Presentación: poner la vida en el centro

Durante décadas, el modelo económico neoliberal se ha impuesto en el discurso y en la práctica como el único camino viable hacia el desarrollo y el bienestar. Fundado en el crecimiento continuo y la mercantilización de todos los ámbitos de la existencia, este sistema ha generado profundas desigualdades, crisis ambientales y un creciente sentimiento de incertidumbre y malestar social. Frente a este panorama, resulta urgente repensar la economía: otra economía es no solo deseable, sino también posible.

Este número propone abrir ese debate. Invitamos a mirar más allá del paradigma actual y a reflexionar sobre las raíces de la crisis multidimensional que atravesamos. Desde la financierización de la economía hasta la concentración de poder empresarial, pasando por la mercantilización de la vida cotidiana, los artículos aquí reunidos hacen un diagnóstico crítico del sistema económico actual y exploran caminos alternativos.

Uno de los aspectos que tratamos es la financierización, fenómeno por el cual el capital especulativo ha ganado un peso desproporcionado frente a la economía productiva. Las decisiones económicas vienen determinadas, fundamentalmente, por la obtención de rendimientos financieros a corto plazo más que por la preocupación por atender mercados reales de bienes y servicios. Esta lógica ha generado burbujas, crisis recurrentes y una desconexión cada vez mayor entre la economía real y los mercados financieros.

A la financierización se añade la elevada concentración empresarial, que ha dado lugar a oligopolios con poder e influencia para fijar precios, orientar las políticas públicas y controlar sectores estratégicos. Mientras unas pocas corporaciones se enriquecen, muchas pequeñas y medianas empresas desaparecen o sobreviven con dificultad. En paralelo, asistimos a la mercantilización de esferas de la vida antes protegidas o gestionadas de forma colectiva: la salud, la educación, el cuidado, incluso el tiempo libre. Todo se mide en términos de rentabilidad, todo se compra y se vende.

La globalización, en su vertiente económica, ha exacerbado estas tendencias. La deslocalización de la producción hacia países con menores costes laborales ha contribuido a la precarización del empleo en muchas regiones y al debilitamiento de las economías locales. Al mismo tiempo, ha consolidado un sistema de desigualdad global, donde los beneficios se concentran en manos de unos pocos, mientras que las externalidades negativas, como la contaminación o la explotación laboral, se reparten de forma desigual.

En este contexto, también resulta necesario cuestionar las herramientas con las que medimos el progreso. El Producto Interior Bruto (PIB), tradicionalmente considerado el principal indicador del desarrollo, no distingue entre actividades que mejoran el bienestar y aquellas que lo deterioran. No mide la distribución del ingreso, el impacto ambiental ni la calidad de vida. Necesitamos nuevos indicadores que reflejen realmente lo que valoramos como sociedad: la equidad, la salud, el acceso a bienes comunes, la sostenibilidad ecológica.

Afortunadamente, junto al diagnóstico crítico también emergen propuestas y experiencias inspiradoras. Una de ellas es el marco de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), que plantea una visión más integral del progreso, articulando dimensiones económicas, sociales y ambientales. Aunque su implementación enfrenta desafíos importantes, los ODS ofrecen una brújula ética y política para orientar transformaciones estructurales.

Otra línea de acción es la economía circular, que propone un modelo regenerativo basado en el uso eficiente de los recursos, la reducción de residuos y la prolongación del ciclo de vida de los productos. Este enfoque contrasta radicalmente con la lógica lineal del “extraer, producir, desechar”, y señala caminos para impulsar formas de producción y consumo compatibles con los límites planetarios.

También comienza a abrirse paso el debate sobre el decrecimiento, una corriente que cuestiona la obsesión por el crecimiento económico infinito en un planeta con límites físicos. El decrecimiento no implica necesariamente empobrecimiento o renuncia al bienestar, sino una redefinición profunda de nuestras prioridades colectivas: más tiempo para el cuidado, menos consumo superfluo, mayor equidad y conexión con el entorno natural.

Asimismo, este número plantea como es posible forzar importantes transformaciones en el modelo económico dominante actuando desde los entornos locales. Cooperativas, monedas locales, bancos del tiempo, agroecología, redes de intercambio, presupuestos participativos… son expresiones concretas de otra economía ya en marcha, basada en la solidaridad, la sostenibilidad y la participación ciudadana.

Afirmar que «Otra economía es posible” significa reconocer que el sistema actual no es inevitable ni inmutable, y que existen múltiples caminos hacia un modelo económico más justo, resiliente y democrático. Este número de la revista es una invitación a imaginar, debatir y construir esos caminos.

Sabemos que el cambio no será sencillo ni inmediato. Requiere voluntad política, innovación institucional y transformación cultural. Pero también sabemos que mantener el rumbo actual nos lleva a un callejón sin salida. Necesitamos más que nunca abrir la conversación, escuchar voces diversas y pensar colectivamente en soluciones que pongan la vida en el centro.

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