A lo largo de este número hemos recorrido los múltiples impactos del modelo turístico dominante: desde la degradación del territorio hasta la precarización del empleo, desde la exclusión de las comunidades locales en la toma de decisiones hasta la reproducción de desigualdades estructurales. Hemos analizado las formas en que el turismo actual contribuye a la crisis climática, a la gentrificación de las ciudades, a la mercantilización de la cultura y a la concentración de la riqueza. También hemos conocido iniciativas inspiradoras que ya están construyendo alternativas: más justas, más lentas, más cuidadoras.
En este artículo de cierre proponemos articular estas ideas en torno a una agenda de transformación estructural del turismo, centrada en dos principios fundamentales: justicia territorial y justicia climática. Reimaginar el turismo no solo como una industria, sino como una práctica relacional, situada y transformadora, es uno de los desafíos clave de nuestro tiempo.
El turismo como síntoma y como vector
El turismo no es un fenómeno aislado. Es, a la vez, síntoma de un modelo de desarrollo insostenible y vector de reproducción de sus lógicas. Funciona como un engranaje más de una economía global basada en el consumo intensivo de recursos, la movilidad acelerada, la competencia entre territorios y la acumulación de capital.
Por eso, no basta con “reformar” el turismo: es necesario replantear su función, su escala y su lógica estructural. Un turismo compatible con los límites ecológicos y los derechos sociales no puede sustentarse en el crecimiento permanente, ni puede construirse al margen de los territorios que lo sostienen.
Justicia territorial: habitar frente a explotar
La justicia territorial implica reconocer y proteger el derecho de las comunidades a decidir sobre el uso, el acceso y el destino de su territorio. En el contexto turístico, esto significa poner en el centro la habitabilidad, la autonomía local y la distribución equitativa de los beneficios.
Un turismo con justicia territorial debería:
- Revertir los procesos de turistificación y gentrificación, garantizando el acceso a la vivienda, al espacio público y a los servicios esenciales para las personas que habitan los destinos.
- Establecer límites legales al uso turístico del suelo, priorizando el bienestar comunitario por encima del beneficio privado.
- Garantizar la soberanía comunitaria sobre los recursos culturales, paisajísticos y patrimoniales, evitando su explotación sin consentimiento.
- Reforzar las economías locales y cooperativas, promoviendo circuitos cortos, producción agroecológica y empleo digno.
- Redistribuir el poder de decisión, mediante mecanismos de participación vinculante en la gobernanza turística.
En resumen, se trata de sustituir el turismo “desde arriba” por un turismo desde abajo y desde dentro, gestionado con y para quienes viven en los territorios.
Justicia climática: reducir, redistribuir, reparar
El turismo es uno de los sectores más dependientes de los combustibles fósiles, en particular del transporte aéreo. Aunque representa alrededor del 8% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero, su huella sigue aumentando y se encuentra muy lejos de los compromisos del Acuerdo de París.
La justicia climática exige reconocer que no todos contaminamos por igual, ni sufrimos por igual las consecuencias del colapso ecológico. Los turistas del Norte Global vuelan, consumen y emiten más, mientras que las comunidades del Sur Global soportan la pérdida de biodiversidad, el estrés hídrico y la inseguridad alimentaria.
Un turismo con justicia climática implica:
- Reducción efectiva de las emisiones del sector, priorizando el transporte bajo en carbono, los viajes de cercanía y la desintensificación de la actividad.
- Prohibición de megaproyectos turísticos en ecosistemas frágiles o reservas naturales.
- Regulación del transporte aéreo, con impuestos al queroseno, moratorias a nuevas rutas y promoción del tren como alternativa.
- Redistribución del derecho al ocio y al viaje, reconociendo que no todos los cuerpos tienen el mismo acceso a la movilidad, al descanso o a la desconexión.
- Reparación ecológica, mediante inversiones en restauración ambiental, reconversión energética y gestión comunitaria del territorio.
El turismo del futuro no puede ser una excepción a la transición ecológica: debe ser uno de sus protagonistas.
Un nuevo modelo turístico
A partir de estas dos dimensiones, territorial y climática, sería posible desarrollar un nuevo modelo turístico, entendido no como un acuerdo entre gobiernos y empresas, sino como un compromiso colectivo con la vida, el planeta y las comunidades. Este modelo debería articularse en torno a cinco ejes:
a) Democratización
– Participación efectiva de las comunidades en la planificación y gestión del turismo.
– Control público y comunitario sobre los bienes comunes.
– Transparencia en los datos, las decisiones y los impactos.
b) Desmercantilización
– Reconocimiento del territorio como espacio de vida, no como mercancía.
– Protección del acceso a la vivienda, el agua, la cultura y la naturaleza.
– Limitación del lucro privado en actividades que afectan al bien común.
c) Descarbonización
– Estrategias claras y vinculantes para reducir emisiones.
– Promoción de modelos turísticos locales, lentos y de cercanía.
– Freno a la expansión del turismo de lujo y de alto impacto.
d) Redistribución
– Impuestos al turismo intensivo y redistribución de beneficios hacia sectores vulnerables.
– Apoyo público a cooperativas, redes comunitarias y pequeños proyectos.
– Garantía de derechos laborales para quienes trabajan en el sector.
e) Reparación
– Reconocimiento de los daños históricos causados por el turismo colonial, extractivo o excluyente.
– Medidas de compensación y restauración ecológica, cultural y económica.
El papel del visitante: de consumidor a aliado
Este nuevo modelo también interpela al visitante. El turista del siglo XXI no puede seguir siendo un consumidor pasivo, ajeno al impacto de sus decisiones. Se necesita una nueva cultura del viaje, basada en la conciencia, la reciprocidad y el respeto.
Ser un turista aliado implica:
- Elegir experiencias que respeten el territorio y la comunidad.
- Informarse antes de viajar y actuar con sensibilidad cultural.
- Cuestionar el privilegio de la movilidad ilimitada.
- Apoyar proyectos comunitarios y economías locales.
- Replantearse cuándo, cómo y por qué se viaja.
El turismo puede seguir siendo una experiencia transformadora, siempre que deje de centrarse en el consumo y pase a centrarse en el encuentro y el cuidado.
Conclusión
Reformar el turismo no basta. Es hora de transformarlo desde la raíz. La magnitud de las crisis que enfrentamos exige abandonar las lógicas de crecimiento ilimitado, consumo compulsivo y explotación del territorio. Lo que está en juego no es solo el futuro del turismo, sino el futuro de la vida digna en el planeta.
Un nuevo modelo turístico, basado en la justicia territorial y climática, es una propuesta política, ética y cultural para reorientar una actividad que puede ser parte de la solución en vez de seguir siendo parte del problema.
No se trata de viajar menos, necesariamente. Se trata de viajar mejor, más despacio, más cerca, con más conciencia. De que el turismo no colonice, sino acompañe. No agote, sino regenere.
Preguntas para el debate
- ¿Qué pilares debería tener un nuevo pacto turístico?
- ¿Cómo se articula el derecho al viaje con la responsabilidad ecológica y social?
- ¿Qué significa redistribuir el derecho al ocio y al descanso en un mundo desigual?
- ¿Qué cambios estructurales requiere la transición hacia un turismo justo y regenerativo?
- ¿Cómo pueden articularse territorios, comunidades, instituciones y visitantes en una nueva alianza por el turismo del futuro?