Globalización: Capitales sin Fronteras, Derechos con Límites

Aunque ya se habla de su fin como consecuencia de las luchas por la hegemonía global, la globalización se ha convertido en uno de los fenómenos más definitorios del mundo contemporáneo. Este proceso, caracterizado por la creciente integración de los mercados financieros, comerciales y productivos a nivel global, ha redefinido la forma en que interactúan los hogares, las empresas y los Estados. Sin embargo, mientras los capitales fluyen con una libertad sin precedentes, los derechos sociales y laborales no han seguido la misma ruta de expansión.

¿Qué es la globalización económica?

La globalización económica puede definirse como el proceso por el cual los mercados y las economías nacionales se integran en un sistema internacional interdependiente, donde las fronteras se diluyen para los capitales, las inversiones y el comercio. A diferencia de lo que podría pensarse, este proceso no ha significado una globalización de los derechos sociales ni una homogeneización de los estándares laborales o de bienestar. Los capitales pueden moverse con fluidez entre países, buscando rentabilidad y reducción de costos, pero los trabajadores no gozan del mismo grado de movilidad ni protección global.

En su obra «Globalization and Its Discontents», Joseph Stiglitz define la globalización económica como «la creciente integración de las economías a nivel mundial, impulsada por la reducción de costos de transporte y comunicación, y la eliminación de barreras artificiales al flujo de bienes, servicios, capitales, conocimientos y personas».

Orígenes y causas

El origen moderno de la globalización económica se sitúa a partir de la segunda mitad del siglo XX, y se acelera especialmente a partir de los años 80 con la expansión del neoliberalismo. Las políticas de desregulación financiera, la liberalización del comercio y la revolución tecnológica (particularmente en las comunicaciones y el transporte) fueron claves para facilitar este fenómeno. El derrumbe del bloque soviético y la apertura de grandes economías emergentes, como China e India, al mercado mundial consolidaron la tendencia.

Efectos en hogares, empresas y Estados

Para los hogares y consumidores, la globalización ha traído una mayor variedad de productos a precios generalmente más bajos. Sin embargo, también ha propiciado la precarización del empleo, la pérdida de industrias locales y una competencia salarial a la baja.

Las empresas, especialmente las grandes multinacionales, han sido las grandes beneficiadas. Han ganado acceso a nuevos mercados, optimizado cadenas de producción globales y reducido costos mediante deslocalización. En contraste, las pequeñas y medianas empresas locales muchas veces han enfrentado dificultades para competir, siendo absorbidas o desplazadas por gigantes globales.

En cuanto a los Estados, han visto reducida su capacidad de regular la economía nacional. En muchos casos, se han visto obligados a ofrecer incentivos fiscales y legislaciones laborales más flexibles para atraer inversiones, en una «carrera a la baja» que debilita el contrato social y el Estado de bienestar.

Desindustrialización y desigualdad

Uno de los efectos más visibles de la globalización ha sido la desindustrialización en muchos países desarrollados. La deslocalización de fábricas a regiones con mano de obra más barata ha supuesto la pérdida de empleos industriales bien remunerados, provocando un vaciamiento del tejido productivo local y afectando duramente a las clases medias en los países occidentales. En China; india o los países del sudeste asiático, sin embargo, la globalización ha permitido el surgimiento de una clase media que ha permitido la reducción de la desigualdad a nivel global.

Globalización económica y medioambiente

La globalización económica también ha tenido un fuerte impacto sobre el medio ambiente, intensificando la explotación de recursos naturales, el transporte de mercancías a gran escala y la expansión de industrias contaminantes hacia regiones con regulaciones ambientales más laxas. La lógica de la competitividad global ha impulsado un modelo de producción y consumo intensivo en energía y emisiones, que ha contribuido significativamente al cambio climático, la deforestación y la pérdida de biodiversidad. Además, la deslocalización industrial ha generado una “externalización” de la contaminación: muchos países ricos reducen sus emisiones nacionales trasladando la producción (y sus impactos ambientales) a países en desarrollo. Así, la globalización ha facilitado una economía mundial desconectada de los límites ecológicos del planeta, priorizando el crecimiento económico sobre la sostenibilidad a largo plazo.

¿El fin de la globalización?

En su artículo “¿Qué viene después de la globalización?”, Branko Milanović sostiene que el mundo ha entrado en una fase de ruptura clara con la llamada “globalización neoliberal”. El economista identifica dos eras distintas:

  1. Globalización I (1870–1914): Fue impulsada por el colonialismo británico. Permitió un crecimiento espectacular en países como Reino Unido (+35% en PIB per cápita entre 1870 y 1910) y Estados Unidos (duplica su renta), pero paralizó o retrocedió a regiones como China y África. Esto disparó la desigualdad tanto entre países (ricos crecían más que los pobres) como dentro de ellos.
  2. Globalización II (1989–2020): Se caracteriza por la apertura económica tras la caída del Muro de Berlín. Esta etapa benefició principalmente a economías emergentes: China creció a un ritmo del 8,5 % anual, India un 4,2 %, Vietnam un 5,5 %, frente a tasas moderadas en EE. UU. y Reino Unido. La desigualdad global se suavizó porque los países más pobres crecieron más rápido que los ricos.

La primera globalización supuso el auge de Occidente, la segunda el de Asia; la primera condujo a un aumento de las desigualdades entre países, la segunda a su disminución. Ambas globalizaciones tendieron a aumentar las desigualdades dentro de las naciones

Milanović destaca que, con el retorno de Donald Trump en enero de 2025, se cristaliza un giro hacia el “fin simbólico” de la globalización II. Trump aspira a revertir tratados multilaterales, imponer aranceles y priorizar intereses nacionales por encima de la integración global.

Este cambio marca el comienzo de una nueva etapa con dos caras: por un lado, se abandona el proyecto neoliberal internacional lo que conlleva un proteccionismo selectivo con imposición de barreras comerciales, relocalización estratégica de producción y priorización del interés nacional y; por otro, se refuerza un neoliberalismo doméstico con recortes fiscales, regulaciones mínimas, fomento de la iniciativa privada y debilitamiento de derechos laborales, como forma de fortalecer el aparato productivo interno.

Hacia una globalización más justa y sostenible

La globalización económica ha generado enormes transformaciones, pero también desigualdades profundas, desequilibrios ecológicos y una preocupante pérdida de soberanía por parte de muchos Estados frente a los mercados financieros y corporaciones multinacionales. Superar estas disfunciones no significa rechazar toda forma de integración internacional, sino redefinir sus reglas y reorientar sus objetivos. A continuación se sugieren algunas propuestas para avanzar hacia un modelo más equitativo y sostenible:

  • Promover acuerdos comerciales que incluyan cláusulas vinculantes de derechos laborales, protección ambiental y justicia fiscal, en lugar de centrarse únicamente en la liberalización de bienes y capitales.
  • Establecer un sistema multilateral de reestructuración de deuda soberana, que garantice condiciones justas para los países más endeudados.
  • Gravar la especulación financiera con mecanismos como la Tasa Tobin y reforzar la regulación de los flujos de capital para evitar crisis recurrentes.
  • Reformar el sistema de precios internacionales para garantizar un comercio más justo, asegurando ingresos dignos para los países exportadores de materias primas.
  • Aumentar la financiación internacional para el desarrollo con criterios de solidaridad, transparencia y participación local, no como deuda ni como herramienta de dependencia política.
  • Luchar contra la evasión fiscal y los paraísos fiscales que privan a los países del Sur de miles de millones de dólares al año en ingresos públicos.
  • Impulsar una transición ecológica justa, con inversión en energías renovables, movilidad sostenible y agroecología tanto en el Norte como en el Sur global.
  • Promover mecanismos de responsabilidad ambiental global que penalicen a las empresas que externalizan la contaminación y premien modelos productivos bajos en emisiones.
  • Establecer normas internacionales vinculantes para las multinacionales, que obliguen a respetar derechos humanos y ambientales en toda su cadena de suministro.
  • Garantizar que los Estados puedan reglamentar los sectores estratégicos, como la energía, la salud o los servicios públicos, sin estar subordinados a tratados comerciales o presiones de los mercados.
  • Fortalecer las instituciones internacionales bajo principios de democracia, equidad y representación plural, evitando que los grandes poderes económicos impongan agendas a escala global.
  • Reforzar los niveles locales y regionales de decisión económica, con apoyo a iniciativas comunitarias, monedas locales, y presupuestos participativos.

La globalización es un proceso construido políticamente. Para que sea justa debe basarse en la cooperación solidaria entre países, en el respeto de los derechos humanos y de los límites planetarios, y en un nuevo contrato económico global que ponga en el centro el bienestar colectivo.

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