Desde finales del siglo XX, el modelo económico neoliberal se ha consolidado como paradigma dominante a nivel global. Sus pilares (liberalización de mercados, reducción del papel del Estado, flexibilización laboral y privatización de servicios públicos) han influido profundamente en la forma en que entendemos la economía. Sin embargo, este enfoque también ha sido duramente criticado por su impacto en la desigualdad social, la precariedad laboral, la degradación ambiental y la pérdida de cohesión comunitaria.
Ante estos desafíos, diversas corrientes han propuesto modelos económicos alternativos que replantean las prioridades del sistema económico, colocando en el centro principios como la sostenibilidad, la equidad, la cooperación y el bienestar colectivo. A continuación, repasamos algunas de estas propuestas que, si bien diversas, comparten una mirada crítica hacia la economía tradicional y una visión transformadora del futuro.
1. Economía Social y Solidaria
La economía social y solidaria (ESS) busca colocar a las personas por delante del lucro. Está compuesta por cooperativas, asociaciones, fundaciones, empresas de inserción y empresas sociales que priorizan valores como la autogestión, la solidaridad, la democracia participativa y la reinversión de beneficios en la comunidad.
En lugar de maximizar la rentabilidad, la ESS se orienta a satisfacer necesidades humanas de forma justa y sostenible. Las cooperativas de trabajo, bancos éticos y redes de comercio justo son ejemplos concretos de esta corriente, que hoy tiene presencia significativa en regiones como América Latina y Europa.
En al ámbito español, el artículo 4 de la Ley 5/2011, de 29 de marzo, de Economía Social establece como principios orientadores de la Economía social los siguientes:
a) Primacía de las personas y del fin social sobre el capital, que se concreta en gestión autónoma y transparente, democrática y participativa, que lleva a priorizar la toma de decisiones más en función de las personas y sus aportaciones de trabajo y servicios prestados a la entidad o en función del fin social, que en relación a sus aportaciones al capital social.
b) Aplicación de los resultados obtenidos de la actividad económica principalmente en función del trabajo aportado y servicio o actividad realizada por las socias y socios o por sus miembros y, en su caso, al fin social objeto de la entidad.
c) Promoción de la solidaridad interna y con la sociedad que favorezca el compromiso con el desarrollo local, la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres, la cohesión social, la inserción de personas en riesgo de exclusión social, la generación de empleo estable y de calidad, la conciliación de la vida personal, familiar y laboral y la sostenibilidad.
d) Independencia respecto a los poderes públicos.
2. Economía del Bien Común
Propuesta por el economista austríaco Christian Felber, la economía del bien común parte de una pregunta esencial: ¿por qué los indicadores económicos actuales, como el PIB, no reflejan el bienestar real de las personas ni del planeta? Esta propuesta sugiere reemplazar dichos indicadores por el “Balance del Bien Común”, que mide aspectos como la dignidad humana, la justicia social, la solidaridad y la sostenibilidad ecológica.
Empresas, municipios e incluso países podrían ser evaluados no solo por su éxito financiero, sino por su contribución al bien común. La idea ya ha sido implementada en más de 500 empresas y 200 municipios en Europa, que elaboran balances éticos y transparentes.
3. Decrecimiento
Frente al dogma del crecimiento económico infinito, el movimiento del decrecimiento plantea una idea radical: en un planeta con recursos limitados, seguir creciendo no solo es inviable, sino que también es destructivo. Este movimiento propone reducir el consumo y la producción, especialmente en los países ricos, para disminuir la presión sobre los ecosistemas y promover un estilo de vida más austero, pero también más pleno y solidario.
El decrecimiento no implica volver al pasado, sino avanzar hacia una economía del “buen vivir”, basada en valores no mercantiles, como el tiempo libre, la vida comunitaria o la salud ambiental.
4. Teoría Monetaria Moderna (TMM)
La Teoría Monetaria Moderna desafía uno de los dogmas más arraigados de la política económica: la idea de que los gobiernos deben equilibrar sus presupuestos como si fueran hogares. Según la TMM, los Estados soberanos que controlan su propia moneda (como EE.UU., Japón o el Reino Unido) no pueden quebrar por falta de dinero, ya que pueden emitirlo según sea necesario para financiar políticas públicas —como el empleo garantizado o la transición ecológica— sin depender de impuestos o deuda previa.
Si bien ha generado controversia, la TMM ha ganado popularidad en contextos de crisis, al ofrecer herramientas para responder a necesidades sociales sin caer en la austeridad.
5. Economía Feminista y de los Cuidados
La economía feminista aporta una mirada profundamente transformadora al cuestionar las bases mismas de lo que tradicionalmente se considera «económico». Denuncia que el sistema actual invisibiliza y desvaloriza el trabajo de cuidados como criar, alimentar, acompañar, o limpiar, que sostiene la vida cotidiana y permite que el mercado funcione.
Desde esta perspectiva, la economía debe reorientarse desde la lógica de la acumulación hacia la sostenibilidad de la vida. Esto implica redistribuir los trabajos de cuidado entre géneros, entre familias, Estado y comunidad; así como reconocer su importancia en los indicadores económicos y las políticas públicas.
Además, la economía feminista subraya la necesidad de repensar conceptos como productividad, eficiencia o éxito económico desde una lógica inclusiva, relacional y profundamente humana.
6. Economía Ecológica
La economía ecológica se basa en un principio fundamental: la economía es un subsistema del ecosistema. A diferencia del enfoque económico convencional, que trata el medio ambiente como un “recurso” ilimitado, esta corriente reconoce los límites biofísicos del planeta y promueve un uso responsable y regenerativo de los recursos naturales.
Propone indicadores alternativos al PIB, como la Huella Ecológica o el Índice de Progreso Real, e impulsa políticas para una transición hacia sistemas energéticos limpios, agricultura regenerativa y un modelo económico circular.
7. Economía Circular
La economía circular propone sustituir el modelo lineal de “extraer-producir-desechar” por un ciclo cerrado, donde los materiales y productos se reutilizan, reparan y reciclan continuamente. Esto reduce drásticamente los residuos y la dependencia de materias primas vírgenes.
Inspirada en los sistemas naturales, la economía circular es tanto una estrategia ambiental como una oportunidad económica. Empresas, ciudades y regiones están adoptando esta visión para diseñar productos más duraderos y cadenas de producción más sostenibles.
8. Economía de los Comunes o del Procomún
Apoyada en los trabajos de la Nobel de Economía Elinor Ostrom, esta corriente pone en el centro la gestión colectiva de bienes comunes: desde pastos, bosques y pesquerías hasta plataformas digitales, software libre y conocimiento compartido.
Ostrom demostró que las comunidades pueden gestionar recursos de forma sostenible sin necesidad de privatizarlos ni someterlos al control estatal. En el entorno digital, esta lógica se ha ampliado con proyectos colaborativos como Wikipedia, Linux o las licencias Creative Commons, donde el conocimiento y la innovación se generan de forma abierta y descentralizada.
Además, emergen formas de producción P2P (peer-to-peer), en las que las personas colaboran horizontalmente para crear valor sin intermediarios jerárquicos, dando lugar a nuevas formas de organización económica más distribuidas e inclusivas.
9. Economía del Donut
La “economía del donut”, propuesta por la economista británica Kate Raworth, ofrece un marco visual poderoso para repensar los límites del desarrollo. El modelo representa dos círculos concéntricos: el círculo interior define un “piso social” con derechos básicos (alimentación, salud, educación, igualdad, etc.), y el exterior un “techo ecológico” que marca los límites del planeta (cambio climático, pérdida de biodiversidad, contaminación, etc.).
Entre estos dos límites se encuentra el espacio seguro y justo para la humanidad. El objetivo no es crecer indefinidamente, sino mantenerse dentro de ese “donut” que garantiza bienestar sin sobrepasar los límites ecológicos. Este enfoque ha sido adoptado por ciudades como Ámsterdam como guía para políticas públicas integradas y sostenibles.
Los modelos alternativos y la Academia
La economía neoclásica, base teórica del neoliberalismo, se ha impuesto como la corriente dominante en universidades, centros de investigación y organismos internacionales. Esta hegemonía ha generado una suerte de «pensamiento único». El mercado, la eficiencia y el crecimiento son tratados como verdades incuestionables más que como conceptos debatibles.
La enseñanza de la economía no es neutral: refleja y refuerza una visión del mundo. Incluir modelos como el decrecimiento, la economía feminista o la economía del bien común pondría en cuestión los fundamentos de las políticas actuales, desde el papel del Estado hasta el modelo de desarrollo basado en el consumo y resultaría inconveniente para ciertos sectores económicos o políticos.
Esto explica por qué muchas veces los contenidos críticos son relegados a asignaturas optativas, cursos extracurriculares o espacios alternativos, y no al núcleo central de la formación económica.
Las universidades suelen ser estructuras conservadoras en lo curricular. Cambiar un plan de estudios implica superar burocracias, consensos internos y presiones externas. Además, muchos docentes fueron formados exclusivamente en la ortodoxia y pueden carecer de herramientas o disposición para incorporar nuevas perspectivas.
Por su escasa visibilidad en los medios, en las políticas públicas y en los espacios académicos dominantes, muchas de estas corrientes alternativas son simplemente desconocidas por estudiantes, profesores e incluso por quienes diseñan los programas educativos. Sin difusión, no hay demanda; sin demanda, no hay cambio.
Pero comienzan a producirse cambios. Movimientos estudiantiles como Rethinking Economics, redes de economía feminista, programas de posgrado alternativos y plataformas de educación libre están impulsando una apertura del pensamiento económico. Poco a poco, las voces críticas y diversas van ganando espacio en la conversación académica y pública.
¿Hacia una síntesis transformadora?
Estos modelos no son excluyentes ni necesariamente antagónicos entre sí. De hecho, en muchos casos se complementan. La economía feminista comparte con la economía del bien común la preocupación por la justicia social; el decrecimiento, la economía del donut y la economía ecológica coinciden en cuestionar la lógica productivista; la ESS y los comunes digitales proponen formas de organización horizontal, solidaria y colaborativa.
Lo que todas estas corrientes tienen en común es la voluntad de repensar profundamente cómo producimos, distribuimos y consumimos. Ya no desde la lógica del beneficio individual, sino desde una mirada que integre la justicia social, la sostenibilidad ecológica y el bienestar colectivo.
El neoliberalismo no es un destino inevitable. Frente a sus sus consecuencias destructivas, múltiples alternativas están floreciendo desde la academia, las comunidades, las empresas sociales y los movimientos sociales. Estas propuestas nos invitan a imaginar una economía al servicio de la vida.
Explorarlas no significa sino redefinir el progreso. En un mundo atravesado por crisis múltiples (climática, social, sanitaria, democrática), pensar en otros modelos económicos ya no es una opción: es una necesidad urgente e inaplazable.