El PIB: un indicador con historia… y serias limitaciones

El PIB y la renta per cápita se utilizan, generalmente, como medidas del bienestar, aunque este abarca dimensiones mucho más amplias y complejas. Se considera que el artífice del PIB fue Simon Kuznets (1901-1985), creador del sistema estadounidense unificado de contabilidad nacional y premio Nóbel de Economía en 1971. Presentó la idea del PIB en un artículo de 1937, aunque incluso él era crítico con su «descubrimiento» y en 1962 en una declaración en el Congreso afirmó: «Hay que tener en cuenta las diferencias entre cantidad y calidad del crecimiento, entre sus costes y sus beneficios y entre el plazo corto y el largo». Estas críticas de Kuznets siguen vigentes. Los cambios económicos y sociales de las últimas décadas han puesto de manifiesto la importancia de acompañar al PIB con otros indicadores que reflejen mejor nuestro nivel de bienestar. Sin embargo, definir cuáles deben ser esos indicadores y cómo evaluarlos con precisión sigue siendo un desafío.

El Producto Interior Bruto (PIB) se define como el valor monetario total de bienes y servicios producidos en un país en un periodo determinado . Desde su creación por Kuznets se ha consolidado como el indicador estándar para comparar economías, ya sea en tamaño, ritmo de crecimiento o rendimiento por habitante. Sin embargo, esta fortaleza también se convierte en su principal debilidad: su visión se reduce solo a flujos monetarios. El PIB es, en realidad, una medida de actividad económica. Usarlo como indicador de bienestar económico tiene serias limitaciones y resulta impreciso.

En efecto, el PIB mide el consumo, la inversión, el gasto público y el saldo neto de comercio (exportaciones menos importaciones). Pero esta simpleza encierra múltiples limitaciones:

  1. No mide bienestar real
    El PIB contabiliza todas las transacciones, incluso las que aumentan el sufrimiento o dañan el medio ambiente. Por ejemplo, los gastos en limpieza tras un derrame industrial o los costes de la delincuencia incrementan el PIB, aunque no mejoren la vida de nadie .
  2. Ignora desigualdad y distribución
    Un crecimiento del PIB per cápita puede ocultar grandes desigualdades. Es un promedio que asume reparto uniforme, una suposición que falla en economías altamente desiguales . En la mayor parte de los países, el PIB per cápita varía radicalmente según la región, distorsionando la percepción de bienestar .
  3. No contabiliza el trabajo doméstico ni los cuidados
    El trabajo de cuidado, que recaería sobre mujeres y comunidades locales, es invisible para el PIB, ya que no genera flujo monetario . Sin embargo, constituye una parte esencial de la economía real y del bienestar social.
  4. El daño ambiental queda al margen
    El PIB tampoco descuenta el agotamiento de recursos naturales, las emisiones o la huella ecológica. Puede crecer incluso destruyendo el entorno que sostiene la vida .
  5. No valora la diversidad económica ni la resiliencia
    El PIB no refleja la complejidad de una economía ni su capacidad de adaptarse a cambios. Un modelo basado en pocos sectores puede generar crecimiento rápido, pero ser vulnerable frente a shocks externos .

Medidas alternativas al PIB

Las limitaciones del PIB son conocidas desde hace tiempo. Ya en 1973 los premiso Nobel William Nordhaus y James Tobin cuestionaron el concepto y medición del crecimiento a partir del PIB en Is Growth Obsolete? (¿Es obsoleto el crecimiento?). En este artículo se centraron, en particular, en la sostenibilidad del crecimiento, sobre todo cuando éste conlleva la extracción de recursos naturales y el deterioro del medio ambiente.

Más de tres décadas después, en 2009, la Comisión Stiglitz, otro premio Nobel, recomendó en su informe Beyond GDP el desarrollo de indicadores “más allá del PIB”, que cuantificaran otros aspectos del bienestar económico, pero no criticaron el PIB como tal. Así se empezó a prestar más atención a indicadores ya existentes, pero poco usados, y se desarrollaron otros que abordan distintos aspectos relevantes para el bienestar.

Estas y otras críticas al PIB han impulsado la creación de múltiples alternativas que tratan de integrar dimensiones sociales, ambientales e institucionales:

Índice de Desarrollo Humano (IDH). Impulsado en 1990 por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y creado por el premio Nobel Amartya Sen y el economista del desarrollo paquistaní Magbub ul Haq (1934-1998).

Es un indicador muy simple que combina las tres cuestiones que se consideran esenciales del desarrollo humano, asignándoles el mismo peso a cada una: tener una vida larga (tomando como referencia la esperanza de vida), la educación (a partir de las tasas de alfabetización y escolarización) y la capacidad de alcanzar un nivel de vida digno, tomando como referencia el PIB per cápita en unidad de poder de compra.

La simplicidad es un valor, pero igualmente una limitación, y en los últimos años se han propuesto variantes que incluyan más aspectos. Existen variantes corregidas por desigualdad (IDH-D), que penalizan la concentración del bienestar, y versiones ampliadas que incluyen género, pobreza multidimensional y medio ambiente

El índice está en plena reestructuración para vincularlo a los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de Naciones Unidas.

Índice de Progreso Real (IPR) o Progreso Genuino (GPI). Es el índice de referencia de los economistas ecologistas. Nace en los años setenta con Tobin y Nordhaus y se consolida gracias a Herman Daly en los ochenta. Tras nuevos retoques metodológicos en los 90 se formula definitivamente como Índice de Progreso Real (o Indicador de Progreso Genuino, denominación más común en el mundo anglosajón, con las siglas GPI).
La idea del IPR y sus diversas variantes es integrar los indicadores macroeconómicos en un panel que incluya otros aspectos, como la desigualdad de ingresos, los impactos sociales, los indicadores de bienestar y muy particularmente los daños al medioambiente y la sostenibilidad ecológica.

Índice de progreso social. Se trata de un índice anual creado en 2013 por una fundación sin ánimo de lucro, Social Progress Imperative. Incluye un panel de 54 indicadores agrupados en tres bloques: necesidades humanas básicas (nutrición, acceso básico a cuidados médicos, agua, saneamiento, vivienda, seguridad…); fundamentos del bienestar (educación, acceso a la información y comunicaciones, salud, calidad ambiental…); y, oportunidades (derechos y libertades, tolerancia, inclusión, educación superior…).

El referente académico del índice es Michael Porter (1947), de la Harvard Business School. El proyecto está muy vinculado al filantrocapitalismo, liderado por sectores que defienden que el capitalismo es una fuerza muy positiva tanto para generar riqueza como para resolver, fundamentalmente a través de la filantropía, los problemas sociales .

Índice de la Felicidad. Desde 2012 se publica cada año el Informe de la Felicidad en el Mundo, coordinado por el equipo del economista Jeffrey Sachs, de la Universidad de Columbia de Nueva York y de su Earth Institute. El proyecto cuenta con el apoyo del Sustainable Development Solutions Network, impulsado por la secretaría general de Naciones Unidas.

Este enfoque sostiene que una vida feliz parte de tener garantizadas las condiciones materiales, que mide a través del PIB per cápita. Este se pone en relación con otros cinco ámbitos: la esperanza de vida, el apoyo social (amigos, relaciones, etc.), la confianza (en las instituciones, en la vida cotidiana, etc.), la libertad de vivir como uno quiere y, finalmente, la generosidad (donaciones, actividades de voluntariado, etc.).

El índice combina los medidores objetivos (PIB per cápita, estadísticas de donaciones filantrópicas o de voluntariado, etc.) con las encuestas de respuesta subjetiva, entre las que tiene una especial relevancia el macrosondeo mundial de Gallup, colaborador del proyecto.

Índice de desarrollo inclusivo. Se trata de una iniciativa del Foro Económico de Davos, una de las instituciones emblemáticas del capitalismo globalizado, que en 2017 lanzó su propio indicador para analizar el progreso económico de los países “más allá del PIB”.

El índice se construye a partir de tres grandes bloques: crecimiento y desarrollo (donde tiene en cuenta PIB per cápita, empleo, productividad y esperanza de vida); inclusión (renta media de las familias, tasa de pobreza e índice Gini de desigualdad) y equidad intergeneracional y sostenibilidad, que engloba ahorro neto, deuda pública y peso de industrias contaminantes.

Índice para una vida mejor. Creado por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) es, en realidad, una plataforma interactiva que ofrece 11 indicadores básicos que considera asociados al bienestar: vivienda, ingresos, empleo, apoyo de la comunidad, educación, medio ambiente, compromiso cívico, salud, satisfacción con la vida, seguridad y equilibrio vida-trabajo.

Cada usuario puede confeccionar su lista particular en función de la importancia que da a cada uno de estos indicadores, en un rango del 1 (menor) al 5 (máxima).

Índice de Coherencia (INDICO). Impulsado por la Coordinadora de Organizaciones para el Desarrollo, INDICO evalúa el comportamiento de los países según la coherencia de sus políticas con el desarrollo sostenible. Se enfoca en medir si las políticas nacionales contribuyen a un desarrollo humano sostenible, equitativo y respetuoso con el planeta . Integra variables ambientales, sociales, género, derechos y efectos globales, descartando explícitamente el PIB como objetivo del desarrollo.

¿Por qué cuesta abandonar el PIB?

  1. Sencillez y disponibilidad
    El PIB se publica trimestralmente, con datos comparables internacionalmente: es práctico y políticamente cómodo.
  2. Intereses establecidos
    Su uso generalizado crea dependencia política y mediática, reforzando su centralidad semántica como “medida de éxito”.
  3. Dificultad técnica y consenso
    Medir bienestar, sostenibilidad o derechos con fiabilidad, homogeneidad y transparencia es un desafío complejo y costoso.
  4. Dimensión política y normativa
    Indicadores como el ICPD implican decisiones de valor sobre qué políticas priorizar, lo cual es políticamente más complicado que promover crecimiento.

¿Qué camino seguir?

Complementar, no reemplazar. El PIB sigue siendo útil, pero debe ir acompañado de indicadores de calidad de vida, distribución, sostenibilidad y resiliencia.

Más herramientas disponibles. El uso de IDH ajustado por desigualdad, Índice de Progreso Social o marcos ambientales (huella ecológica, emisiones per cápita) debería convertirse en norma, no novedad.

Información para la acción. En lugar de centrarse en el PIB, los gobiernos podrían medir y rendir cuentas sobre cumplimiento de ODS, derechos, género y política climática.

El PIB sigue siendo un reflejo útil sobre la actividad económica, pero su uso exclusivo es limitante. No mide bienestar, distribución, sostenibilidad ni fortalezas sociales.

Las múltiples alternativas construyen una visión más humana, equilibrada y ecológica del progreso. La dificultad está en cambiar el paradigma político: pasar de “más PIB” a “más vida digna”.

En definitiva, es necesario desarrollar una contabilidad que recupere para la política el bienestar real, la igualdad y la sostenibilidad, con indicadores que reflejen de verdad lo que queremos: una vida plena, para todas las personas y el planeta.

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