escalar estos sistemas no son técnicos, sino políticos y económicos: falta de apoyo institucional, subsidios concentrados en la agricultura industrial, normativas desfavorables y carencia de crédito, formación o acceso a la tierra.

En definitiva, la pregunta no es solo cuánto producimos, sino cómo, para quién y con qué consecuencias.

Tecnología, innovación y conocimiento: claves del nuevo modelo

Una transformación agroalimentaria justa no puede prescindir de la innovación y la tecnología, pero debe democratizarlas. Hoy, buena parte de la innovación agrícola está en manos de grandes empresas tecnológicas y agroindustriales que desarrollan soluciones, desde semillas patentadas hasta plataformas de agricultura digital, que muchas veces generan dependencia, exclusión y concentración de poder.

Los sistemas resilientes no rechazan la tecnología, pero exigen que esté al servicio de los productores, no del mercado:

  • Tecnologías apropiadas y accesibles, adaptadas a contextos locales y mantenibles por las comunidades.
  • Conocimiento campesino e indígena reconocido como base de innovación.
  • Investigación participativa, en la que técnicos y agricultores colaboran horizontalmente.
  • Libertad de uso e intercambio de semillas, frente al acaparamiento genético.
  • Infraestructura digital pública, que ponga los datos al servicio del bien común y no del lucro corporativo.

La verdadera innovación no está solo en los laboratorios, sino también en las parcelas que practican rotación, en las redes de mujeres rurales que intercambian saberes, en las escuelas que enseñan a cultivar, y en las comunidades que diseñan sistemas resilientes.

Políticas públicas para el cambio

Este cambio no se producirá de forma espontánea. Requiere políticas públicas coherentes y sostenidas, como:

  • Apoyos financieros y técnicos a la transición agroecológica.
  • Reformas agrarias que garanticen acceso justo a la tierra y el agua.
  • Fomento de los mercados locales y de los circuitos cortos de comercialización.
  • Inclusión de la agroecología en la educación agrícola y en la investigación pública.
  • Protección de la biodiversidad agrícola y de las semillas tradicionales.

También implica revisar la normativa vigente que muchas veces penaliza la diversidad, la escala pequeña y la venta directa, en beneficio de un modelo que favorece a los grandes actores del agronegocio.

Cosechar futuro

La agroecología y la agricultura regenerativa pueden ser alternativas viables y con capacidad de transformar el sistema alimentario. Son semillas de futuro que ya están germinando en miles de comunidades, fincas, redes y territorios de todo el mundo.

No se trata solo de cambiar técnicas, sino de transformar las relaciones entre personas, naturaleza y economía.

Porque alimentar no es simplemente producir calorías: es cuidar la tierra, proteger la vida, compartir el saber y sembrar justicia.

Preguntas para el debate

  1. ¿Qué entendemos por «resiliencia» en el contexto agrícola y alimentario?
  2. ¿Cómo se compara la agroecología con la agricultura industrial en términos de sostenibilidad?
  3. ¿Qué papel juegan los conocimientos tradicionales en la construcción de sistemas resilientes?
  4. ¿Debería incentivarse económicamente la producción agroecológica? ¿Cómo?
  5. ¿Qué obstáculos impiden la expansión de prácticas agrícolas regenerativas?
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