¿Qué trabajo queremos?

El trabajo ha dejado de ser, para amplias capas de la población, una garantía de estabilidad, ascenso social o siquiera de seguridad vital. Aunque el empleo continúa siendo uno de los pilares fundamentales de nuestras sociedades (fuente de ingresos, identidad y derechos sociales), el modo en que se produce, se reparte y se remunera está experimentando profundas transformaciones. Y no siempre hacia escenarios más justos.

Este número se propone analizar los principales retos que enfrenta el mundo del trabajo, con especial atención al contexto español y europeo. Nos situamos en un cruce de caminos: entre el avance tecnológico, el envejecimiento demográfico, el deterioro de las condiciones laborales y las tensiones de un modelo económico global que muestra signos de agotamiento. Preguntamos, por tanto, no solo qué trabajo tendremos, sino también qué trabajo queremos.

Del pleno empleo al empleo precario

En la Europa de la posguerra, el trabajo asalariado a tiempo completo fue el eje central del contrato social. En España, tras la consolidación democrática y la entrada en la Unión Europea, ese modelo se tradujo en décadas de crecimiento económico sostenido, aunque desigual, impulsado por la construcción, el turismo y los servicios.

Pero desde la crisis financiera de 2008, seguida por la pandemia de COVID-19 y las tensiones derivadas de la guerra en Ucrania y la inflación, el panorama ha cambiado drásticamente. Aunque los datos macroeconómicos muestran una recuperación parcial, el trabajo que se crea es, con frecuencia, precario, temporal o mal remunerado. En 2024, más del 12% de los trabajadores españoles seguían en riesgo de pobreza, según Eurostat. Es decir: trabajan, pero no pueden salir de la pobreza.

La fragmentación del mercado laboral ha creado nuevas brechas: entre quienes tienen empleos estables y protegidos y quienes encadenan contratos, entre jóvenes sin posibilidad de emanciparse y mayores forzados a alargar su vida laboral, entre personas asalariadas, autónomas ficticias y quienes trabajan en la informalidad. A esta diversidad de situaciones se suma el desafío de proteger los derechos laborales en entornos cada vez más digitalizados y desregulados.

Tecnología y automatización: ¿oportunidad o amenaza?

La automatización y el desarrollo acelerado de la inteligencia artificial están modificando no solo el contenido de muchos empleos, sino también su existencia misma. Europa, y España en particular, asiste a una transformación de sectores clave como la logística, la administración o los servicios financieros, donde las máquinas sustituyen cada vez más tareas humanas.

Si bien estos avances pueden generar eficiencia y nuevos empleos, también acentúan el riesgo de polarización: los trabajos mejor pagados requieren altas cualificaciones digitales, mientras que crecen los empleos de baja remuneración y escasa estabilidad. Sin políticas activas de formación, reciclaje profesional y regulación del impacto tecnológico, este proceso puede profundizar las desigualdades sociales y territoriales.

El espejismo meritocrático y la movilidad estancada

Durante décadas, se asumió que la educación era la llave del progreso individual. Pero hoy, miles de jóvenes con formación superior se enfrentan a un mercado laboral que no les ofrece ni estabilidad ni salarios dignos. La promesa meritocrática de “si te esfuerzas, llegarás” ha perdido credibilidad. La movilidad social ascendente, motor del pacto democrático, está en retroceso.

En España, la OCDE señala una preocupante relación entre el origen socioeconómico y las oportunidades laborales. Quienes nacen en entornos vulnerables tienen muchas más dificultades para acceder a empleos estables y bien remunerados. En este contexto, reforzar la educación pública, garantizar su gratuidad real y vincularla con políticas de empleo inclusivas es una urgencia democrática.

Más trabajo no es mejor trabajo: la cuestión del tiempo

Otro gran debate que atraviesa el futuro del empleo es el del tiempo de trabajo. En un mundo donde el desempleo convive con el agotamiento laboral, la reducción de la jornada laboral gana terreno como una alternativa viable y deseable. Ensayos recientes en varios países europeos, incluida España, apuntan a mejoras en productividad, salud y conciliación.

Asimismo, el reconocimiento del trabajo de cuidados, históricamente no remunerado y feminizado, se impone como una cuestión central. Las políticas de conciliación, la redistribución de las tareas domésticas y la inversión en infraestructuras públicas (como escuelas infantiles o atención a mayores) son fundamentales para garantizar la equidad de género y el bienestar colectivo.

Envejecimiento, pensiones y sostenibilidad social

El aumento de la esperanza de vida y la baja natalidad han tensionado el sistema de pensiones, pero no justifican su desmantelamiento. Diversos estudios demuestran que el problema no es tanto demográfico como de reparto: una estructura fiscal regresiva, bajos salarios y precariedad impiden que el sistema se sostenga sobre bases justas.

En lugar de retrasar la edad de jubilación, lo urgente es repensar el modelo de financiación, luchar contra la evasión fiscal y apostar por un empleo de calidad que garantice cotizaciones suficientes. También conviene debatir si el “trabajo” debe seguir siendo la principal fuente de derechos sociales o si conviene avanzar hacia formas universales de garantía vital.

¿Hacia un nuevo contrato social?

Ante este panorama, surgen propuestas que plantean una redefinición radical de las relaciones entre trabajo, ingresos y ciudadanía: desde la renta básica universal, que disocia ingresos y empleo, hasta el trabajo garantizado inspirado en la teoría monetaria moderna, que plantea que el Estado puede y debe generar empleo público para quien lo necesite.

Estas ideas, aunque polémicas, evidencian una cuestión de fondo: el trabajo ya no puede seguir funcionando como único vehículo de inclusión social. En un mundo donde el empleo escasea o se transforma, necesitamos nuevos pilares de ciudadanía, donde la redistribución, la sostenibilidad ecológica y la justicia social estén en el centro.

Mirar más allá del PIB: trabajo y vida digna

El reto no es solo crear más empleo, sino mejores empleos. Trabajos que permitan vivir con dignidad, cuidar de otros, desarrollarse y participar en la vida democrática. En un momento donde los discursos tecnocráticos dominan, urge reabrir una conversación colectiva sobre qué entendemos por progreso, bienestar y trabajo útil.

Desde Desafíos 2030, invitamos a leer este número como un mapa de conflictos, pero también de posibilidades. Porque si bien el trabajo está en crisis, también está en disputa. El futuro no está escrito: depende de las decisiones que tomemos hoy.

Preguntas para el debate

  1. ¿Qué entendemos hoy por “trabajo digno”? ¿Sigue siendo el empleo la principal vía de inclusión social?
  2. ¿Hasta qué punto las transformaciones actuales del trabajo son inevitables, y en qué medida son decisiones políticas?
  3. ¿El futuro del trabajo pasa por más empleo o por una redistribución más justa del tiempo laboral?
  4. ¿Cómo debería responder el sistema educativo ante un mercado laboral en constante cambio?
  5. ¿Qué papel deben jugar los ciudadanos en la redefinición del contrato social vinculado al trabajo?

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