Alimentación suficiente, sana y nutritiva

En muchas partes del mundo, comer todos los días ya no es sinónimo de alimentarse bien. La abundancia de alimentos no garantiza su calidad nutricional ni su distribución equitativa. Estamos ante una paradoja inquietante: en un mismo planeta, convivimos con el hambre crónica y con la epidemia de obesidad, con la desnutrición infantil y con el sobrepeso en edades tempranas. ¿Qué significa realmente “comer bien”? ¿Qué entendemos por una alimentación “suficiente, sana y nutritiva”? Y sobre todo, ¿por qué millones de personas no pueden acceder a ella?

Estas preguntas están en el centro del debate sobre el sistema alimentario actual. Las respuestas, lejos de ser exclusivamente técnicas o médicas, nos remiten a las condiciones sociales, económicas y políticas que determinan qué se come, cómo se come y quién puede hacerlo.

Más allá de las calorías: qué es una alimentación adecuada

Durante mucho tiempo, la lucha contra el hambre se enfocó casi exclusivamente en el número de calorías ingeridas. Sin embargo, en las últimas décadas, se ha reconocido la importancia de mirar más allá de la cantidad. Una alimentación adecuada no consiste solo en “llenar el estómago”, sino en proporcionar los nutrientes necesarios para una vida activa, saludable y plena.

Una alimentación suficiente, sana y nutritiva debe cumplir con tres condiciones básicas:

  1. Cantidad adecuada: cubrir las necesidades energéticas diarias.
  2. Calidad nutricional: incluir proteínas, grasas saludables, vitaminas y minerales esenciales.
  3. Adecuación cultural y social: respetar los hábitos alimentarios locales y ser accesible económica y geográficamente.

Cuando alguna de estas condiciones no se cumple, hablamos de malnutrición. Este concepto incluye tanto la desnutrición (falta de nutrientes o energía) como la sobrenutrición (exceso de calorías, generalmente con baja calidad nutricional), que se traduce en obesidad, diabetes tipo 2, hipertensión u otras enfermedades crónicas no transmisibles.

La doble carga de la malnutrición

Según la FAO, más de 3.100 millones de personas en el mundo no pueden permitirse una dieta saludable. Esta cifra revela una realidad compleja: en muchos países, especialmente en aquellos con ingresos medios o en desarrollo, la malnutrición adopta una forma dual. Se observan altos niveles de desnutrición infantil junto con un incremento acelerado del sobrepeso y la obesidad en adultos y adolescentes.

Esta doble carga no es una contradicción, sino el reflejo de un sistema alimentario desigual. Las dietas ricas en alimentos ultraprocesados, baratos y altamente calóricos (bebidas azucaradas, snacks, comidas rápidas) se han extendido con gran velocidad, sustituyendo alimentos frescos y tradicionales. En muchos casos, comer “mal” no es una elección, sino el resultado de una oferta alimentaria sesgada, la falta de educación nutricional y las restricciones económicas.

El entorno alimentario, lo que se encuentra disponible, accesible y asequible en los mercados, tiendas, comedores escolares y hogares, moldea las elecciones individuales. Las personas más vulnerables social y económicamente suelen tener menos acceso a opciones saludables, a pesar de ser las más afectadas por las enfermedades relacionadas con la mala alimentación.

Obesidad: una epidemia global con raíces estructurales

La obesidad, que durante mucho tiempo se asoció exclusivamente con el “exceso”, es hoy un indicador de exclusión. En muchos países desarrollados, los índices más altos de sobrepeso se concentran en los barrios más pobres. En el Sur Global, la expansión de las grandes cadenas de comida rápida, los productos ultraprocesados y los patrones alimentarios occidentales han provocado un aumento exponencial de la obesidad, incluso en contextos donde persiste la desnutrición infantil.

El problema no es solo lo que se come, sino lo que el mercado ofrece y promociona. Las grandes corporaciones alimentarias invierten miles de millones en publicidad para fomentar el consumo de productos hipercalóricos y bajos en nutrientes, dirigidos especialmente a niños y adolescentes. Los etiquetados confusos, las estrategias de marketing agresivo y la ausencia de regulación efectiva agravan el problema.

Combatir la obesidad requiere políticas públicas que regulen la industria alimentaria, promuevan entornos saludables, subsidien alimentos frescos y desincentiven el consumo de productos ultraprocesados. No es una cuestión de “voluntad individual” o “hábitos personales”, sino de justicia alimentaria.

Desigualdad y dieta: la geografía del plato

La calidad de la alimentación está profundamente determinada por el nivel socioeconómico. Las familias con menos recursos dedican una mayor proporción de su ingreso a la alimentación, pero tienen menos acceso a productos frescos, ecológicos o de calidad. Esta desigualdad se manifiesta también en la geografía: en muchas ciudades, existen desiertos alimentarios, donde no hay disponibilidad de frutas, verduras o alimentos no procesados a precios razonables.

Además, las mujeres, especialmente las mujeres rurales o de sectores populares, suelen ser las más afectadas. No solo por las cargas de trabajo y cuidado que recaen sobre ellas, sino porque muchas veces priorizan la alimentación de sus hijos o familiares, dejando de comer o alimentándose de forma insuficiente. Las desigualdades alimentarias tienen rostro, género y clase.

El acceso a una alimentación saludable debería ser un derecho garantizado para todas las personas, independientemente de su nivel de ingresos, lugar de residencia o condición social. Para ello, es fundamental que los gobiernos actúen con firmeza para reducir las brechas existentes.

Alimentar cuerpos, cuidar vidas

Comer es un acto cotidiano, íntimo, repetido miles de veces a lo largo de la vida. Pero también es un acto profundamente político. Lo que ponemos en nuestro plato refleja estructuras de poder, relaciones sociales, políticas públicas, decisiones empresariales y también resistencias. Comer bien (suficiente, sano, nutritivo) no debería ser un privilegio, sino una condición básica para vivir con dignidad.

Hoy, garantizar dietas saludables para todos y todas no solo es una cuestión de salud pública, sino una necesidad urgente para transformar un sistema alimentario que enferma al planeta y a las personas. Implica repensar los modelos agrícolas, las cadenas de distribución, las formas de consumo y la lógica del mercado. Implica también recuperar la alimentación como un acto de cuidado, de cultura, de comunidad.

Porque no se trata solo de combatir el hambre o la obesidad, sino de defender el derecho a vivir bien, en equilibrio con la naturaleza y con los demás. Y eso empieza, también, por lo que comemos.

Preguntas para el debate

  1. ¿Quién puede permitirse hoy una dieta saludable, y quién no? ¿Por qué?
  2. ¿Qué relación existe entre nivel socioeconómico y calidad de la dieta?
  3. ¿Por qué crecen simultáneamente la desnutrición y la obesidad en muchos países?
  4. ¿Debería el Estado intervenir para asegurar que todos coman de forma saludable?
  5. ¿Qué podemos hacer individual y colectivamente para mejorar nuestros entornos alimentarios?
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