Pocas actividades humanas transforman tanto el territorio como el turismo. El turismo deja una huella física, ecológica y espacial profunda. En su forma dominante, se comporta como un sistema de alta intensidad energética y material, que reorganiza el territorio en función de las necesidades del visitante, muchas veces en detrimento de las dinámicas locales.
Este artículo propone un enfoque metabólico para analizar el turismo: es decir, comprenderlo como un sistema que consume recursos (energía, agua, suelo, alimentos), genera residuos (emisiones, basura, aguas residuales) y produce impactos territoriales duraderos. Frente a la imagen desmaterializada y “verde” que muchas campañas de marketing turístico intentan proyectar, es necesario mirar de cerca cómo el turismo reorganiza el uso del espacio, reconfigura paisajes, y tensiona los límites ecológicos.
El turismo como metabolismo territorial
El concepto de metabolismo territorial permite describir los flujos de materiales, energía y personas que atraviesan un espacio determinado, así como los procesos de transformación que estos flujos generan. Aplicado al turismo, revela un sistema que requiere de infraestructuras complejas (aeropuertos, hoteles, urbanizaciones, redes viales, parques temáticos) y que reconfigura los usos del suelo y los ecosistemas.
En términos generales, el turismo actúa como un metabolismo externo: importa recursos (agua, alimentos, energía, bienes de consumo) y externaliza residuos (emisiones de gases de efecto invernadero, residuos sólidos, contaminación del suelo y del agua). Este sistema depende de grandes cadenas logísticas globales y de un consumo intensivo del territorio, especialmente en zonas atractivas pero frágiles desde el punto de vista ecológico.
Consumo de suelo y urbanización turística
Uno de los impactos más visibles del turismo sobre el territorio es la urbanización turística, que se ha convertido en un fenómeno global. En las últimas décadas, millones de hectáreas de suelo han sido transformadas para construir hoteles, apartamentos turísticos, campos de golf, puertos deportivos, complejos de ocio y vías de acceso. Esta transformación ha afectado especialmente a zonas costeras, islas, entornos de montaña y áreas rurales.
En países como España, México, Tailandia o Croacia, el turismo ha sido uno de los principales motores de la expansión urbanística, con consecuencias significativas: fragmentación de hábitats, pérdida de biodiversidad, artificialización del suelo, e incremento de la vulnerabilidad frente al cambio climático (inundaciones, incendios, escasez hídrica).
La lógica que impulsa esta expansión es, fundamentalmente, especulativa. El paisaje se convierte en mercancía, y el territorio se reconfigura para maximizar la rentabilidad de la experiencia turística. Este modelo promueve la construcción de infraestructuras sobredimensionadas, con altos costes de mantenimiento y grandes impactos ambientales, frecuentemente financiadas con dinero público pero diseñadas al servicio de intereses privados.
Huella hídrica: el turismo como consumidor voraz de agua
El turismo es una actividad con una alta huella hídrica, especialmente en destinos donde el agua es un recurso escaso. Un turista medio en un hotel de lujo puede consumir entre 300 y 800 litros de agua al día, varias veces más que un habitante local en muchas regiones del mundo. Piscinas, jardines, lavandería, limpieza de instalaciones, spas y campos de golf aumentan exponencialmente esta demanda.
En islas como Ibiza, Bali o Cabo Verde, o en regiones semiáridas como el sur de España o Marruecos, el turismo ha contribuido a agravar los problemas de estrés hídrico, generando conflictos con otros usos del agua (agrícolas, domésticos o ecológicos) y obligando a recurrir a soluciones tecnológicas de alto impacto como la desalación o el transporte de agua en barco.
Además, el turismo genera una gran cantidad de aguas residuales, que en muchos casos son vertidas sin tratamiento adecuado en ríos, acuíferos o directamente al mar, afectando gravemente a la calidad del agua y a los ecosistemas acuáticos.
Residuos, emisiones y contaminación
La generación de residuos sólidos urbanos en zonas turísticas es otro de los grandes problemas del metabolismo turístico. En temporada alta, muchos destinos ven duplicarse o triplicarse su población, lo que colapsa los sistemas de recogida y tratamiento de residuos, generando vertederos ilegales, proliferación de plásticos en el mar y aumento del riesgo sanitario.
A ello se suman las emisiones contaminantes derivadas del transporte, especialmente aéreo y marítimo. El turismo internacional depende en gran medida del avión, el medio de transporte con mayor huella de carbono por pasajero. El aumento de vuelos de bajo coste ha democratizado el acceso a destinos lejanos, pero también ha disparado las emisiones. Se estima que, de seguir el ritmo actual, las emisiones del turismo podrían duplicarse en las próximas dos décadas.
En zonas urbanas, y en todo el territorio en casos insulares, el tráfico vinculado al turismo también contribuye al deterioro de la calidad del aire, el ruido ambiental y la congestión del espacio público, afectando la salud y el bienestar de las comunidades locales.
Fragmentación ecológica y pérdida de biodiversidad
Los efectos acumulativos del turismo sobre el territorio no son solo cuantitativos, sino también estructurales. La fragmentación de hábitats, la ocupación de corredores ecológicos, la contaminación lumínica y sonora, y la introducción de especies invasoras amenazan la biodiversidad en muchos destinos turísticos.
En áreas naturales protegidas, como parques nacionales o reservas marinas, la presión del turismo puede degradar los valores ecológicos que precisamente justificaron su protección. A menudo, se desarrolla infraestructura en la periferia de estas áreas, o incluso en su interior, con el argumento de mejorar la “accesibilidad” para el visitante, sin evaluar suficientemente los impactos a largo plazo.
En lugares como los Alpes, los Andes o la Gran Barrera de Coral, el turismo ha contribuido a acelerar procesos de deterioro ambiental que ya estaban en marcha debido al cambio climático, actuando como un factor multiplicador del daño ecológico.
Hacia un metabolismo turístico compatible con la vida
Frente a este diagnóstico, es imprescindible avanzar hacia un modelo turístico que se inscriba dentro de los límites ecológicos del planeta. Esto implica adoptar una perspectiva territorial, que no vea el turismo como una actividad aislada, sino como parte de un ecosistema socioeconómico complejo que debe ser gestionado de manera integral.
Algunas líneas de acción incluyen:
- Planificación territorial participativa que limite la expansión urbanística turística y priorice la protección del suelo y los ecosistemas.
- Establecimiento de límites de carga en destinos frágiles o saturados, incluyendo techos de visitantes y controles de acceso.
- Transición energética y eficiencia de recursos, mediante el uso de energías renovables, sistemas de economía circular y reducción de la huella hídrica y de carbono.
- Desestacionalización y diversificación económica, para reducir la presión concentrada en determinadas épocas y zonas, y fomentar alternativas de empleo y desarrollo local.
- Reapropiación comunitaria del territorio, garantizando que las comunidades locales tengan poder de decisión sobre el uso del suelo, las infraestructuras y el modelo turístico a seguir.
Conclusión
El turismo no puede seguir funcionando como si el territorio fuera un recurso infinito y pasivo al servicio del visitante. La realidad es que el territorio tiene límites físicos, ecológicos y sociales que no pueden ser ignorados sin consecuencias.
Replantear el metabolismo territorial del turismo no es solo una cuestión técnica, sino profundamente política: se trata de decidir para quién, cómo y con qué criterios se organiza el espacio que habitamos. En un momento de múltiples crisis entrelazadas (climática, ecológica, energética, habitacional) el turismo debe ser repensado no como un fin en sí mismo, sino como una actividad subordinada al cuidado de la vida, la equidad y la justicia territorial.
Preguntas para el debate
- ¿Cómo se visibilizan (o se ocultan) los impactos físicos y ecológicos del turismo en los territorios?
- ¿Qué significa aplicar un enfoque de “metabolismo territorial” al análisis del turismo?
- ¿Dónde están los límites del turismo en cuanto al uso del suelo, del agua y de los recursos naturales?
- ¿Quién define el “uso adecuado” de un territorio turístico: el mercado, el Estado o la comunidad?
- ¿Qué tipo de turismo regeneraría, en lugar de consumir, los ecosistemas locales?