El dominio creciente de las grandes corporaciones

Con particular intensidad desde la década de los 80 del siglo pasado, la economía global ha sufrido un proceso creciente de concentración empresarial. Sectores enteros de la actividad económica están dominados actualmente por unos pocos actores con enorme capacidad de influencia sobre las políticas y decisiones de los gobiernos.

Esta concentración de poder en un pequeño número de empresas ha generado oligopolios en sectores clave como la tecnología, los alimentos o la energía. Este dominio permite a las grandes corporaciones establecer precios altos y limitar la competencia. Por ejemplo, dos empresas controlan más del 40% del mercado global de semillas, mientras que tres gigantes tecnológicos dominan el 75% de la publicidad en internet. Este fenómeno tiene implicaciones profundas para los hogares, las empresas más pequeñas, los trabajadores y los gobiernos.

Orígenes y causas de la concentración empresarial

La concentración empresarial no es un fenómeno nuevo. Desde la Revolución Industrial, el crecimiento económico y el avance tecnológico han ido de la mano con procesos de integración horizontal y vertical. No obstante, el grado y la velocidad de concentración actual tienen características propias.

Uno de los factores clave ha sido la desregulación de los mercados, especialmente a partir de la década de 1980, cuando se impuso la doctrina neoliberal en buena parte del mundo. Las políticas de libre mercado y la reducción del poder de los organismos antimonopolio facilitaron fusiones y adquisiciones de gran escala, justificadas bajo la promesa de eficiencia, innovación y economías de escala. En general, no existen datos que avalen la mayor eficiencia de la gestión privada. Es una opinión sin base empírica más que una verdad contrastada. Lo que si es cierto es que sin competencia real, las empresas privadas no tienen incentivos para mejorar; además, su “eficiencia” suele medirse solo en términos financieros, ignorando costes sociales o ambientales.

La globalización también ha sido un motor de concentración. Las empresas que logran posicionarse como líderes en sus sectores a nivel nacional cuentan con ventajas de capital, infraestructura y conocimiento que les permiten competir y triunfar en mercados internacionales, expulsando a actores más pequeños o comprándolos. Esta dinámica se observa con claridad en el sector tecnológico, donde empresas como Google, Amazon, Apple o Meta han alcanzado posiciones casi inexpugnables en sus respectivos nichos.

Otro factor importante es el papel de la tecnología y las plataformas digitales. Muchas empresas tecnológicas operan en mercados donde los efectos de red crean barreras de entrada casi infranqueables: cuantos más usuarios tiene una plataforma, más valiosa es, atrayendo aún más usuarios en un círculo virtuoso exclusivo. Este modelo favorece la concentración extrema, donde el ganador se lleva todo («winner-takes-all»).

Financierización y Concentración dos procesos que se refuerzan mutuamente

Los procesos de financierización y de concentración empresarial no solo han avanzado en paralelo en las últimas décadas, sino que están profundamente interrelacionados y se retroalimentan mutuamente, reforzando dinámicas que transforman la estructura del capitalismo contemporáneo.

Por un lado, la financierización empuja a las empresas a crecer, fusionarse o eliminar competencia para maximizar retornos. En un mundo dominado por lógicas financieras, las empresas no compiten únicamente por cuota de mercado o eficiencia productiva, sino por maximizar su valor bursátil y su rentabilidad para los accionistas. En este contexto, las fusiones y adquisiciones se convierten en una estrategia clave. Compañías más grandes pueden ofrecer mayores retornos por acción, reducir costos mediante sinergias y ejercer más poder en los mercados. Este tipo de operaciones, muchas veces financiadas con deuda, responde más a consideraciones financieras que industriales o tecnológicas.

Por otro, la concentración empresarial refuerza las posibilidades de acceso al capital y de alineación con los intereses de los mercados financieros de las grandes corporaciones. Cuanto más grandes son las empresas, más atractivas se vuelven para los grandes fondos de inversión. Los megainversores como Blackrock o Vanguard, prefieren empresas de gran capitalización, con liquidez suficiente para mover grandes volúmenes de capital sin afectar el mercado. Así, estas empresas concentran una parte creciente del capital global gestionado financieramente, lo que aumenta su poder y refuerza su orientación hacia la rentabilidad financiera a corto plazo.

Ese poder acumulado facilita nuevas operaciones de concentración, con lógica financiera antes que industrial. Y todo el proceso favorece a los grandes fondos, que concentran más control sobre una economía cada vez más oligopolizada y especulativa.

Esta dinámica reduce la competencia, debilita a las pymes, y estrecha el espacio para políticas públicas autónomas, ya que tanto empresas como Estados quedan subordinados a las expectativas de rentabilidad de los mercados financieros y sus actores dominantes.

En definitiva, la financiarización y la concentración empresarial no son fenómenos independientes, sino dos caras de una misma transformación estructural del capitalismo global, en la que el poder económico se concentra en pocas manos y se rige por lógicas cada vez más alejadas de la economía real y del interés general.

Consecuencias para hogares, empresas y gobiernos

Según el informe Inequality Inc. de Oxfam, publicado en enero de 2024, la riqueza de los cinco hombres más ricos del mundo se ha más que duplicado desde 2020, mientras que cinco mil millones de personas han visto reducidos sus ingresos, lo que resalta la creciente disparidad entre una pequeña élite y el resto de la humanidad. El informe detalla cómo la concentración de riqueza y poder en manos de unos pocos multimillonarios y grandes corporaciones está profundizando las brechas económicas y sociales, exacerbando la pobreza y limitando las oportunidades para millones de personas. Este fenómeno no solo amenaza el desarrollo económico equitativo, sino también los derechos humanos, el bienestar de las comunidades más vulnerables, el desarrollo sostenible y la cohesión social.

Para los hogares, uno de los impactos más visibles es la pérdida de poder de elección. Cuando un mercado está dominado por uno o dos actores, la variedad real de productos o servicios disminuye, y los consumidores se ven obligados a aceptar condiciones impuestas por las grandes corporaciones: precios más altos, menos privacidad (en el caso de servicios digitales), y prácticas contractuales abusivas.

Desde el punto de vista de las pequeñas y medianas empresas, la concentración limita gravemente sus posibilidades de competir. En muchos sectores, las pymes están subordinadas a las decisiones de grandes clientes o proveedores. Por ejemplo, los pequeños productores agrícolas dependen de cadenas de distribución dominadas por unos pocos supermercados; las tiendas online deben pagar comisiones a plataformas como Amazon; los desarrolladores de aplicaciones deben someterse a las normas de las tiendas de Apple y Google. Esta dependencia reduce márgenes, limita la innovación y expone a las pymes a condiciones comerciales desequilibradas.

Para los trabajadores, la concentración empresarial también tiene consecuencias negativas. En mercados poco competitivos, las grandes empresas pueden fijar condiciones laborales menos favorables. Además, el poder de negociación sindical disminuye frente a gigantes corporativos con múltiples sedes y operaciones descentralizadas. Asimismo, la automatización y la externalización, herramientas clave de las grandes firmas, pueden conducir a la precarización laboral y a una creciente desigualdad de ingresos.

Los gobiernos, por su parte, ven erosionada su capacidad para regular y fiscalizar. Las empresas extremadamente grandes pueden influir sobre las decisiones políticas mediante el lobby, el financiamiento de campañas o incluso mediante la amenaza de deslocalizar sus operaciones si se imponen regulaciones desfavorables. Además, su compleja estructura internacional les permite diseñar estrategias de evasión o elusión fiscal, reduciendo así los ingresos públicos disponibles para financiar servicios esenciales.

¿Cómo combatir la concentración empresarial?

Frenar y revertir la concentración económica no es tarea sencilla. Requiere un conjunto amplio y coordinado de políticas públicas, voluntad política y cooperación internacional. Sin embargo, existen algunas medidas claras que pueden marcar la diferencia.

En primer lugar, es necesario revitalizar las políticas antimonopolio. Las agencias de competencia deben tener los recursos y la independencia necesarias para evaluar con rigor las fusiones y adquisiciones, e impedir aquellas que amenacen la competencia efectiva. Además, deberían poder actuar ex post, desmantelando estructuras anticompetitivas cuando sea necesario.

En segundo lugar, se requiere una regulación más estricta sobre las plataformas digitales. Dado su carácter de infraestructuras esenciales para la vida económica y social, podrían ser reguladas como servicios públicos, obligándolas a garantizar el acceso justo y no discriminatorio a sus servicios.

Otra vía de acción es reforzar el poder de negociación de trabajadores y pymes. Esto incluye fortalecer los sindicatos, crear marcos de negociación colectiva supranacionales, establecer condiciones de competencia leal para pequeñas empresas, impulsar la participación de los trabajadores en los consejos de administración y limitar las prácticas abusivas de los grandes actores.

Por último, es fundamental avanzar en la fiscalidad internacional. Las grandes corporaciones deben tributar allí donde generan valor, y no donde logran optimizar su factura fiscal. Esto requiere acuerdos internacionales ambiciosos y mecanismos de cooperación entre autoridades fiscales.

Conclusión

La concentración empresarial es una de las principales amenazas a la equidad, la democracia y el dinamismo económico en el siglo XXI. Lejos de ser una mera consecuencia natural de la eficiencia, responde a decisiones políticas, regulatorias y económicas concretas que pueden y deben ser revisadas. Solo mediante una acción decidida y coordinada entre gobiernos, organismos internacionales y sociedad civil será posible restaurar mercados más justos, diversos y competitivos.

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